5 de septiembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La Carta
“LOS ESPAÑOLES, POR LO GENERAL, PADECEMOS DE AFASIA, O AGRAFIA EPISTOLAR CRÓNICA” (PÉREZ DE AYALA)
La carta
Como tractor en barbecho que trazara con su reja los surcos de la besana;como carbón de breña que diera fuego al mejor pan; como resina aromática que penetrara en los sentidos adobando hasta el último rincón de nuestras almas, así la labor del maestro: esa persona mayor que alimenta nuestra sed de vivir en armonía con nosotros mismos, y que hace brotaren sus alumnos las primeras semillas de belleza y el deseo de saber.
De pequeño todos tuvimos un maestro que nos educó en el arte de escribir y de leer; uno de esos seres de luz que apretó nuestros dedos sobre el lápiz, y que nos dibujó con su mano aquellos primeros trazos que germinaron en tierra seca, y terminaron convirtiéndose en el más fiel retrato de nuestra propia personalidad:
─"Somos, le dicen, las palabras que debiste pronunciar. Tu silencio tímido nos condena a morir disueltas en el surco". (HenrikIbsen)
Hace pocas fechas,con motivo de una celebración familiar,recordé con cariño a mi vieja profesora Dª Felisa, y la ternura con que se cogía de mi mano para trazar, al unísono los dos, mis primeros renglones.
Dialogaba con unas amigas de mi prima Reyes, compañeras de profesión y afamadas escritoras ─ que de todo hay en la viña del Señor ─, cuando una de ellas me confesó su pasión por la caligrafía, y que no había perdido la afición de comunicarse con sus íntimos mediante esa forma de comunión epistolar, que tanto frecuentamos los que hicimos “la mili”.
Me confirman mis antiguos alumnos que, en la actual universidad, algún ilustre no escribe sobre el encerado, para no dar la debida explicación gramatical a sus errores ortográficos; que, maleados por el sistema, hoy en día los adultos corrigen las faltas de ortografía con un programa de ordenador.
Ya lo veía yo venir cuando uno de esos“máquinas”, “chapero de la cultura”, y periodista de profesión, ilustraba a la joven profesora de nuestras hijas, reprochándole la incompetencia de que los niños no supieran manejar el ordenador. Ante el silencio de quienes, al parecer, aplaudían sus ansias de reprender, me levanté para expresar mi admiración por la perpleja docente que sólo entendía de hacer disfrutar a sus alumnos con la lectura, sin esa precipitación de algunos que prefieren las apariencias locas de un Ferrari, desdeñando ser heraldos de los dioses, e intermediarios de la ilusión, prestos a mostrar a sus hijos el sentido de una palabra, o la belleza oculta de una flor.
Que la emoción de una buena lectura, la armonía de las palabras, el ritmo de la música, y la melodía visual de la grafía y del colorconforman, para el filósofo griego Plotino, la mejor expresión de la belleza:
─ La belleza se da principalmente en el ámbito de la vista. Pero también se da en el ámbito del oído y conforme a combinaciones de palabras; mas también se da en la música, y aun en toda clase de música, pues también hay melodías y ritmos bellos.
Que son esas mismas leyes de armonía y proporción las que se encierran en un simple correo postal, ya sea en esosepistolarios íntimos entre amigos ─a que nos tan habituados nos tienen el cordobés Juan Valera, y el sevillano Francisco Rodríguez Marín ─, o esas preciosas cartas de amor, como las que, durante veinte años de ausencia, reforzaron la pasión de Abelardo y de Eloísa.
Como dijeron de él sus discípulos, el filósofo griego Sócratesera un hombre más que feo horroroso, pero su amor por las palabras, la hermosura de sus pensamientos, las maneras de decir, y la pasión de enseñar, le fueron dulcificando el rostro, hasta llegar a transformarle, con el paso del tiempo,en una fiel expresión de su belleza interior.
Consciente de la grandeza de esa forma de escribirque da en andar por casa y como quien va “en zapatillas”, con una mano en la péñola, y la otra en el corazón, fue el gaditano D. Mariano Pardo de Figueroa (“El Dr. Thebussem”), poseedor de una importante biblioteca de incunables y de ediciones raras. Amén de un sinfín de títulos académicos, D. Mariano disfrutó de numerosas condecoraciones, como las de Individuo de las Sociedades de Gastronomía y Filatelia de Londres,Cartero Mayor Honorario de Madrid, etc.
Pero si hoy en día levantara la cabeza aquel célebre cervantista, amante de la filatelia, y amigo de escribir con tinta china, se volvería a morir al ver que todo había sido una broma ─ él, que se bautizó a sí mismo con el apodo de el “Dr. Embustes”─, y que ya nada era como antes: ni la calidad de la tinta china, ni el coleccionismo de sellos, ni el amor por los libros, ni tan siquiera el correo postal.
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