23 de marzo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

En la arboleda de la verdad

En la arboleda de la verdad
En la arboleda de la verdad
Leo con satisfacción que la Asociación de Madres y Padres del colegio Alfredo Gil se une al proyecto “Persona Libro”, cuya finalidad es el fomento de la lectura y la defensa de los libros. Magnífico ejemplo, que merecería la pena que tuviera una gran aceptación.
Porque a partir de mañana nadie esperará a que el padrino del frac le autorice la entrada a la fiesta. El señor bibliotecario habilitará, en uno o en varios estantes, una sección de “Local”, donde alumnos y profesores, escritores y artistas que dan prestigio a ese Centro, ocupen un sitial de honor. Un habilitado de la Asociación tirará de su precioso tiempo para solicitar la aportación gratuita, por parte de los autores, de uno o varios ejemplares.
Entrar en el bosque encantado que oculta una obra de arte, o que se esconde tras la pasta de un libro, es una de las mayores aventuras que un niño puede vivir; y apostar contra la ignorancia, contra los falsos profetas y contra odiosos prejuicios, la mejor actitud que un padre puede adoptar en la desigual batalla que nuestra sociedad libra contra la desilusión y la falta de ideales que afecta tanto a nuestras vidas.
“¿Quién quiere vender conmigo la paz de un niño durmiendo?”, dice la letra de una canción que interpreta el grupo “Mocedades”.
¿Se anima usted a contestar?
Desde luego, si me dirijo a usted de manera tan directa es en la confianza de hablar con alguien que, en el día a día, se deja la piel en el intento─ como los padres y profesores del “Alfredo Gil”, o del “Eladio León”─, para quien la felicidad de un niño es un tema innegociable a cualquier efecto, aunque se empeñe en lo contrario el mismísimo Herodes.
Que a nadie en su sano juicio se le ocurriría preguntar al Bobo de Coria, a Periquillo el de los Palotes, al Sastre de Campillo o a uno de esos directivos de las “tarjetas black”. Correría el riesgo de que le pidiesen una buena cadena de oro, un chalé con piscina, uno de esos sueldos vitalicios de Nescafé; o todo un “cuento de hadas”, como la chica de “Pretty Woman”.
En todo caso, y si no está usted por el rollo, también le podría preguntar a Antonio Muñoz Molina, que para eso es funcionario y académico de postín de la Real Academia Española:
─ La enseñanza pública se deteriora irreparablemente en España gracias a una conspiración de ignorancia tramada desde hace años por la chusma política y la secta pedagógica (…)
Con el estímulo de sus profesores una “juventud solar” del IES “Florencio Pintado” se ha echado a la calle, pertrechada con la magia de su alegría y la ofrenda de unos versos, para saludar a la primavera y dejar por los filos de las esquinas la “primera verdura” de lo nuevo:
─ La juventud siempre empuja, / la juventud siempre vence,
Y la salvación de España / de su juventud depende.
Mientras haya padres abnegados─ como Jean Valjean ─, y generosos maestros, no habrá un niño que se pueda sentir “miserable”.
En uno de sus relatos Luigi Pirandello refiere el secuestro de “Guarnotta”, un viejo agricultor. Los secuestradores, tan analfabetos que desconocen que con un lápiz sin punta no se puede escribir, acabarán conviviendo fraternalmente con el anciano. Le acompañarán noche y día; sabrán de la soledad en que la vive en el seno de su propia familia; le oirán hablar de las estrellas, y se ilustrarán y recrearán con su jugosa conversación.
¿Diferente esta experiencia a la de alguien que aprendió a soñar en las páginas de un libro, o a sacarle punta a la vida en trato amable con su maestro?
El bandido aquél era un tipo tan agradecido que cuando el destino lo enfrentó a aquel anciano, ciego y achacoso, que andaba dando tumbos por la vida y que había sido su maestro, no dudó ni un segundo en compensarle con todo el dinero que tenía recaudado.
El jovencito de mi cuento se sabía muy desgraciado, era feo, cabezón, desproporcionado, y tremendamente falto del amor de sus padres. Su obsesión fue escribir, y exorcizar los fantasmas de una vida de desencuentros. Se llamó Honoré Balzac, y sus libros se plagiaron por miles; Federico Engels dijo de él que había aprendido más de sus libros que de “todos los historiadores, economistas y estadistas juntos”.
Demos de lado, por un solo unos días, a nuestros problemas, y atrevámonos a compartir con nuestros jóvenes la aventura de un libro, la caricia de unas palabras o la esperanza de un verso.
 
En la arboleda de la verdad
                           
 
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Comentarios

Joaquín Rayego
25-03-2015 20:38:04
¡Mi más sincera enhorabuena, profesor! Siga en su línea y no desespere. Que cuando sea ceniza, o cua...
 
Antonio Martín
23-03-2015 18:24:53
Hola, me doy por aludido en su artículo. Soy ese @1tristeprofesor que intenta cambiar la actitud de ...
 
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