25 de febrero de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
El hombre – pájaro
Birdam
Es increíble que haya personas que, con una palabra o un simple trazo, sean capaces de plantear toda una filosofía, hacer una importante crítica o esbozar una situación. Es lo que sucede con los genios.
En mi etapa de soldado raso mi buen amigo Javier Chico me regaló con un precioso dibujo en el que ponía en cuarentena todo un ideal de vida, que para más inri era el mío. En aquellos trazos se mostraba el trajín de un agricultor, con su burro y con su arado, en medio de una parcela rodeada de rótulos, en los que figuraba como clara prohibición la palabra “Coto”.
Parece que fuera ayer cuando, sentados en el umbral de nuestra casa, en cordial conferencia con los vecinos, aún se podían contar las estrellas e imaginar que titilaban al son de los versos de fray Luis de León, o del Nocturno de Chopin…
─ Un brazo de la noche/ entra por mi ventana.
Un gran brazo moreno/ con pulseras de agua.
Instantes heridos atrapados en el azogue de un cielo que se nos fue. Sentimiento de la naturaleza similar al que, probablemente, sintiera Ovidio; o al que plasmó Garcilaso “cerca del Tajo en soledad amena”.
En aquellos tiempos los caminos eran de polvo, y el silencio sólo lo rompía el paso lento de un rebaño, los chasquidos del pastor, el sonido metálico de los cascos de una acémila, el canto de un peregrino, o la voz disonante de un carretero que tiraba piedras contra el mundo y contra Dios.
─ Los instantes heridos/ por el reloj… pasaban.
Y un tiempo después, con la producción fabril, la ciudad se pobló de guetos. El desaforado grito de las sirenas sustituyó la voz cansina de los almuédanos que convocaban al pueblo a meditar sobre el paso de los días, de las horas, de los “ángelus”...
Los trabajadores, de gesto umbrío y resignado, entretenían su ocio en la taberna, escuchaban “Carrusel Deportivo”, o leían las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, esperando que una bala perdida les hiriera en un costado.
La vida de oficina y la fábrica alteraron el equilibrio familiar, rompieron los antiguos lazos afectivos, y amoldaron nuestras vidas en interés de la productividad. El trabajador, desplazado de su lugar de origen; obligado a trasladarse de campamento, como esos “locos romanos” de Asterix; condenado a ser eslabón de la cadena, y esclavo de una rutina que criticó Charles Chaplin en el filme “Tiempos Modernos”…
─ “¿Cómo fue que terminamos aquí… en este basurero?”, se pregunta Riggan Thomson, protagonista de una película recientemente premiada.
Cualquiera de nuestros jóvenes sabría bien qué contestar, al son de unos entrañables versos de “Fito y Los Fitipaldi”:
─ No sé muy bien a dónde voy. / Para encontrarme búscame / En algún sitio entre la espada y la pared.
El hombre actual, surfista en la cresta de la ola, hombre─ pájaro que apunta con el pico hacia la luna y la mirada hacia su propio interior, no lo tiene nada fácil.
No hay evolución sin reflexión previa; y llegado a ese punto se le pide que tenga la imaginación de un poeta, y la capacidad creativa de un músico, de un informático, de un diseñador… de gente capaz de dar una respuesta a los problemas y de prescindir de los anacronismos ideológicos que llenan de confusión a tan ruidosa pajarera.
Es lo mismo que plantea el mejicano Alejandro González, cuatro veces premiado en la reciente edición de los Óscar.
Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es un filme imaginativo que plantea algunos dilemas que afronta el hombre actual.
Trata de la caída a los infiernos de un superhéroe, atormentado por su pasado familiar y por su ego, y obligado a dar un nuevo rumbo a su vida.
Con el estreno de una obra de teatro el actor Riggan Thomson busca recuperar el prestigio perdido, enfrentado a la Fiera Corrupia de una nueva realidad representada por la influencia de Internet, de los “mass media”, de los “trending topic”, y de un público que valora en mucho lo imaginativo, lo inusual y el riesgo que implica el vuelo; que “lo contrario de vivir es no arriesgarse”, como dice la canción.
La rutina repetitiva ya no resulta eficiente en un mundo en el que las computadoras y los robots están llamados a hacer las tareas de la fábrica, de la oficina, e incluso del hogar, como ya predecía Ray Bradsbury en sus relatos de ciencia ficción.
En las industrias de la Tercera Ola ─ donde tan necesarias son la información y la imaginación─ Alvin Toffler apunta a la participación de los empleados en la toma de decisiones, y a la necesidad de acabar con aquellas fórmulas caciquiles y obsoletas en las que prima el coto de caza, el viejo muro de las lamentaciones, la cerrazón, la defensa ultramontana de los blasones heráldicos, los egoísmos insolidarios, la doble llave y el cerrojo a todo individuo o proyecto que ponga en riesgo o socave nuestra débil posición:
─La prueba de una inteligencia de primera clase consiste en la habilidad para retener en la mente dos ideas opuestas, al mismo tiempo, y seguir conservando la aptitud para funcionar.
La informática y los nuevos aires, entre otras muchas ventajas, puede brindar una nueva vida a la gente “no productiva” ─ ancianos y disminuidos─, y a quienes, alejados de la urbe, no podían coger en marcha el tren del progreso. Atrás quedan aquellas expediciones de solteros, en busca de pareja, gracias a Inernet y a Juan y Medio; la imposibilidad de que un descamisado, con coleta y sin corbata, pudiera liderar algún día el destino de un país.
. Concluyo con un consejo, que me da la autoridad de la experiencia y de los años vividos:
Señores políticos y mandamases, gestores culturales y empresarios, “tronistas invitados” de esta graciosísima pajarera musical, abran la puerta de la calle y no teman a opinar en voz alta. Son palabras… Quien habla claro no puede ser un ladrón con malas intenciones, ni tampoco un criminal, sino alguien que pretendía opinar sobre lo que hicieron mal, o simplemente no hicieron. El tiempo no pasa en vano y, bien pensado, ningún derecho que perder ante la perfección de unos pasos que anuncian un tiempo nuevo, un claro brillo de lo que fuimos, de lo que siempre seremos y de todo lo que se fue. Nadie los podrá acallar, porque viven anclados en la conciencia:
─Suprema perfección: ese andar de muchacha.
Aurora en acto.
Facilidad, felicidad sin tacha. (Jorge Guillén)
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