15 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Lisístratas de amarillo y de azul

El líder Orador
El líder Orador
“Los caballeros, por muy caballeros que sean/ son una carga para los caballos. / Y empalagosos por lo general”. (José Luis Cuerda)


Según el astronauta español Pedro Duque dentro de cincuenta años podríamos estar viviendo, perfectamente, en otro planeta.
Como para entonces no estaremos por estos lares, no tendremos que acostumbrarnos a la Tablet ni a otros tales inventos, que para muchos de los mortales no son parte de su historia, ni espejo donde se puedan ver:
─ No habría historia, se nos figura, si el hombre no fuera esa criatura necesitada de tanto para su simple ir viviendo, necesitada hasta de una revelación: de verse y de ser visto. Ya que sin saberse o soñarse visto no empieza tan siquiera a ver. (María Zambrano)
Las mujeres ucranianas, defensoras de su dignidad, se conjuraron el pasado año para abstenerse de hacer el amor con los invasores rusos, hasta que aquéllos no pongan fin al conflicto en que han sumido a su país.
Envueltas en su bandera, de amarillo y de azul, las vimos casi desnudas, proclamando a los cuatro vientos su anhelo de libertad
La historia no es nueva. Ya la contó el griego Aristófanes, en una comedia genial. Lisístrata, una mujer ateniense, harta de que su marido estuviera siempre en guerra, reunió a las griegas para plantearles cómo acabar con las guerras del Peloponeso. El truco consistía en juramentarse todas para excitar a sus maridos y, para después, bien cebadito el anzuelo, condenarles a la abstención sexual.
Nada nuevo bajo el sol. A tan solo un tiro de piedra para vivir muellemente en un planeta ¡tela de guay!, aún seguimos recurriendo a las mismas soluciones que usaba el anciano Matusalén.
Chéjov, en sus cuentos, parece jugar con sus personajes al juego de la rayuela haciéndoles saltar el abismo que separa el sueño de la realidad; y al mismo tiempo plantea esos temas tan recurrentes en todo tiempo y autor: la soledad, la frustración, el paso del tiempo, el deseo de libertad, el anhelo de felicidad en el hombre, la imposibilidad del amor, etc…
En el relato “Señoras” el escritor ruso nos muestra al director de las Escuelas Municipales recibiendo en su despacho al profesor Vremenskii, para comunicarle su cese de la forma menos traumática posible, que a su buen entender consiste en ofrecerle el trabajo de escribiente:
─ Usted aquí es uno de los nuestros. Ha trabajado con nosotros durante catorce años, y ello significa que tenemos que ayudarle.
Pero las palabras son aire, y mantener lo prometido no es fácil. En los días sucesivos Fedor Petrovich recibe las “sugerencias” de su esposa, de la mujer del alcalde, y de otras tantas señoras que apoyan al recomendado.
Cuando recibe por fin la visita de Vremenskii, el director está frente a él largo rato, sin resolverse a decirle la verdad. Buscaba las palabras, se trabucaba y no encontraba ni el modo de empezar, ni qué decirle.
─ ¡No tengo plaza para usted!.. ¡No y no!.. Déjeme en paz! ¡No me atormente!.. ¡Déjeme en paz!¡Hágame ese favor!
Y salió pitando del despacho.
Sentimientos encontrados en la elección del recomendado de turno, o del candidato ideal con quien compartir los mejores años de la vida.
Poliñka, una “rubia, menudilla y vivaz”, no termina de decidirse en tan complicada elección.
A las dos de la tarde se le ocurre visitar una gran mercería para hablar con Nicolai Timofeich, que es el dependiente que habitualmente la atiende.
Inclinada sobre el mostrador, la joven le pregunta en voz baja:
─ ¿Por qué se marchó usted de nuestra casa tan temprano el jueves pasado, Nikolai Timofeich?
─ ¡Hum!… ¡Es extraño que reparara en ello!… –contesta con una ligera sonrisa el dependiente─. ¡Estaba usted tan entretenida con el señor estudiante, que… es extraño que se diese cuenta!
Poliñka se ruboriza y calla. Con un temblor nervioso en los dedos, el dependiente va cerrando las cajas y colocándolas, sin la menor necesidad, unas sobre otras. Transcurre un minuto de silencio.
─ ¿Que por qué ?.. Pues muy sencillo… Usted misma tiene que comprenderlo. ¿Para qué mortificarme? ¡No sé verdaderamente por qué! ¿Acaso puede serme agradable ver hacer papeles junto a usted a ese estudiante?… ¡Yo lo observo todo, y todo lo comprendo!… ¡Ya desde el otoño le hace la corte en serio… y usted se pasea con él casi diariamente, y cuando le tiene de visita en su casa, se lo come con los ojos, como si fuera un ángel!… ¡Está usted enamorada de él! ¡Para usted no hay hombre mejor!… Pues si es así… ¡perfectamente! ¡No hay nada más que hablar!
Poliñka guarda silencio y, turbada pasa un dedo sobre el mostrador.
─ ¡Todo lo veo muy claro!… ¿Qué razón hay, por tanto, para que vaya a su casa?… ¡Yo también tengo mi amor propio!… ¡A nadie le gusta ser el undécimo!… ¿Qué me pedía usted?
En un momento determinado de la conversación Poliñka se echa a llorar; el joven, intentando ocultar las lágrimas de la mujer amada, y disimulando sus aprietos, se lanza a pregonar los artículos en voz alta:
─ Españoles, rococós, sutás, cambrés… ¡Medias de hilo de Escocia, de algodón, de seda!

Richard Conniff, en su Historia Natural de los Ricos, refiere que si se le enseña al macho alfa a sacar bananas de un recipiente, todos los gorilas lo imitarán y aprenderán la técnica de inmediato. “Algo muy parecido ocurre entre los humanos: los pobres, casi irremediablemente, predican en el desierto, y en cambio basta que un rico tosa para que casi todos consideren que su tos es elegante e inteligente. Hasta la imitan. Incluso los jefes comunistas (supuestamente igualitarios) de los grupos guerrilleros, se llevan a la cama a las guerrilleras más atractivas”.
Los seres humanos nos comportamos, en opinión de Conniff, como si fuésemos una manada de gorilas de espalda plateada en la que se obedece y se sigue al macho dominante.
Y digo yo que qué interés nos merecen a nosotros los Clinton, los Berlusconi, y esa fauna de Jefes de Estado, que pasean subidos en zancos para parecer más altos, para que terminemos dándoles siempre la razón.
¿No sería deseable que ocupasen esas cátedras una Clara Campoamor ─ la primera mujer que habló en la Sociedad de Naciones─, una María Zambrano─ filósofa de la pasión─, una Emilia Pardo Bazán, o una Rosalía de Castro─ gallegas, melosas de lluvia ─, una enamorada Zenobia Camprubí, una Josefina Aldecoa, una Carmen de Burgos, “Colombine”,…
Si ya lo decían los hermanos Álvarez Quintero, cuando titularon a todo un pueblo ─Puebla─ con aquel adjetivo tan puntual: “de las Mujeres”.
Y, como colofón del artículo, no había de pasar por alto la excéntrica personalidad de Amelie ─ Amelie Poulain, la joven de las casualidades, empeñada en arreglarle la vida a los demás─ ; la pasión otoñal de Francesca Johnson (Meryl Streep), que en aquel verano de 1965 paseaba su amor por Los puentes de Madison; o la rebeldía de Wadjda, esa niña divertida que, por competir en el juego con su amigo Abdullah, no cede en la intención de disfrutar de La bicicleta verde, aunque para ello tenga que saberse de memoria el Corán, o ponga a su madre en el aprieto de comprarle una bicicleta, condenada ésta a sufrir la poligamia de su marido, y el cinismo e intolerancia de un determinado tipo de sociedad.
 
Mujeres
           
 
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