17 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Cambalache

Cambalache
Cambalache
Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor
Ignorante sabio o chorro /generoso o estafador.
Todo es igual, nada es mejor (…)
Si uno vive en la impostura, / y otro roba en su ambición
da lo mismo que sea cura, /colchonero, rey de bastos,
cara dura o polizón (…)

En el proceso de digerir la lectura del tango que escribió Enrique Santos Discépolo, y que interpretó de dulce Carlos Gardel, he llegado a la conclusión de que “igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida”, y se hace difícil distinguir entre el original y la falsificación.
A nivel humano la cosa se complica cuando adviertes, como diría Jorge Luis Borges, que cada hombre es todos los hombres, y que el que en apariencia parecía ortodoxo resultaba ser heterodoxo, y que el que se supo traicionado no pasaba de traidor.
Qué tremendos dilemas nos plantea la vida y cuánta comedia “de figurón”, que diría el famoso vate nicaragüense:
─ A la sociedad, mientras no venga una revolución de todos los diablos que la destruya o que le dé la vuelta como un guante, hay que tenerle, ya que no respeto, siquiera temor; porque si no la sociedad sacude; pone la mano al cuello, aprieta, ahoga, aplasta.
Cuando, con motivo de un trabajo de investigación, visité el pueblo ciudad─ realeño de Piedrabuena le pregunté al único parroquiano de un bar por un escritor andaluz, cuyo solo nombre bastaría para prestigiar aquel olvidado rincón.
─ ¡Ah!¡Sí!¡El facha!, me contestó.
No quise ahondar en la herida de aquel cántaro sin agua. Le di las gracias por la desinformación y me fui, dejándole puesta en la cara una sonrisa de felicidad.
Si resulta alevosa la torpe leyenda forjada contra un individuo, cuánto más nos parecerá la mentira americana del “Maine”, y la desigual batalla de Cavite. Leed el relato “Victoria”, donde dice el escritor inglés Robert Bontine Cunninghame Graham:
─ Cuando herimos a un hombre y vemos su sangre podemos conocer su naturaleza por la manera en que éste lleva sus heridas y los españoles, heridos de muerte, seguían presentando batalla (…) mientras los yanquis chillaban como perros callejeros a la primera ocasión a pesar de su dinero, de su número y de tener todo a su favor.
Y en el tema de la sangre, y en cómo llevar las heridas de guerra pensaba cuando leí esta misma mañana las declaraciones de un fingido deportista ─ que presume ser del Betis, “manque pierda” ─, que siempre jugó a echar los balones fuera.
Más esquinada en el Diario, figuraba una noticia sobre el interventor general de la Junta entre los años 2000 y 2010.
Para este funcionario la conducta de los Chaves y Griñán es una indignidad, pues amén de refugiarse en el aforamiento, es “indecente desviar hacia los inferiores la responsabilidad por actos propios”.
Cuantísima pedagogía se encierra en las declaraciones de quien ejerce su auto─ defensa mediante el buen uso del lenguaje y de los signos de puntuación.
En un relato de Mario Benedetti, que lleva por título “Cambalache”, se habla de la selección argentina de fútbol, y de que en una ocasión en que visitaron el Viejo Continente, un jugador, el delantero centro, cantó la canción de Gardel en lugar del himno patrio.
Qué otra cosa mejor podría cantar un buen argentino, si les abocaron al corralito, y llenaron su mundo de mentiras los mismos que, por semejante acción, le condenaron al ostracismo del silencio y de la mentira, al exilio interior y exterior.
La misma tiranía que condenó al destierro a Unamuno, a Séneca, a Blanco ─White, a los “trasterrados”, y a toda una larga “cadena” de liberales que Narváez envió a Filipinas.
La España que pintó Machado fue la de los prohombres de bigote gris y “labios de hastío”, la de los que supieron asegurarse el pan de los invitados de por vida; la de los que se alegrarán las pajarillas en el transcurso de esta feria con una suave manzanilla, una varita de mimbre y un catavinos en la mano, refiriéndonos las mentiras del rey que rabió, mientras sus números crecen en paraísos fiscales.
Para mear y no echar gota. Como diría el flamenco:
─ Desgraciaito el que come/el pan por manita ajena
siempre mirando a la cara/ si la pone mala o buena.
 
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Comentarios

ResPublicae
17-04-2015 19:13:20
¡Chapeau!
 
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