8 de abril de 2015 | Lourdes Sánchez de Mora Cortés
Reflexiones sobre el pregón de la Semana santa 2015
LE DEDICO A MI MADRE ESTAS PALABRAS
Todavía emocionada con el pregón que vivimos ayer en la Parroquia de Santa Bárbara de Peñarroya-Pueblonuevo de la mano de D. José Antonio Gallego Gordillo, en un acto organizado con todo esmero por la Hdad. del Santo Entierro y Ntra. Sra. de los Dolores, en el que pudimos disfrutar todos los presentes.
Hoy 22 de marzo, domingo de la 5ª semana de Cuaresma, abro el evangelio y le pido a Dios que me ayude a darle voz a mis sentimientos porque no es fácil.
Agradezco al “Padre Balilla” como le gusta que le llamen, sevillano cofrade y sacerdote, ese pregón de pasión, con fuerza en su mensaje de perdón, de esperanza y de resurrección que representan nuestra Semana Santa.
Hizo un recorrido emotivo de la Semana Santa de nuestro pueblo, entrelazando ese sentimiento cofrade del que aprendió de niño, con el mensaje de una vida cristiana. Emocionó a los allí presentes, en un entorno entrañable, nuestra Parroquia de Santa Bárbara llena de buenas personas, familiares y amigos con esa poesía cofrade de un gran maestro.
Y ahora viene lo difícil, decir eso que más duele y que se podría decir por lo bajini a los más allegados, o simplemente guardar para mí, porque eché en falta algo que a él mismo le dije y que hoy quiero compartir en voz alta con las gentes de mi pueblo.
Me llevó al Pregón el ser hermana del Santo Entierro y de la Virgen de los Dolores, para encontrarme con mis raíces, con tantos recuerdos que he vivido en casa y que desgraciadamente ya no puedo compartir con mi madre, Josefina Cortés Gallego. Ella es la razón más importante de hacer este escrito, estará en el cielo junto al Señor.
El Santo Sepulcro, nuestro Señor del Santo Entierro, chiquito y frágil, allí escondido en la capilla de nuestra Parroquia, es la más importante representación de amor, con la muerte de Jesús por todos nosotros.
Ella me enseñó a mirarle con cariño, a rezarle, a tenerlo siempre presente, ella también era chiquitita y pizpireta, y tenía una bondad tan grande como su corazón. Mujer de fe y de grandes convicciones. Nunca le escuché una mala palabra hacia nadie. Ella, con su sonrisa amable, dulce y generosa, es la persona que más me ha enseñado con el ejemplo su amor a Dios.
No conocía el diccionario cofrade, ni de estatutos, ni de junta de gobierno, pero si de hermandad, de querer al prójimo, a su parroquia. Fue a misa a diario mientras pudo, y con 95 años la llevábamos en silla de ruedas, donde se encontraba feliz junto a la capilla del Señor, siempre la vi sentada junto a Él. Le encantaba rezar y recibir al Señor.
Don Francisco y Don Gregorio le llevaban la comunión en sus últimos días. Y justo fue en el Triduo de la Virgen de los Dolores el último día que visitó el sagrario, guardo una foto junto a la Virgen en el Altar.
Ella no hacía ruido, no estaba en la lista de las personas enfermas que visitó el Obispo de nuestra Diócesis, pero a ella eso no le habría importado, era muy querida, sencilla y buena. Murió en paz, rodeada de todo el cariño, con su rosario en la mano y el amor a Dios.
Ese Cristo yacente al que tanto amaba, el Señor del Santo Entierro, vino a caer a sus manos cuando llegó a la Parroquia y aprendió a vestirlo, a adornarlo con flores, a mimarlo con todo el cariño, con los años pasó a manos de la Parroquia y siempre vi a buenas personas junto a Él trabajando con buena voluntad y de forma incondicional.
Qué sorpresa cuando el Cristo llegó a la Parroquia hace 75 años, una imagen tan chiquita que jamás pensaron devolver. Y qué bonito es, nunca he visto otra imagen tan bella, tan dulce, hecha con tanto cariño en las penas de un preso según me contaba mi madre, en esa urna de tanta finura y belleza, queriéndolo desde que llegó por lo que Él representaba.
Le decía ayer a nuestro invitado al Pregón, D. José Antonio Gallego, (Gallego como mi madre), que había echado de menos un pellizquito, un gesto de amor a ese Santo Entierro de nuestra Parroquia, en tan emotivo recorrido por nuestras hermandades que nos dedicó y nos deleitó pasando por todos los días de Pasión; tenía que haberle mirado a los ojos, haber contemplado su rostro y su cuerpo frágil de dolor antes del Pregón. Cuando llegaba la hora de recrearse en el Viernes Santo, en el Cristo yacente, pasó de puntillas en un reclamo por la falta de costaleros y tener que llevarlo con ruedas, aunque con unas palabras muy bonitas de poesía cofrade.
Ahora recuerdo las palabras de agradecimiento de mi madre hacia los hermanos de Ntra. Sra. de la Amargura, cuando con su cuadrilla se ofrecieron para llevar al Señor yacente por las calles de nuestro pueblo. El capataz de entonces, le dijo a mi madre “que temían que no les hubiera gustado a los hermanos del Santo Entierro que su cuadrilla se hubiera brindado a llevarlo”, y ella extrañada nunca lo habría sentido, ni pensado. Era un gesto de verdadera hermandad y ella se sintió feliz de ver al Señor tan querido y arropado por todos aquellos hermanos, gentes de bien que arrimaban el hombro con el más frágil.
Es verdad que no hay costaleros. El Santo Entierro ha salido el Viernes Santo por nuestras calles solitarias, siempre con frío, en la oscuridad y en silencio, con ruedas o sin ellas, siempre con la representación de todas las hermandades, cada una de su color acompañando al Señor y a la Virgen en el viernes de mayor dolor.
Querer a nuestro Señor del Santo Entierro y a la Virgen de los Dolores es llevar un sentimiento profundo, sentir un desgarro en el corazón cuando los miras, sufrir para ponerlos en la calle, emocionarte y sentirlos como muestra de amor y de resurrección, por encima de todas las adversidades del mundo cofrade. Hermanos fieles, que acuden hasta Él desde donde estén cada año, sólo para acompañarlo en su procesión, poquitos pero grandes de corazón, los más fieles que conozco desde que era pequeña, allí, para sentirlo de cerca en una hermandad sencilla.
Aprendí a amarlo con ella, y allí donde esté mi madre, estará feliz junto al Señor y hoy estará agradecida a Don José Antonio Gallego por sus palabras en el Pregón de la Semana Santa de 2015.
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