25 de septiembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Septiembre
“MIS PASOS SE PERDÍAN EN LA ARENA CALIENTE” (Canción)
Septiembre
En ese recuadro corto que titula “Sine die”, y que sale a la luz cada jueves en el Diario de Sevilla, los artículos del doctor Yebra─ Sotillo se amoldan, como la mano al guante, por lo comedidos que son, y por lo mucho que sugieren.
Como en Antonio Burgos, o en mi maestro Rogelio Reyes, los escritos de Ismael son como esos aperitivos que tienen la justa proporción de sal, el desparpajo de la naturalidad, su toquecito de moralina, la capacidad de destacar las luces y las sombras de la ciudad en la que vive, y la elegancia de no usar la tinta china para llenar de tachaduras e improperios al enemigo.
Nada fácil en una sociedad con dos caras como el dios Jano, en la que el ejercicio del diálogo se instituyó de manera oficial al siguiente día de la muerte de Franco, sin intención alguna de adaptarse al traje de luces del día a día, y sin tiempo para reflexionar sobre aquellos malos vicios y costumbres, durante siglos aprendidos:
─ ¡No, tío! ¡Hay que comentar los problemas, y no querer resolverlos a puñetazos!¡Hay que dialogar! ¡Que en la democracia todo el mundo es un igual, y no es necesario andar sacando musculitos!
Para quien sea un habitual de las tertulias decasino, o de darse unos garbeos por el Llano, posiblemente esta expresión ya no constituya un hallazgo. Tras cuatro décadas de consignas estamos todos resueltos a esgrimir buenas razones, y a respetar las del prójimo, del modo que alguien usó con el profesor Neira, que en gloria esté:
─ “Durante el verano, que pronto finaliza, los españoles hemos llenado las plazas de los pueblos de un ruido ensordecedor, hemos comido como animales y bebido como cosacos, hemos alanceado toros por el campo hasta darles muerte, hemos tirado cabras contra campanarios y doce españoles han muerto en encierros pueblerinos mientras otros se han dedicado a quemar el monte, Toda una proeza y un dechado de felicidad.”
En la Arcadia del presente, amigo Ismael, hay gente que no es feliz, que se aburre de la rutina diaria, de no tenera una persona a su lado, e ilusiones que compartir.
En Zamora fue una chica, derrotada por los suelos por efecto del botellón, quien no halló una torpe mano amiga que se desviviese por quitarse la chaqueta, y por ofrecerle abrigo.
En La Coruña un señor mayor, que envuelto en la melancolía de quien escucha llover se esforzó en darme su mejor contestación:
─ Si lo que quiere es comer deberá ir hacia una de esas calles que desembocan en la Plaza de María Pita. Francamente, yo no le podría aconsejar porque nunca me sobró el dinero para gastármelo en vinos.
Y en esa dinámica estabas cuando se te ocurrió opinar, querido Ismael,de las diversiones veraniegas de degollar en vivo a los patos, o de arrojar a una cabra desde la torre más alta del pueblo.
No te quejarás, después, si te tachan de “animalista”.
Sea cual fuere tu opinión sobre estas y otras tormentas de verano, lo que sí te quería agradecer es ese artículo de las “Arcadias de verano”, en el que, al hacer referencia a los veraneantes que regresan por estas fechas al pueblo, escribiste:
─ “El hombre cumple así el rito de regresar a sus raíces y cree con ello volver al paraíso".
Del discurso que al bueno de D. Quijote le sugirió un simple puñado de bellotas, lo que siempre me llamó la atención que, ante aquella especie de "inútil razonamiento", los cabreros, que no sabían leer ni escribir, permanecieran embobados y suspensos sin atreverse a pestañear:
─"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.
Así nos sucede a muchos, querido amigo, cuando nos vienen a buscar tus palabras; porque ellas dicen que en muchos casos, como en el de Moisés, ya no existirá nunca un paraíso. Porque el paraíso estaba en la infancia, y en aquellos felices años que vivimos, al abrigo de un hermoso llano,de un soberbio Peñón, y de nuestra querida gente.
Y lo me llama la atención, como a aquellos cabreros, que no sabían leer ni escribir, es que unos simples sonidos seancapaces de subrayar que cada persona tiene una edad dorada para los sueños, y una bolsita de tela para guardar las canicas de los recuerdos; ycoloridos abalorios, que una vez creímos inservibles, y que nos rascan en lo más hondo como el más dulce de los cielos.
“Septiembre se muere/ se muere dulcemente”, cantaba la portuguesa Madalena Iglesias.
Septiembre se va con la nostalgia de quienes vinieron en verano en busca de sus raíces; se va con la añoranza de la buena gente que perdimos, y de todo aquello que evocamos con frases de agradecimiento.
Volverán a su rutina diaria los pueblos y las aldeas, las ermitas blancas, las encinas centenarias, y los verdes campos de olivos.
Septiembre se muere, pero tiene la virtud de perpetuarse en nuestro pensamiento como un hito, como el olmo viejo de que hablaba Machado, y alegrarnos con su sonrisa de dios Baco o de niño travieso.
Y cada verano que acaba septiembre lo despide, animándonos a brindar con sus uvas por los buenos momentos vividos, y por la esperanza de la nueva cosecha que viene:
─ ¡Septiembre ha muerto! ¡Viva septiembre!
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