3 de mayo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

De las Ciencias Naturales

HAY UNA MARIPOSA/ EN CADA FLOR… (“DÍA DE SOL”, JOSÉ JUAN TABLADA)

Pintura China
Pintura China
Hay días, como estos claros del mes de mayo, en que cualquier ventana o tragaluz se transforma en un cotizadísimo paisaje de los que se guardan, como oro en paño, en el museo de la ensoñación. Días en que la naturaleza te pone perdido de verdes─ el color de la vida y el frescor─, de lilas de jacarandas, de amarillos en flor del paraíso ─ el árbol de los jardines del Edén─, de blancos y rosados de magnolios y de ombús.
Son estos días calurosos en que no cambiarías una sombra por una bolsa de oro, que una “buena sombra” ─ya sea en Córdoba, ya en Granada,…─ vale más que un Potosí. Porque, por estos pagos, la sombra lo es casi todo y se mira con recelo a quien tiene mala sombra, o está carente de esas gotitas de arte que tan necesarias son para vivir.
Lástima que en este país se haya puesto de moda, durante tantísimo tiempo, la lapidaria expresión de “¡Que inventen ellos!, pronunciada en su momento por un agónico español.
Gracias a este tipo de actitudes se escenifica aún el enfrentamiento entre las dos Españas: la de los partidarios de las letras y la de los seguidores de las ciencias; la fe y la razón: dos abismos tan complementarios, y tan difíciles de conciliar.
─ No me hable usted de cuentas, que soy hombre de Letras ─ le oí decir a un reputado filólogo, que delegaba sus obligaciones tributarias en manos de un administrador─; le remito a vueltas de correos mi nómina, y los ingresos recibidos por impartir conferencias, y me hace usted la gestión con Hacienda.
Cuando el positivista alemán Rudolf Carnap ─ uno de los filósofos más destacados del Círculo de Viena─ clasificó las ciencias, las dividió en tres categorías: formales, naturales, y sociales; y entre las que tenían por objeto el estudio de la naturaleza incluyó la astronomía, la biología, la física y química, la geología y la geografía física.
La vida y milagro de los animales las hemos podido disfrutar, sin salir de nuestra casa, gracias a la extraordinaria labor de D. Félix Rodríguez de la Fuente, destacado naturalista que a través de sus documentales de “La Tierra y el hombre” nos trajo en conocimiento de las aves rapaces, y de un animal tan mítico como el lobo ibérico.
De los momentos más agradables que como estudiante he podido disfrutar, los viví de mayor gracias a la labor realizada por D. Luis Javier Alberto, profesor de Zoología de la Universidad de Sevilla. El curso, que era una introducción al conocimiento de las Aves Limícolas, estaba destinado a estudiantes de post grado, pero el docente tuvo a bien aceptar a dos alumnos de disciplinas tan diferentes como Filología y Medicina.
Al finalizar el año los discentes sabíamos apreciar las aves que son propias de las zonas húmedas costeras, valorar los rasgos que identifican al pájaro en vuelo y los matices que distinguen al macho de la hembra, y el distinto plumaje de temporada.
Y como conocer es disfrutar, la pasión de aquel carismático profesor se convertiría, pasado el tiempo, en otra forma de lenguaje capaz de contagiar, a quienes tuvimos la suerte de oírle.
Otro tanto me ocurrió cuando tuve entre mis manos el pormenorizado estudio que sobre la Morpho Sulkowskyi realizó nuestra amiga y paisana María Dolores Heredia, en compañía de su esposo ─ biólogos de botas, que no de bata, como la referida entomóloga acostumbra a decir─. Allí era cosa de disfrutar la labor del estudioso, persiguiendo bolígrafo en ristre a las mariposas, recorriendo junto a ellas las laderas del valle de Aburrá, apostado junto a una quebrada ─ como el del carnavalito aquél de Adolfo Ábalos─, tomando notas del primer instar, describiendo minuciosamente los colores (crema, azul nacarado, marrón...rosado de las setas suaves y plumosas), admirando el sotobosque o la grandeza del dosel, observando los huevos de larva tras las hojas de chusque, o asistiendo al espectáculo de una corta persecución entre dos machos, causada por una hojita que la corriente arrastró...
En una descripción científica que más parece el arco iris en la paleta de un pintor adolescente que un tocho "de memorión", Mari Loli entrelaza la ciencia y el arte con una delicadeza tal que es tan sólo comparable a los dibujos con que nos regaló la naturalista alemana Maria Sibylla Merian (1647- 1717).
Con tan sutil observadora, y con tan preciosos dibujos, no habría peligro alguno en dejar a los niños sentados ante el pupitre, proyectando escenas más dulces y mucho menos escabrosas que las que imaginó Ray Bradbury en su relato “La Pradera”.

Acabo de leer un libro, que lleva por título El Naturalista, de Wilfrid Blund, en el que se da cuenta de la vida, obra y viajes de Carl von Linné (1707─ 1778).
Lo que en apariencia es un tocho para quienes gustan de las ciencias se deja leer con la fluidez de una novela de aventuras y la intriga de un folletín. Nos habla de un hombre que creyó ser instrumento para poner orden al caos que hasta entonces imperaba en la nomenclatura de los tres reinos: el vegetal, el animal y el mineral; alguien de quien dijo uno de sus contemporáneos que era “el favorito más íntimo y escudriñador que jamás honró el corazón de la naturaleza”.
 
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