11 de mayo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Contigo en la distancia
Puesta de sol, Monet
─ No hay bella melodía/ en que no surjas tú. (Bolero)
Son muchas las razones que nos llevan a plantear un escrito. Tantas como las que animan la realización de una partitura musical, la plasmación de un poema, la militancia política de un individuo, la elucubración mental de un filósofo, la construcción de un teorema, o el relleno de un pastel.
Pero si posiblemente nadie puede estar seguro de escribir para los hijos, enemigos de antiguallas; ni para "la inmensa mayoría", como decía Blas de Otero; ni para una minoría aristocrática, que diría Juan Ramón; ni por ganarse la vida, que mal lo habría de pasar; ni por egoísmo "puro y duro", aunque siempre se conjugue el "yo"; ni por un impulso histórico; ni por la cosa política; ni por afanes estéticos; y menos aún por "fardar"…, para quién leñes se escribe, y todo a cuento de qué si parte de lo que se dice es transitorio, descafeinado, discutible, y de difícil percepción.
Como en aquella comedia ─ Maribel y la extraña familia ─ en que las tías de Marcelino contratan a una pareja para tener a alguien con quien charlar, la escritura requiere de un estímulo: la presencia de un ser real o imaginario al otro lado del hilo, del papel, o del muro de la comunicación.
─ Con un clavel grana temblando en la boca
con una varita de mimbre en la mano
por un vereda que llega hasta el río
iba Antonio Vargas Heredia, el gitano…
Hoy en día, y “sin querer queriendo” como diría El Chavo del Ocho, algunos lo expresan de maravilla a través de un simple wasap:
─ Gracias por llenarme el corazón de tiritas, y por ayudarme a vivir…
El oriolano Miguel Hernández lo decía igual de bien con tan solo unos versos:
─ Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida.
El amor justifica en demasía la pasión de nuestros hijos y los viajes del Capitán Trueno en pos de su amada Sigrid; y es fuente de filosofía en El Collar de la Paloma, la obra maestra de Ibn Hazm de Córdoba:
─ Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia, ha llegado a su apogeo, y no puede menguar ni crecer. No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar (…) ¡Cuántas vueltas di en torno del amor, hasta caer en él, como la mariposa a la luz!
Mis ojos no se paran sino donde estás tú. Debes de tener las propiedades que dicen del imán.
Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves, como en gramática el atributo sigue al nombre.
De amor nos brotan las lágrimas al evocar un paisaje, o el nombre de una ciudad como la que enamoró a Abenamar y al mismísimo rey D. Juan:
─ Si tú quisieras, Granada/ contigo me casaría
Daréte en arras y dote/ a Córdoba y a Sevilla…
O como la que encandiló al rey poeta Al Mutamid:
─ Pedí en matrimonio a Córdoba la bella
Cuando había rechazado a los que la pretendían…
La muerte es el fantasma que llega cuando menos lo esperas y que a todo el mundo hace temblar. La representación silenciosa y taimada; el ruido ensordecedor de clarines, chirimías y fanfarrias, como en batallón militar:
─Ya sonaban los clarones/ e las trompetas bastardas,
charamías e lombardas/ facían distintos sones.
Se mire por donde se mire la muerte es una putada que privó a Moisés de la tierra prometida, y al jinete de Federico García Lorca de ver la ciudad de Séneca y de Maimónides:
─ Aunque sepa los caminos/ Yo nunca llegaré a Córdoba.
La muerte es rubia y de ojos azules, como el califa Abd ─ Al ─ Rahmân, pero su cimitarra es traidora y afilada como una de esas curvas de herradura que nacen en Cerro Muriano, y que se dejan caer en picado hacia el corazón de la capital.
El hombre, de ingenio agudo y de ceremoniosa palabra, se empeña en burlar a la muerte como aquel criado de un rico mercader.
Cierto día Dayoub vio en el mercado de Bagdad a la muerte, quien le hizo un gesto que él interpretó como amenaza.
No lo dudó el fiel criado y pidió a su amo el caballo más veloz para huir a Ispahán.
Allí compartió su temor con Kalbum Dahabin, el fabricante de espejos, quien le aconsejó una estrategia: proyectarían sus imágenes sobre numerosos espejos, que indujeran a la ceremonia de la confusión.
Cuando la luz ya inundaba el taller, y el trance estaba a punto de concluir la muerte echó mano de uno de aquellos espejos y se llevó con él al fabricante.
Y el tercer punto que mueve a la feliz comunión entre los seres, al decir de Miguel Hernández, es la vida.
La vida que, en el s. IX, alguien perteneciente a la corte de Harûn- al- Rashíd, describió en un precioso poema árabe:
─Tres morillas me enamoran/ en Jaén: / Axa, Fátima y Marién.
La misma experiencia que tuve la suerte de vivir en Xauen, que es el eco etimológico de que deriva Jaén.
Paseaba los alrededores de un arroyo, junto a unos lavaderos que la Junta de Andalucía subvencionó en ese pueblo marroquí, cuando pude hablar con tres niñas que le hacían morisquetas a mi hija, que lleva por nombre Fátima. Se llamaban las cuatro como las morillas de la canción, y me apresuré de inmediato a entonar la melodía, y a compartir junto a ellas la emoción de sentirme tan cercano a la vida.
La vida, que a veces se muestra en un nombre; y otras muchas es tan compleja de expresar.
Para nuestra María Zambrano lo primero que se echa a ver en la mística es una soledad sin compañía posible. “Y así la poesía llegó a ser esa cruda manifestación de lo que no puede llegar a la palabra y se queda en grito o gemido de lo inconfesable, en suma”.
El fantasma de la muerte, la imposibilidad del amor, la dulce fruta que es la vida, nos inducen de manera irremediable a la melancolía ─ que diría Gerald Brenan en su libro La faz de España ─, al miedo de convertirnos en estatua de sal por el simple hecho de volver hacia atrás la mirada:
─ Como una lámpara se alimenta de aceite, los españoles se alimentan de un depósito secreto de melancolía que ni los afectos familiares ni las ansias de placer son capaces de secar por completo.
Para terminar matizando esta larga digresión diré que se escribe a partes iguales para el otro, que sospechas que te escucha, y para uno mismo, que acostumbra a estar en difícil y oscuro diálogo con su yo.
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