12 de octubre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Señas de identidad

SOBRE LA HISTORIA RECIENTE

Señas de identidad
Señas de identidad
Cuando abandonó el escenario “Gran Titiritero”, el amigo de Guignol que durante más de tres décadas manejó a brujas y cristobitas a golpes de espadín, la iglesia notó la caída del rating de la feligresía.
Aquellas bancadas que antaño lucían con la marinería más fiel, uniformada en tonalidades de azul, se quedaron despobladas; las camisas nuevas, abandonadas en el ropero para mejor ocasión, dieron paso a un desfile de nuevos modos que aportaban toda una filosofía aflamencada de la alegría de vivir.
El discurso de la calle cambió como de la noche al día para escuchar sabios mensajes llamando al respeto al prójimo, a la contención,y a las maneras sutiles y democráticas del difícil arte del perdón.
Analfabetos viscerales que, en tan solo una semana, se hicieron con un compulsivo corpus léxico de claro corte sindicalista─ clerical, sustituyeron a los pregoneros tradicionales: el tío del queso, el trapero, el chatarrero, el cacharrero, el afilador…; algo que permitió avanzar de etapa, hasta alcanzar el nivel de Garganta Profunda, o de otra película similar:
La reprimenda judeo- cristiana, fue dejada a la consideración de la Historia cuando ésta recuperara su condición virginal, y fuese expurgada de tanto contaminante como venía recibiendo desde tiempo de los godos, y desde aquel rey que rabió.
Sólo de puertas afuera se consideraba soez la expresión de la política como un apéndice del estómago, como decía aquel francés del cuento, echando mano a su barriga, émula de la del gigante Pantagruel: “¡Céstma patrie!”.
Ya para entonces mucha gente trabajadora y honrada había tomado el camino de la emigración─ Vilvoorde, Cataluña, Alemania…─, llevando en sus entretelas el olor y las vivencias de su patria chica.
Luego la vieja historia se fue transformando, al paso, al trote, al galope, en un animado Cine Exín de caperucitas y lobos, habitantes de un mundo feliz, en el que hasta la tierna abuelita miraba de reojo a la garbosa gallina, o bien al cordero lechal que le había de tocar en suerte.
Poquito a poco, haciendo del más frío enero su agosto, participarían de aquel alegre danzón los mil gurtel, los dos mil eres, el banquero, el terrorista, el nacionalista, el soplón, el prestamista, el listero, el constructor, el vendedor de licores, el comerciante de ilusiones, el camello de las drogas, el dueño del puticlub,…
Y cuando la inminencia de una crisis fue proclamada, de manera ya oficial, la Historia dictaminó que la culpable era la burguesía, esa terrible lacra que nos engloba a todos, y que todo lo desquicia con su estéril filosofía.
Y la condenó a pagar impuestos con tiritas de su piel; y a servir de alimento a halcones, buitres y gerifaltes; y para que nada se desaprovechase de su regalada anatomía, promulgó una ley que autorizaba la antropofagia “a mayor gloria” de los bandidos, que también tiene derecho al “fastfood”.
Y aquellos esforzados emigrantes que habían vuelto a su país, saborearon nuevamente el amargor de la desesperanza.

… Y SOBRE NUESTRAS SEÑAS DE IDENTIDAD

“En guerra con mis entrañas” vivían Antonio Machado, y el judío Ashavero, por la incapacidad de gestionar todo ese espacio hueco que dejaron tras de sí años de metralla, allí donde debían habitar el cerebro, el alma, la hermandad, y el buen corazón.
La difícil opción que Robert L. Stevenson plantea a un hambriento agricultor entre seguir siendo pobre, o dejar escapar al “diablo de la botella”,es en el fondo la misma que vivió San Francisco Javier cuando, persiguiendo a un proscrito, dejó que su caballo decidiese, en aquel cruce de caminos, entre su deberes militares y su inclinación al perdón.
La difícil opción de agarrar con fuerza la mano de tu vecino, o de apartarte a llorar en un recodo del camino.
En la actual sociedad de crisis resurge entre los más jóvenes una forma de espiritualidad que les lleva a tatuarse, a dibujar en su piel el símbolo de lo que son, o de lo que quieren ser. Como decía el filósofo buena cosa es conocerse a uno mismo, para no dejarse manipular.
Cualquier multinacional sabe, en semejante tesitura, apostar por caballo ganador; y así mezcla iconos y filosofía con los réditos y el interés: el yin y el yang, el bien y el mal, la muerte y la vida, integrados en la estética taoísta de Pepsi Cola; o aquella marca de zapatillas estrechamente relacionada con la diosa de la Victoria, y con el vuelo de una paloma; o aquella compañía de gas que se proyecta a sí misma en alas de una aleve mariposa…
Pero esta vocación por el hombre y por el nombre, que no encuentra el menor obstáculo a nivel individual, resulta mucho más difícil en el terreno social. Los españoles fuimos incapaces de decantarnos por un determinado himno, o de ponerle una letra al himno actual.
En Peñarroya─ Pueblonuevo hay tres grandes referentes ─ la mina, el peñón y el río─ que no han tenido plasmación en forma de canciones, anagramas, logos, u otras especies del alma popular.
Entre la peña y la sima habitan la vida y la muerte, que así llaman a una barriada de la localidad. El río, es aún el lugar de reunión de familiares y amigos en tiempos de Pascuas, y representa los acontecimientos que fluyen, los momentos ya vividos y la alegría de vivir…
Y es este próximo día 17 cuando los peñarriblenses estrenamos pasodoble, con música original del afamado músico y compositor D. Abel Moreno , y con letra, trabajada desde el corazón, de uno de esos hijos que viven fuera del municipio: D. Manuel Montes Mira.
El recuerdo de aquellos que se fueron, y de los siguen viviendo allí, estará presente en esa música, y en esa celebración. No me cabe la menor duda, pues lo quiero creer así.
Grandes personalidades que pisaron aquel bendito suelo, y que fueron dejando señales de su valía y de su amor por Peñarroya─Pueblonuevo, seguirán estando vivas en el pensamiento de todos; que como Hansel y Gretel, nos dejaron dejando miguitas de pan por el camino para que supiésemos valorar quiénes somos ─ aunque actualmente no seamos muy “productivos”─, y qué gran dimensión tiene en nuestras vidas la expresión “peñarriblense”.
Tan sólo una sugerencia le apetecía hacer a este humilde ciudadano, por si a alguien no se le ha ocurrido todavía: Que se valorase, en un acto tan especial como éste, el trabajo abnegado y silencioso de mi queridísima profesora, doña María Luisa Díaz─ Villaseñor, y de esos “viejos olmos” que aún siguen allí en pie, en los que la fortaleza de su savia nunca decreció, ni fue mínimamente reconocida por un pueblo tan apasionadamente generoso como el mío.
¡Yo brindaré hoy, y siempre, por mi gente!¡Salud!
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