8 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Pasa Sevilla
Los Seises, de Gonzalo Bilbao
En estos pasados días la ciudad estaba como para tirarse de cabeza "a la santa calle". Toda ella respiraba arte, como ese saloncito familiar en el que hasta la más pequeña minucia se siente pletórica por desempeñar su papel.
Y en esta especie de retablo de las maravillas sólo queda abrir mucho los ojos y no dejar de observar.
Los olores, los colores, la música, el comportamiento del ciudadano en la bulla, su manera de rezar con la mirada y la expresión...
A callejear por Sevilla, y a lanzar piropos al aire, va todo aquel que tiene una alegría o una pena por cantar; quien está tocado por el dedito del arte, o quienes se sienten motita de polvo en la magia de un microcosmos.
A la hora de pasar la Virgen de la Paz por la Plaza de España, cuando el silencio de las estrellas se habían adueñado ya del ambiente, sonó una sardana: "La Santa Espina". Qué manera más sutil de "españolear".
Durante unos instantes se me vinieron a la mente las manifestaciones tan variadas de ese espíritu tan nuestro, que nos cala el alma con sus puñalitos de sal, ya sea en la tonada de un fandango, de una jota, de una seguidilla o de un verdial.
Como dice la zarzuela: "De España vengo (...) Y en mis ojos me traigo luz de su cielo/ y en mi cuerpo la gracia de la manola".
¿Sabéis que el primer compositor de la sardana fue un andaluz de Jaén?
Hace muchísimo tiempo leí un relato de ciencia ficción cuyo autor ─ me suena que Isaac Asimov ─ planteaba el tema de la influencia de la literatura en nuestra civilización. Antes de la invasión de nuestro planeta por los marcianos uno de aquellos extraterrestres, que previamente se había documentado acerca de nuestra clase de vida, y de nuestras distintas formas de motivación, planteaba la imposibilidad de vencer a unos individuos a quienes, desde la cuna, se les había transmitido la idea de que eran príncipes y princesas, y unos “tesoritos” de sus padres.
Y aquel ser tan advertido no se equivocó.
Música, literatura y tradición son las claves del meollo, la razón de que cada pueblo responda a una manera de ser, o lleve grabado su destino a flor de piel…
Locos de atar y enamorados hemos estado, estamos, o estuvimos alguna vez; y en Sevilla hay una copla para todos aquellos que tienen un sueño y un suspiro por respirar.
A las mocitas de Sevilla, llámense Carmela, María de las Mercedes, Reyes, Dolores o Inés, les ronda un D. Juan en cada callejón o placita; y a todo Juanillo le asaltó, al revolver de una esquina, el resplandor de un rayo de luna o el perfume de un azahar:
─¡Ay, barrio de Santa Cruz,/ ay Plaza de doña Elvira,/ hoy te he vuelto a recordar/ y me parece mentira..!
En esta ciudad a los santos importantes se les trata de tú, no por falta de respeto, sino por verdadero amor, por no dejarles solos en la frialdad de una hornacina; así, en Triana, la Señá Sant´Ana vive feliz entre sus gitanitos; y para que nada le falte le hacen palmas el Niño Manué y el Señó Joaquín.
Aquí a la Madre de Dios le echan piropos los hombres, las mujeres y hasta los niños, como podéis ver en la Octava del Corpus, en que unos críos (Los Seises), vestidos de rojo o de azul, danzan y bailan en honor de María, con una elegancia y una alegre sobriedad que ya es habitual en ellos desde el siglo IV, y que no es una moda de ayer mañana:
─ En las hojas del tiempo/ Catedral de Sevilla/ Has escrito las glorias/
Del candor de María/ Con acento de arte / Religiosa armonía/
En las hojas del tiempo/ Catedral de Sevilla.
Mucha gente de fuera lo ha sabido entender; como ese navarrico de Burlada que vino hasta aquí para hacer un Miserere que nos alegrara a todo el corazón; que erradicara del alma los presagios negros y tristes de esa terrible contrición que se planteara el bueno de Bécquer; que nos transportara hasta los cielos en el “do” de pecho de un tenor ─el sin par Julián Gayarre─, y que nos abriera, triunfantes, las puertas de Jerusalén.
Sólo tenéis que escuchar el REDDE (Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga) en las voces de unos niños, para ver qué se cuece en esta tierra.
Ya lo comentaba Alberti. Pasaba “la Trianera” por el puente de Triana y el escritor recibía el saludo de sus camaradas de partido, convertidos por unos días en cofrades y costaleros. Eran aquellos días de la República.
Para tomarle el pulso a Sevilla no hace falta que te acerques a una iglesia, o que te asomes a la catedral. Te sobra y basta con echar a andar por las calles con una simple consigna:“¡A la p. calle..!”
A la santa calle, que dirían los más recatados, que ya van entonando su canción:
─ En el Arco de la Macarena, / nardo y yerbagüena, / la Virgen está,/
Esperanza que ríe su pena, /morena, /Niña de Gracia llena /
y Reina de la Madrugá.
¡ Guapa, guapa! se oye gritar. /Sevillana que ríe su pena, /Azucena,…
Hoy os dejo con una lluvia abrileña que descargó con gran estrépito; con esas lágrimas de nostalgia que suenan “a campanillitas” cuando, por la calle Mateos Gago, ya se empieza a oír la marcha optimista y solemne de Manuel López Farfán.
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