29 de junio de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez)
Historia de un medio Juan
Historia de un medio Juan
─ En mi estatura de 1´60 metros encierro todas las incoherencias posibles (Honoré Balzac)
En la literatura popular española hay un personaje llamado Juan que aparece esbozado en sus múltiples facetas, tanto artísticas como humanas.
Conocemos a Juan Lanas, a Juanillo Enreda, a Juan Soldado, a Juan y Medio, a Juan el Oso, y a Juan Sin Miedo, porque numerosos escritores nos hablaron de ellos; entre otros los andaluces D. Luis Montoto, D. Francisco Rodríguez Marín, el P. Luis Coloma y “Fernán Caballero”, que también usaron la expresión más generalizada de Juan del Pueblo.
De entre todos es Medio Juan, el individuo insignificante que reflexiona, que siente, pero que se ve incapaz de actuar, y de llevar a cabo sus pensamientos, el que más abunda en estos tiempos “de globalización”. Su fórmula de expresión bien se podría resumir en una frase: la que se atribuye al italiano Carlo Gozzi, conocido escritor que siempre tuvo la suerte de espaldas:
─No ha caído jamás la lluvia en Venecia que no me haya cogido a mí en la calle y sin paraguas.
Si todos los Medio Juanes salieran a compartir e hicieran una gran hoguera en medio de la calle, como la que hacían los vecinos de la Montera el día de San Juan, más de un falso historiador, más de un cronista de cuentos, y más de un insulso agorero, saldría a espetaperros hasta dejar atrás su proverbial mal fario.
Y quizás entonces las virtudes teologales volvieran a ocupar un lugar de privilegio alrededor del hogar, en confortable silencio con la gente del montón. Y se podrían ojear, sin aspavientos, ni rencor, todas aquellas historias que unos segundos después se habrían de consumir en el fuego:
─ Dª Luisa, mi hija muestra un gran interés por la lectura. Me pregunta por las letras: las que aparecen en las vallas publicitarias, las de las matrículas de los coches, las que salen en la pantalla del televisor. Ella solita está aprendiendo a leer. ¿Qué me recomienda?
─ ¿Recomendarle yo? Comprenderá, Medio Juan, que está usted cometiendo una auténtica salvajada. La edad mental y cronológica que aconsejan los nuevos criterios pedagógicos está en torno a los cinco o a los seis años, y su hija, ¡pobrecita!, solamente tiene tres.
─ Sr. Doctor, me pasé la noche en vela y no pegué ojo. Cuando dieron en el reloj las cuatro y medio segundo el niño mojó las sábanas; por más que le llevé al baño cada cuarto de hora, no lo he podido impedir…
─ Guárdese las disculpas, Medio Juan. Decididamente no se muestra usted colaborador con los planes del Ministerio, y eso altera la estadística de nuestro novedoso programa de “Eneurésis y Punto Final”.
¿Acaso es usted consciente, insufrible perceptor, del desierto cultural en que está sumido este pueblo; y que de su actitud depende una cuantiosísima subvención?; ¿no es capaz de valorar el esmerado diseño de “nubes” y “soles”, y su simbólica relación con la recompensa y el castigo?
¡Debería estar usted más atento a cualquier clase de disfunción! ¡Y con más razón, aún, si eso afecta a los menores!
─ Sr. Editor, me gustaría escribir unas letras, recordar mi alegre infancia, subrayar las etapas y las estafas de mi vida, dialogar con mi otro yo, dedicar un epitalamio a una chiquilla que, en mi juventud, me hizo tilín… ¿Tendría un sitio para mí en su enjundioso volumen?
─ ¡Tonterías pocas, amigo! ¡Usted es un figurón que sólo anhela salir en los papeles! ¿Tiene algo que decir que no se haya dicho antes? ¿Pero a quién le interesa lo que usted pueda escribir? ¿No sabe bien que las ventas están cayendo por los suelos?
─ ¡Buenos días, Medio Juan! Soy del Club de la Persuasión. El país está en sus manos en estos trágicos momentos en que un coletudo garañón se ha obstinado en tirar coces. Su voto nos hará fuertes, inclinará la balanza a su favor, y podrá disfrutar de un delicioso bocadillo de mortadela.
Si aprovecha la ocasión podrá también recibir tres importantes regalos, ¡tres! ¿Hay quien dé más? A saber: un clavel, bendecido por D. Gerifalte de Antaño, para que vuelva a florecer la pasión en su descolorida pechera; un precioso ejemplar de Juan Salvador Gaviota, que permite traducir la celebrada frasecilla: “a relaxing cup of café”; y dos enérgicos besos, uno en cada mejilla, para que su niño se los lleve puestos.
─ Perdone usted, caballero, por la gloria de Cotón, pero Medio Juan no está visible. En este preciso momento se encuentra reunido consigo mismo, deliberando pausadamente si llama al perro, para que le asuste, si le envía a dar un agradable paseo en bici, o le manda hacer pompitas de jabón, que es para lo que mayormente sirve.
À bientôt!
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