21 de agosto de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
¿Qué habrá sido de los indios?
¿Qué habrá sido de los indios?
El solemne braceo de los caballos, y la parsimonia con que, en ocasiones, se conduce tan noble animal, permitía a aquellos primos entrar en conversación:
─ ¿Vale que yo era Yuki “El Temerario”?
─ Pues yo me pido ser “Apache”.
─ Yo habría preferido ser el novio de Sigrid–apostillaba Andrés, el más joven−; pero si queréis que hagamos el indio me llamaré Flecha al Viento, el guerrero más veloz.
─ ¡Vale! Me gusta tu nombre… Y ahora sólo toca decidir quiénes montarán los mustangs, y quién el caballo cimarrón… ¡Tachín, tachín..!
Al instante de picar espuelas el fingido novio de Sigrid se metamorfoseaba en jefe sioux, con la mala suerte de que el caballo se disparó contra una prole de pollitos que pasaba por allí.
La desgracia se cebó en una preciosa cría de blando plumaje amarillo que no pudo sobrevivir al tremendo castañazo.
Compadecidos los guerreros no se cortaronun punto endemostrar emoción por la primera de sus víctimas; luego, tocados de una profunda religiosidad, procedieron al ritual de dartierra santa al polluelo, cavando con sus manos una fosa, y adaptando un trocito de cristal que dejabaaquel suave amarillo a ojos vista, con el añadido sentimental de un ramo de florecillas silvestres.
Y después de musitaruna breve oración, dirigieron sus miradas hacia el Peñón, como ofreciendo sus escusas al Gran Manitú.
Y cuando el vaho de la tristeza dio paso a las primeras luces del atardecer pasearon ensimismados, entre macizos de cañas repletos de pimientos y de tomates, con la fragancia dela yerbabuena y con la flor amarilla del calabacín.
Y en tan agreste tranquilidad un agudo grito rasgó el aire:
─ ¡Primo!, ¡Andrés!, ¡Venid aquí!
Una gran oquedad, abierta en la pared medianera del corral, les permitió distinguir el lado oscuro de la fiesta.
Allí, sentado entre bancales, con las manos ocupadas en el verde manjar, destacaba la figura risueña de Diego, el gran jefe indio:
─ Sentaos aquí, conmigo, que vais a comer unas lechugas como nunca habéis probado…
Antes de que pudiera hacerse efectiva tan felicísima recomendación se dibujó por la retaguardia la silueta del hortelano, que ondeaba con furia su cinturón.
Apache no pudo escapar de la quema, por más que elbrioso mustang saltara de un brinco la tapia.
Aquel hermoso atardecer lució sus rojeces sobre las posaderas del heroico jefe apache; y el anciano de la tribu aclaró las responsabilidades en que el virtuoso pueblo indio había incurrido, y en la necesidad de que la tribus manejaran con sensatez sus ansias delibertad.
………………..
Paseando por la amplísima explanada que se abre a la basílica del Pilar, el viajero se preguntaba cómo viviríanlos pueblos que plantaban su vivac en medio de la llanura.
Cuando unos gritos desaforados, que pusieron los nervios de punta a los pocos turistas que pasaban, le vinieron a sacar de tan supina indolencia.
─ “¡A las armas!”, gritaban los que estarían más “mosca”, como presintiendo la invasión de los árabes, las reivindicaciones catalanistas, o la llegada de los “Cien Mil Hijos de San Luis”.
─ “¡A la Orientadora! ¡A los pedagogos! ¡A la policía!”, grité cuando vi venir hacia míla diminuta figura de un niño, de raza amarilla y de unos cinco años de edad, que tiraba de berrinche tan solo por espantar a su amenazante padre, a la quejicade su madre, y a sus sufridos hermanos, que no hacían carrera de él.
─ ¿No sabesque simular por la calle el sonido de una sirena es un delito? ¿Y que si sigues gritando te meterán en la cárcel?
Eso me atreví a decirinterponiéndome en su camino, con la aquiescencia de los padres y la pose de un gorila, que hacía guardia por allí; pero el “pequeño saltamontes”, de mirada atravesada, siguió dando gritos y despotricando, dejándonos allí plantados, y sin darse tiempo a responder:
─ ¡Si yo fuera su padre, iba a ver ese bárbaro lo que vale un peine..! ¡Pero si es más escandaloso que uno de esos coches─ discoteca, que toda una tribu de indios..!
Alguien muy cercano a mí aprovechó la ocasión para decir algo que debería tener bien medido:
─ ¿Pues sabes tú que ese niño se parece mucho a ti? ¡Es tu fotografía! ¡El mismo genio maleducado que debías tener cuando niño!
Rápidamente caí en lacomplejidad de ser indio, y en la dificultad de poseer una esmerada educación en los tiempos en que vivimos.
Y fue entonces que me pregunté qué habría sido de aquellos indios con los que de joven cabalgué en mil y una películas; y qué de aquellos rudos mineros que disfrutaban de sus correrías gracias a la pluma de Marcial Lafuente Estefanía, que los describiósin conocimientos del “Lejano Oeste”, y con la simple ayuda de un mapa y de un listín telefónico.
Qué habría sido de tan legendaria nobleza, de las reuniones asamblearias alrededor de una hoguera,de aquellos rasgos de valor, de su salvaje independencia,del amor hacia los niños,del respeto a los ancianos, de la fidelidad a la palabra dada, de la feliz comunión con la Madre Naturaleza…
Me disgustaría saber que un día de estos los Zapatero, los Rajoy, los Obama, los buhoneros de la vida, los vendedores de alcohol, o unos de esos herméticos del oneroso Club Bilderberg, había completado la “educación” de los pocos indios que quedaban.
Que ni la LOGSE, ni la LOMCE, ni “Educación para la Ciudadanía”, ni otras tantas fórmulas interesadas, nos roben nunca ese gran cofre de virtudes que atesoramos los hombres.
Esperando que nos ayude el temperamental pueblo indio, y el renacido espíritu de Manitú.
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