9 de agosto de 2021 | Manuel Villegas Ruiz
¡Estoy tan harto!
No solo harto, atiborrado y abotargado mentalmente de la insidiosa, falaz y dañina Leyenda Negra, que, como historiador, no aguanto más. Según esta, España es la culpable de todos los males que le han ocurrido a la Humanidad desde que, con la unión del Reino de Castilla y el de Aragón, comenzó la inconmensurable andadura de gobernar el mundo conocido.
La incompetencia, envidia, rencor y mala sangre no tienen límites cuando se trata de denigrar, mancillar y vilipendiar las acciones que llevó a cabo la Corona Española desde que se descubrió América, la obra más prodigiosa que hayan podido conocer los siglos. Se reconoce y se admite que cada persona nace con un propósito en la vida. Con un fin que tiene que cumplir.
Igual pasa con las naciones puesto que, al fin y al cabo, no son nada más que la reunión o agrupación de personas. No soy chovinista, ni considero que los españoles seamos muy diferentes al resto de los humanos, lo que es innegable es que a España le tocó vivir un momento sin par en la Historia y que lo llevó a cabo en las mejores condiciones y buena voluntad, siempre ateniéndose a los principios morales cristianos, pues esta fue una de las condiciones impuestas por los Papas de la época, mediante la creación de unas leyes que los mismos monarcas establecieron para que los habitantes de las tierras recién descubiertas fuesen considerados como seres humanos con todos los derechos y obligaciones que tenían los ciudadanos hispanos.
Desde el primer momento del Descubrimiento, la reina castellana Isabel consideró a los aborígenes de aquellas tierras, como súbditos de la Corona hispana, con los mismos derechos y obligaciones que cualquiera que hubiese nacido en la Península, e hizo regresar a sus tierras a los cientos de nativos que Colón había traído a España con objeto de comerciar con ellos como esclavos. Parece ser que la frase que dijo fue: “¿Quién es este mi almirante para disponer de mis súbditos?”.
Lo cierto y verdad es que las leyes promulgadas por los Reyes de España no tienen parangón con ninguna de las proclamadas por otros pueblos colonizadores, ya que el propósito de nuestros Reyes fue desde el primer momento, culturizar, y no esclavizar a los nuevos súbditos de la Corona hispana. Para los anglosajones el mejor indio era el indio muerto, para los hispanos cualquier aborigen tenía los mimos derechos y obligaciones que otro ciudadano nacido en España.
Esa actitud se les hacía insufrible a las otras naciones conquistadoras que, desde el primer momento, consideraron al nativo como a un ser inferior solamente útil para aprovecharse de su mano de obra y hacerlo trabajar de sol a sol.
Isabel dividió las 24 horas del día en tres tercios: Ocho para dormir, Ocho para descansar y disfrutar con la familia y las otras Ocho para trabajar sus campos ya que no se los arrebataron, para adquirir el sustento necesario para su familia.
Hay que reconocer, siempre que se tenga buena voluntad para ello, que las leyes, pragmáticas y ordenanzas que los monarcas hispanos promulgaron para el buen gobierno de los aborígenes de las nuevas tierras no tienen equivalencia, con las decretadas por otros pueblos colonizadores. La gran desgracia para España es que precisamente este cúmulo de mentiras, falsedades y diatribas, lo iniciaron hijos y súbditos suyos, como Antonio Pérez, Secretario de Felipe II, y gran traidor; y el sin par felón Guillermo de Orange obligado por obediencia de vasallaje a Felipe II, que no dudó, para conseguir sus fines, en publicar en 1581 el panfleto “Apología”, un documento que justificaba la rebelión de Flandes, en el que presentaba a Felipe II como un monstruo frío y decía que España era indigna de figurar entre las naciones civilizadas.
Pero lo pernicioso de esta situación es que muchos “historiadores”, que, sin molestarse en visitar los archivos que los puedan documentar, siguen dando pábulo a tanta falsedad con lo que, cual bola de nieve, la Leyenda Negra aumenta cada vez más su tamaño.
Por eso estoy empachado y ahíto de que sean pocos, muy pocos los historiadores que dedican algo de su “precioso” tiempo a combatir tanto engaño.
Ya es hora de que despertemos todos los historiadores y que, con el mazo de la verdad hallada en los documentos, pulverizamos y deshagamos tanta falsedad.