19 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Las corraleras
Sorolla
El patio de vecindad es un espacio arquitectónico que aún podemos encontrar en ciudades andaluzas como Córdoba, Granada, Sevilla, Cádiz y Huelva.
El pasillo sin salida del adarve con el tiempo evolucionó al popular corral de vecinos, constituido por un patio central al que se abren las puertas y ventanas de un grupo de casas.
La cuestión arquitectónica, sanitaria, y social de estos corrales ha sido objeto de estudio por parte de profesionales y eruditos como el Dr. Hauser, D. Luis Montoto y Rautenstrauch, D. Francisco Morales Padrón, y otros…
El alma de un corral de vecinos es su gente, la necesidad de convivir, de compartir alegrías y problemas, como quien vive en familia.
Un corral de vecinos me imagino que fue el "patio" de la calle Dueñas, donde vivió D. Antonio Machado Ruiz. Un corral de vecinos, el Corral de los Olmos, fue el proyecto original de la actual Plaza del Triunfo, junto a la Giralda y al Palacio Arzobispal. Y de un corral de vecinos salían a trabajar, cual palomitas curiosas y almidonadas, las industriosas "cigarreras", como la Carmen a quien dio vida Bizet.
Y en ese lugar, en el que aprendían a bailar las niñas, entre el juego y la imitación, siempre hubo un momento justo para las celebraciones. Y nacerían así las sevillanas “corraleras” que, como dice el amigo Isaac Prieto: “Un hombre canta, /cuatro aplauden, / todos beben. / Fiesta grande...”
¿Os figuráis que vivíamos allí, y que nos pedíamos unos a otros una taza de caldito, o una pizquita de sal, y que nos salíamos fuera para charlar unos con otros y tomar unos vinitos?
Estábamos, hace pocas fechas, Antonio Castro, Paco Soriano, su mujer Sunsi, su perrito de peluche y yo, en amigable charla que copaba todo el centro de la calle Asunción, cuando hete aquí que se vino hacia nosotros una señora muy "estilosa", y tan mayor como para llamarnos "jóvenes", dándole gracias a Dios por regalarle un día más para disfrutar del aire, del sol, de la vida, y de nuestra simpática compañía...
Para mí que esta entrañable señora, que de un vistazo “nos retrató”, era una "degustadora" de esa entrañable cocina que da en sacar los mil sabores de la vida, y una experta en darle vida al personal. Tanto la animamos en su agradabilísima conversación que se nos puso a "sevillanear", allí en medio de la calle, y a hacer gestos y flexiones de aflamencada gitanería.
De no ser por mis acompañantes, que no se sabían la letra del "Pastilla de jabón a real,...", o aquella otra de "Por el puente Triana, pasa la Reina...", es segurísimo que nos habríamos echado unos bailes.
Siguiendo la opinión de uno de mis mejores amigos las sevillanas es un baile "sexual", porque sexual, según él, es todo lo que huele a gloria.
Si conocierais, como yo, a esa "fina estampa" de caballero lo acabaríais de entender.
Fue una tarde - noche de feria. Tomábamos una manzanilla, en amor y compaña con algunos miembros de la familia, cuando una chica se acercó para solicitarle un baile. Saltaban chispas en el aire que yo no me atrevería a interpretar, pero que me dieron la justa dimensión del mejor de los espectáculos.
Al finalizar, mi amigo, que, como ya os dije, es un caballero de los de antes, de la cabeza a los pies, acompañó a la joven hasta su asiento y le dedicó una flexión de cabeza que no se la hicieron ni al Mohammad Reza Pahlevi de Persia.
Luego, en la tranquilidad de una mesa me venía a preguntar: ─¿Me mira..? Y vaya que le miraba. Y luego volvían los dos la cabeza para mirarse.
Cuando en el País Vasco un centenar de jóvenes aprendía a bailar sevillanas les solíamos decir que se fijaran en el momento final del baile ─ "el bien parao"─ y en su peculiar filosofía. La chica se estira hacia las alturas, estilizando la figura, mientras el chico, brazo derecho en alto, e izquierdo en horizontal, rodeando la cintura femenina, compone una pose achaparrada y "terrenal". Luego, mirándose a los ojos se dicen: “Hemos llamado a las puertas del cielo”. A continuación los bailarines se separan, dejando así constancia de la fugacidad de cualquier forma de escultura, pues nada en esta vida es duradero y hasta la belleza, cual frágil azucarillo, se deslíe en un instante atroz, como diría el poeta Jorge Manrique
Las que interpreta Rocío Jurado, con su prístina voz, son de las más populares. El grupo de baile que Carlos Saura dirigió es la mar de heterogéneo y si hay una palabra que lo defina es la “actitud” de los “bailaores”. En todos está presente ese brillo en los ojos y una cierta intencionalidad, la de “herirse”, o la de "herir". Unos diálogos de amor como los que dieron fama a León Hebreo:
─ Que está loquito por mí me dice al oído,
Virgencita del alma. / Y sabrá el maldecío mentir... me lo he creío
El que me habla de amor me vuelve mochales.
Yo no tengo la culpa de que sean los hombres así, tan especiales
Y es que me dejo llevar de dulces palabritas de amor
y luego que me dejan plantá me dicen con salero: perdón
que de lo dicho no hay na.
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