17 de marzo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Quien no vio Sevilla...

El patio de Monipodio de Manuel Rodríguez de Guzmán
El patio de Monipodio de Manuel Rodríguez de Guzmán
 “He vivido cuatro días:
Tres no fueron sevillanos
Llevadme a la tierra mía”. (Rafael Montesinos).

Lo hemos vuelto a ver en una de esas luminosas mañanas en que la odiosa calina impide captar con las lentes de los ojos la auténtica realidad. Llevaba una mano en alto, y con ella cogía un altavoz para hacerse notar.
Detrás de él formaba un nutrido grupo de personas que no acababan de entender bien sus palabras, pues aunque la expresión de su cara reproducía los diálogos, lo que en realidad chanelaba era una extraña mezcla de jerga internacional muy habitual entre los políticos.
El conocido garifero del que hablo fue uno de esos rufianes cuya historia refirió Cervantes tras su estancia en Sevilla, ciudad en la que fue nombrado comisario ayudante por D. Antonio de Guevara, Proveedor General de las Armadas y Flotas de India, un 12 de junio de 1588.
Monipodio se marchó de su arrabal cuando fue declarada su casa en ruinas, tras la terrible explosión del Molino de la Pólvora─ ubicado en lo que en la actualidad es la calle de la Troya─ que echó por tierra al convento de Los Remedios, e hizo trizas las vidrieras de la catedral.
Hoy ha vuelto a su barrio para celebrar, a su modo, el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha; amén de que en la Cava de Triana, se ha vuelto a escuchar una terrible explosión, tamaña a aquella que echó a volar por los aires los cimientos del Barranco, los sótanos de la Gürtel, los ERES, el caso Noós, Bankia, la operación Púnica, la sonrisa de la folclórica, y la honorabilidad de Pujol.
Quizás por este motivo su temible entrecejo, su encopetada chulería, y su natural recelo hacia alguaciles y corchetes, se ha trocado en zalamería hacia curiales y parroquianos de la auténtica moral; que tampoco estaría de más decir que Monipodio presenta su candidatura a las próximas elecciones.
Tras haber sido investido caballero por el Ventero Mayor de la Junta ya puede lucir en su pecho su mejor cacharrería, mostrando así antiguos méritos de estudioso de la briba, Caballero del Sablazo, Hermano Mayor de la Cofradía de la Risa, y Doctorado “cum laude” por las universidades del Potro, los Percheles, Caño de Vecinguerra, Rondilla, Olivera, Azogueje, el Compás, Ventilla, Almadrabas, y Playa de Sanlúcar, entre otras.
A día de hoy Monipodio se ha convertido en un elemento indispensable en la ciudad, y disfruta de una gran reputación en las mesas de trabajo entre empresarios y representantes de los trabajadores.
Sus sudores le ha costado, que nunca excusó su asistencia a un entierro, ni a una solemne procesión, ni a una misa de difuntos; fuera aparte que es uno de esos poquísimos cargos que suele acompañar al finado hasta su morada final, echar unas lágrimas por él y rezar una oración mientras mira de reojo, ora al cielo, ora al suelo, para no volver a caer en un triste bache.
Porque amén de ser uno de aquéllos que con la recomendación y el ladrillo prestaron a la urbe una lustrosa pátina de eficacia y modernidad, en los años de la Expo, Monipodio conoce mejor que nadie los sótanos y muladares de aquella vieja ciudad de la que Lope de Vega encarecía su riqueza y el crecido tránsito de extranjeros─ italianos, alemanes, flamencos, franceses…─ que “a quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer”:
─ Aquí, donde es hoy la calle Betis ─ comentaba a sus votantes─ estuvo el corral de vecinos donde nací; aquí, a tan solo unos pasos, se situó en otro tiempo el Puerto Camaronero; allí, la Escuela de Mareantes…
Desde este lugar privilegiado aún pueden observar las aguas del Río Grande, que llegan hasta el Arenal engrosadas en su caudal por el Guadiana Menor, Locobín, Jandulilla, Guadalimar, Genil y Corbones, amén del arroyo del Tagarete.
Frente a ustedes las Torres del Oro y de la Plata, revestidas de azulejos blancos y dorados, reverberantes de luz.
Y si lanzan al vuelo su fértil imaginación aún podrán ver pasar las galeras y galeones, las balandras y jabeques que vienen del Nuevo Mundo, llenas de oro y de plata, para saciar la codicia del rey; que “cosa es de admiración (…) las carretas de a cuatro bueyes que en tiempo de flota acarrean la suma riqueza de oro y plata en barras, desde Guadalquivir hasta la Real Casa de la Contratación de las Indias”.
Más lejos el Malbaratillo, donde se venden objetos robados; y el Compás de la Laguna, donde aún podrán ver las Boticas, los Mesones, y demás casas de prostitución; las Atarazanas, con sus dieciséis amplísimas naves y sus bóvedas de ladrillos sostenidas por machones; la capilla de San Nicolás, donde D. Miguel de Mañara fundó su Hospital de la Caridad; el Castillo de San Jorge y el puente de barcas, por donde transitan cada día los naturales de Triana en dirección al Compás de San Pablo, o hacia el enorme playazo del Arenal…
De tamaña explicación se hacía eco nuestro hombre cuando el ruido de un claxon le devolvió a la realidad. El conductor del autobús esperaba, impaciente, a que tomara asiento la claque que asistía habitualmente a los actos de campaña del partido.
El programa de hoy incluía una comida de época, como en el siglo XVI, regada con los suaves caldos de Cazalla y Guadalcanal; y ya a los postres tendría lugar el espectáculo de flamenco, con la intervención del cantaor “El Pollito de Californía”, un famoso “tocaor” que también venía también de fuera, y un reputado cuerpo de baile hispano─ japonés.

P.D: A plato puesto y con tan agradables promesas no ha de ser un servidor quien delegue en otro partido o deje su voto en blanco…
 
Vista de Sevilla
                             
 
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