5 de mayo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Antonio Monterroso: El sueño de Ítaca

Obra de Antonio Monterroso
Obra de Antonio Monterroso
Con la mayor sinceridad siempre digo que no sé nada de poesía, que mis conocimientos sólo dan para entender esa línea de cordialidad que llega hasta Gloria Fuertes. Últimamente, con la edad, me interesa mucho todo lo que afecta al sentido de la vista: el mundo de las formas y la simbología con la que los publicistas dan sentido a las imágenes, los mecanismos de manipulación, la poesía visual…
Como Anacleto “Agente Secreto” me pregunto si la edad no habrá hecho de mí un chismoso, o un curioso aprendiz; o quizás siga siendo, todavía, aquel niño que leía los tebeos del revés, y que veía un mundo poblado de figuras a través de su caleidoscopio:
“Ceci n´est pas une pipe”. “Esto no es una pipa”, escribe Magritte bajo la representación pictórica de una pipa de fumar. Y no pretendía llamarnos a engaño.
Leo una historia que tengo entre manos y, como el ciego, me dejo arrastrar por una voz “mascullada entre dientes”, por el fino tacto de un perro, y por mi propia intuición:
─ Lo que oigo en la luz inaudible/ no es sino el eco/ de un tiempo respirado/ en el momento justo del ocaso/ a solo una muesca de claror/ antes de que rompan las arterias/ contra el dulce acantilado de la inconsecuencia.
Deseo, deseo, todo puede ser/ en este preciso instante: / embarcar en el sol de poniente/ hacia regiones incompatibles/ con el pesado fardo de la fe en el hombre/ mascullada entre dientes.
Y, de fondo, una letanía de olvidos/ recitada como un himno descoyuntado/ por el mágico poder del viento/ que silba su melodía de hojalata/ entre las ramas de la vieja higuera.

(Nero, bobalicón, con su rabo interrogante, / se acerca parsimonioso a la hamaca; me mira, me lame. / – No te olvides de mí, me dice). (“Ocaso”, Antonio Monterroso)

De regreso a Ítaca, el poeta presiente la caída de la tarde. Ocaso. Muchas cosas han cambiado la vieja percepción que tenía de aquel paisaje; pero apostó por la tierra, por su perro, por su amada Penélope. Atrás quedaron los cíclopes y los cantos de sirena. Con tan vasta biografía el viajero había de optar por aligerar el equipaje. Y todo lo más que se trajo fue un semillero de imágenes y de palabras, el apellido, Monterroso, y una gran carga de ilusión.
─ La palabra del poeta ha sido siempre necesaria a un pueblo para reconocerse y llevar con íntegra confianza su destino difícil, cuando la palabra del poeta, en efecto, nombra ese destino, lo alude y lo testifica, cuando le da, en suma un nombre. (María Zambrano)
Para Machado la poesía es cosa de conciencia. Para Antonio Monterroso es ley, admiración, conocimiento de las apariencias, rebeldía, trasgresión, trabajo de minería a la búsqueda de lo oculto, ola que rompe “contra el dulce acantilado de la inconsecuencia”, mágica salmodia de luz.

PREGUNTA. ─ ¿Está de acuerdo con aquella declaración de que “Después del último verso de un poema no hay nada, salvo la crítica literaria”.
RESPUESTA. ─No, a veces, en la mayoría de las ocasiones, no hay ni eso. Aunque como poeta, uno aspire a que el poema se aloje en el corazón del lector y se replique como el eco a golpe de sístoles y diástoles. Después del último verso a veces queda la sensación de alivio, a veces de insatisfacción, a veces llega una mirada cómplice, a veces de aprobación… Un poema no acaba nunca en el último verso si hay un solo lector…

P.─ Hay un decadentismo en sus versos que recuerdan a Manuel Machado; acaso “una letanía de olvidos” que da en “no pensar en nada”. Usted me perdonará, pero viendo su creatividad no termino de creérmelo.

R.─ Como ha podido apreciar, el poema en sí no es sino una reflexión íntima, que se produce en un momento decadente del día, que hace una persona en el inevitablemente decadente periodo de una vida que ha superado con creces su ecuador y aspira a vivirla en paz consigo mismo y con su entorno más cercano, desprendiéndose sutilmente –como la luz del atardecer- de todo aquello que antaño fue el centro de sus ocupaciones y anhelos. Así que sí, ciertamente, hay algo de decadentismo filosófico y literario… Lo cual, siguiendo la estela del decadentismo poético y literario que más me interesa, no significa no pensar en nada sino mudar de estado, repensar tus ideales, hacerlos más acordes con la realidad vital sin huir de la realidad exterior. Es, quizás y por el contrario, la manera de afrontar la creatividad sin la cual no me resulta fácil vivir.

P. ─ “Embarcar en el sol de poniente/ hacia regiones incompatibles (…)”. Regiones que no terminan de ser tan incompatibles como proclama usted, pues en ellas se proyecta su creatividad hacia diferentes ámbitos.

R.─ Sí, hay un pesimismo latente en el poema. Nadie es inmune, a una edad y en un momento histórico como el actual en el que, en coincidencia con algunos pensadores, siento que se está produciendo un cambio de civilización, a sentir cierto temor por la dirección que vaya a tomar dicho cambio… Pero eso no debe significar parálisis personal ni social. Pasar de un optimismo inteligente a un pesimismo activo es lo que nos ha tocado a nuestra generación. Y desde luego, por pura higiene mental, hay que proyectar la creatividad hacia todos los ámbitos que despierten tu interés y curiosidad.

P. ─ “Deseo, deseo, todo puede ser/ en este preciso instante”. ¿Es la poesía un derivado de la testosterona? Por la pasión que derrocha usted resulta sospechoso de tomar algún tipo de anabolizante.

R.─ He conocido poetas para los que era imposible escribir sin cargar la pluma de testosterona. Pero en este poema la testosterona está, precisamente, ausente. Y no me meto nada que no sea lo de toda la vida y en catavino o similar. Soy muy clásico al respecto: las rubias, con un dedo de espuma.

P. ─ “El pesado fardo de la fe en el hombre”. La gran controversia entre la razón y la fe. Un agónico español. ¿Late en sus versos un eco de Unamuno y de Antonio Machado?

R.─ Don Antonio Machado, siempre. Como ideal poético y humanista. Alguien ha dicho que incluso mi poesía visual está impregnada de él. Por la incesante búsqueda de la difícil sencillez de las formas y la profundidad de pensamiento. En esa búsqueda ando y persevero.

P.─ “Himno descoyuntado”. La armonía de la desarmonía. ¿La antítesis caprichosa de un boxeador sonado, el anhelo frustrado de Ícaro, o el estigma de los hombres de nuestro tiempo?

R.─ En el poema es el viento, como símbolo de la corriente de la historia que trae nuevas ideas, nuevos retos, en complicidad con la higuera, el agente purificador de las viejas creencias. O el conocimiento indisolublemente unido a la naturaleza…

P. ─“Por el mágico poder del viento/ que silba su melodía de hojalata”, en esa bella sinestesia ha solidificado al viento. ¿El poeta es la mirada infantil, el espíritu de la magia, o un aprendiz de alquimista?

R.─ Ya le digo, el viento como corriente de pensamiento que vehicula el conocimiento, la razón… y da solidez a la experiencia humana propia y colectiva.
Esos tres atríbutos que ha escogido para el poeta me parecen válidos. Y algunos otros más posibles. Por ejemplo, un dios que crea sus propios mundos imaginarios… y que no aspira nada más que a ordenar su propio mundo

P. ─ A nivel individual, o de grupo, nuestro espíritu se asimila a un particularísimo “bestiario de calle”: Schumann hace música con el cuco, los modernistas dedican sus versos al cisne; Juan Ramón dialoga con un burro; usted hace manitas con su perro…

R.─ Hombre… manitas, manitas…, no. Pero, sobre todo en las noches de verano, dialogar con mi Nero, suelo dialogar a menudo. Y tendría que oír de qué cosas hablamos. Su compañía y su conversación la prefiero a veces a la de algunas personas… Ya tiene edad avanzada, pero conserva una energía inaudita y aún prefiere el juego y mi presencia incluso más que el alimento.

P.─ Simbolismo del azul, de la palabra ocaso, de la aspereza de la "higuera", de la interrogación. ¿Proyecciones fantasmales, necesidad de complementarios..?

R.─ Lenguaje poético sin más. Con una preferente pretensión de imagen literaria de carácter sensorial.

P.─ Epigrafía de calle: “El rastro de tu sangre sobre la nieve”. Juguemos pues al “Veo, veo”. ¿Piensa que jugar a ser niño tiene hoy día algún sentido?

R.─ El rastro de tu sangre sobre la nieve es un poema visual dedicado a un cuento homónimo de García Márquez que me impresionó en su momento.
Sí, pienso que jugar a ser niño tiene sentido hoy y siempre. Recuerde que en la verdadera patria del hombre que es su infancia, según Rilke, el juego tiene una singular potencialidad didáctica tanto en lo referente a la transmisión de conocimientos como en la socialización del ser humano. Y “Veo, Veo” es un libro con un fuerte componente didáctico.

P. ─ En cuclillas, ordeño/una cabrita, y un sueño.
Glú, glú, glú, / hace la lecha al caer/ en el cubo.
En el tisú/ celeste va a amanecer. / Glú, glú, glú.
Se infla la espuma, / que exhala/ una finísima bruma.
(Me lame otra cabra, y bala.)
En cuclillas ordeño/ una cabrita, y mi sueño. (Miguel Hernández)
No es hora de vanidades, pero explíquese: algún envidioso señala que esa cabrita ─que aparece en su poema envuelta en una nube, y sobre un cubo de zinc ─ no da leche, y que estaba usted flirteando con “la difusa luz del día”.


R.─ Pues, dígale a ese envidioso que la cabrita a la que se refiere ese poema es nuevamente una referencia literaria ─suelo usar la intertextualidad en mis poemas visuales─, la “Cancioncilla de la cabrita”.
No soy cabrero como Miguel Hernández, así que me contento con ordeñar sueños.

P. ─El caleidoscopio del lápiz es un artilugio que vertebra su pasado y su presente de escritor. Esos clavos que lleva Cristo hacen de su fotografía una manera de arte, y una expresión del dolor.

R.─ Ese poema al que alude, no es otra cosa que un poema apropiacionista para intentar responder, a mi manera, a alguien que pidió a varios poetas visuales que definiésemos qué es poesía visual. Y lo convertí, además, en el cartel de mi exposición “Iluminar la mirada” con motivo de la 8ª celebración de Cosmopoética en Córdoba.

P.─ “Imput- Out put”. Salga a la pizarra y escriba: “Las cerezas de los recuerdos tiran unas de otras”. Vaya traduciendo eso a un lenguaje más sencillo.

R.─ Me gusta más, tratándose de asociar recuerdos, usar el tópico literario de la magdalena de Proust. Será porque de niño mi madre me mandaba a la panadería de la calle Prim a hornear las magdalenas en una bandeja de hojalata. Aún puedo recordar su olor. Y a través de él, la Fundición de Reixach y el patio donde jugábamos con la pelota de Gorila, el grito de las madres llamando a sus hijos ¡Emilitoooooooooo…!
“Input-output” intenta expresar el concepto de educación al que me adhiero. Una educación en la que cerebro y corazón, razón y emoción, estén siempre conectados. Si falla una o la otra, la formación integral del ser humano está amenazada o incompleta. Casualmente, se ha convertido en el logo de un grupo magnífico de docentes con los que compartí docencia, el Colectivo Brumaria.

P.─ A La Colina de los Chopos acudían personalidades como Einstein, Carter, Wells, Chesterton, Curie, Ravel. A la Colina de El Anillo dicen que acude Joan Brossa a tomar café con usted…

R.─ Joan Brossa, el maestro, siempre. Es el norte y la proa de la actividad de los poetas visuales. Y otros muchos más, pasados y presentes, que no voy a citar por no incurrir en vergonzoso delito de olvido. Hay muchos a los que admiro. Desde Simias de Rodas (s. V antes de Xto) hasta aquí, fíjese si tengo modelos a los que admirar… Y sí tomo café, a veces copas, con algunos de ellos, pero no en La Colina de El Anillo…

P.─ La literatura nos libera de nuestros fantasmas, nos construye una torre de marfil, nos ayuda a pulir las palabras, da cauce a nuestras ideas, agudiza nuestra sensibilidad, nos llena de intranquilidad o nos da satisfacción. ¿Para qué necesita usted de sus lectores si no lo van a entender?

R.─ Pues, sí, todo esos efectos y muchísimos otros más produce la literatura. Pero, ya sería suficiente si la creación literaria sirve para entenderte mejor a ti mismo. Pero hay, ya digo, otras muchas más razones por las que crear. En la cabecera de mi página web aparecen destacadas estas citas que posiblemente contesten a su pregunta:
"VIVIR NO ES NECESARIO. CREAR, SÍ" (Pessoa)
"CREAR ES RESISTIR, RESISTIR ES CREAR" (Stéphane Hessel)
"QUIEN NO INVENTA NO VIVE" (Ana Mª Matute)
"CUALQUIERA QUE CONSERVE LA CAPACIDAD DE VER LA BELLEZA NO ENVEJECERÁ NUNCA" (Frank Kafka)
Así que, el impulso de la creación no necesita de lectores o espectadores previos alojados en la mente del artista.
Pero si de lo que me habla es de mi interés en formar buenos lectores, le diré que en buena medida a eso obedece una parte de mi obra visual. Soy consciente de que hoy en día, en plena revolución digital y en el seno de una cultura dominada por la imagen, es más necesario que nunca educar la mirada. Porque corremos el riesgo de convertirnos en mirones ciegos, según el término acuñado por Rafael Argullol.

P.─ “Mariposa ahogada en un tintero” es la leyenda que cierra otro de sus poemas. ¿Es usted uno de esos artistas escribo ─dependientes que necesitan, cada día, de un chute de tinta china?

R.─ El chute te lo da la realidad. Y la realidad, últimamente, da mucho juego.

P.─ “Pánico a la hora del café”. Es usted un magnífico publicista que usa gafas de sol para leer. La herencia romántica de luchar contra el sistema se traduce, en el mundo del arte, por el interés de formar parte de él. ¿No es una contradicción de los intelectuales proclamarse independiente del poder y al mismo tiempo vender la “marca” de la ceja, o similar?

R.─ La contradicción forma parte de todo ser humano, artista o no. Por su repercusión mediática, entre los artistas se dan notorias contradicciones que son pasto de noticiarios. Pero si tuviésemos censos fidedignos, veríase que son legión los que no participan de ninguna marca a cuya sombra cobijarse. Y entre los más famosos también se producen notorias muestras de honestidad. Como sucede en cualquier otro sector de la población. Eso sí, todo el mundo, se dedique a lo que se dedique, aspira a que su trabajo honrado sea reconocido y respetado.
Desde las cavernas hasta aquí, lo que no puede negarse, acaben convirtiéndose en lo que acaben convirtiéndose, es que, frente al oscurantismo interesado de los detentadores del poder, intelectuales y artistas han sido siempre la avanzadilla del progreso humano.

P.─ “Inversión”. Fue usted profesor en Cataluña, y goza en Castelldefels de buena consideración. Acláreme: ¿Fuenteovejuna enfrentada al Comendador, o Albert Boadella enfrentado a Cataluña?

R.─ No entiendo bien la pregunta, excúseme, pero le diré por si acaso que no soy en absoluto nacionalista. Perdóneme de nuevo una cita, en este caso de Ponç Pons, traducida del mallorquín, con la que comulgo a este respecto: “Uno es de donde nace, pero también de los lugares que ama. La única patria es la vida”. Tengo la suerte de amar, por distintos motivos, todos los lugares donde he vivido.
En cuanto a Fuenteobejuna, el pueblo tiene derecho a rebelarse contra la injusticia manifiesta y en cuanto a Boadella, como artista y pese a ciertos excesos verbales, tiene derecho a manifestar sus diferencias con/contra la sociedad. No veo dónde está el problema.

P.─ “Lejanía de Córdoba”. Me encanta esa composición. En su obra hay un fuerte componente escénico, con connotaciones muy cultas. Adolfo Marsillach, director del Centro Dramático Nacional, insistía en la poca preparación del actor español. Cuando un oyente le pidió una solución inmediata propuso irónicamente que se enseñara a leer bien en los colegios; o que se volviera al castigo de poner varios libros en cada brazo a quien no lo hiciera bien.

R.─ Pues, no lo tengo claro. Creo que últimamente en dicción han mejorado mucho. No conozco en qué época y contexto Marsillach dijo eso. Desde luego, es lo primero que debe aprender un actor.

P. ─ “¡La educación!”. Sus mentiras y verdades. Mi hija, que es una magnífica lectora, dice que es preferible que algunos profesores no lean poesía en voz alta, porque estropean el texto. ¿Qué piensa al respecto?

R.─ Total y absolutamente de acuerdo. Todos conocemos incluso a poetas excelentes que destrozan sus propios poemas en cuanto abren la boca…

P.─ Me llaman la atención esas manos que claman al cielo, ese mapa de las arrugas, esos surcos del arado, las rejas de los diarios, la alameda solitaria que transita Juan Bernier. En primer plano, bella sin alma, una estatua. Allá, a lo lejos, su Córdoba ─ “¡Mira qué bonita era!”─, la casa de Manolete, de la Chiquita Piconera y de Juan Bernier. Crónica negra de un pasado que pintó Romero de Torres, de una lejanía lorquiana que ha vuelto a retratar usted.

R.─ Gracias por esa consideración. Lo primero que pretendo en mi poesía visual es sorprender, captar la atención de manera instantánea. Después llegará la comprensión o no, el goce estético o intelectual…y todo lo demás. Lo primero es que te lean. Si ese primer acto no se produce…

Amigo Antonio, los emperadores romanos llevaban tras ellos a alguien que les recordaba que eran mortales. Me imagino que a usted no hace falta que se lo recuerden.
Recientemente uno de nuestros paisanos fue a visitar a su hija, en Zaragoza. Entró en una galería de arte que le sorprendió por las obras que exponía. Preguntó al artista que le atendió si conocía el Centro de Poesía Visual de Peñarroya─ Pueblonuevo, y éste le contestó que “claro que sí, cómo no, si es el único centro de poesía visual en España. Y también conozco y aprecio la obra de Antonio Monterroso.”
Agradezco la sencillez de su trato, y el valor de exponerse a las preguntas de un extraño ─ que no lo es tanto, en realidad, porque pienso seguir leyendo sus poemas─, y al miedo que despierta un papel en blanco. GRACIAS, paisano, por compartir tanta ilusión.
 
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