31 de octubre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez. Málaga, 5 de agosto de 2014

Emi Bonilla. Pregonero de coplas

“NO TENGO EL ORGULLO DE TENER UNA POBRE PLACA QUE DIGA QUE SOY DE ALLÍ, COMO ME LO PROMETIÓ UN ALCALDE”

Emi Bonilla. Pregonero de coplas
Emi Bonilla. Pregonero de coplas
Su nombre de pila es Emiliano Bonilla Pozo; presume de haber nacido en Pueblonuevo del Terrible (Córdoba), y se sabe malagueño de sentimiento y de adopción.
Le llamo por teléfono, invocando mi condición de paisano, y le comento que le conocí gracias a la radio amiga, cuando estaban de moda la copla y el folletín, y cuando nuestro entrevistado comenzaba a descollar en el mundo de la música, formando exitoso trípode con Enrique Montoya y Manolo Escobar.
Quedamos emplazados en Málaga para darnos la mano, para hablar de sus vivencias musicales, de la experiencia que acumuló, y del legado artístico de su “tablao” flamenco─ en el número 52 del Paseo de Salvador Rueda─, punto obligado de encuentro de celebridades, de turistas, y de buenos “aficionaos”.
Lo espero, repasando notas y tomando un refresco, en la terraza “Juanvi”, frente a la estación de trenes “María Zambrano”. No tarda mucho en llegar e inmediatamente nos reconocemos. Y esa tierra nuestra, qué tendrá...
Tras un cordial prolegómeno, en que aparecen como invitados nuestros familiares y el pueblo, se inicia la conversación. La añoranza de desleídas figuras y de tibios paisajes, encallados en los bajíos de la imaginación, hacen fluido el diálogo y dan pie a preguntar:
P.- Paisano, ¿“De dónde son los cantantes”, que decía el viejo “son”?
R.- Pues yo siempre digo que soy cantante por la gracia de Dios; y que desde el punto y hora en el que nací he querido convertirme en figura de la copla y dar categoría a mi pueblo, al que siempre miento en mi conversación. Soy cantante para regalar, al que me escuche, mi amistad y mi amor.
P.- Malagueñas y verdiales se acomodan bien a su voz. ¿Es el término “Terrible” más difícil de rimar?
R.- Nunca he olvidado a mi pueblo. Lo llevo en mi corazón. Fue, paseando por el Llano, que un paisano me animó a presentarme a una gala que tuvo lugar en el teatro Duque de Rivas, de Córdoba. Se llamaba “Fiesta en el Aire”. Conseguí el primer premio, y actué allí varios domingos. Luego fue que llegó al Gran Teatro Luisita Esteso y “Carcajadas”, su espectáculo. Alguien le habló de mí y me contrató. Tomé interés por el cante y me aconsejaron que me fuera a Madrid. Eso hice…
P.- La letra de una vieja murga dice que “hubo un baile azul en el Terrible”. ¿Cómo comienza este cuento?
R.- Te decía que desde que nací siempre tuve el gusanillo de cantar. Yo siempre iba a coger la Maquinilla con una cesta de mimbre que contenía la comida de mi padre y que me preparaba mi hermana Mª Nieves. La cesta era cuadradita y, diariamente, yo me iba con ella a la mina. Mientras mi padre y sus compañeros comían yo les distraía con mis canciones. En ocasiones me acompañaron hasta dejarme en el tren.
P.- Al casino del Terrible lo echan abajo la desidia y la cerrazón. El gran Teatro Zorrilla, testigo de sus comienzos, también desapareció…
R.- Como antes te decía, con el dinero obtenido de aquel primer premio le eché valor y monté un espectáculo con artistas cordobeses. Se llamó “Mi cante por bandera”, y el primer lugar donde se estrenó fue en el Teatro Zorrilla, que ese día estaba a tope. No faltó ni uno solo de mis paisanos. Y si alguien de entonces vive allí te lo confirmará.
En otra ocasión fui contratado en la feria, para actuar en la Caseta Municipal junto a “Los Pecos”. Se atendía así a un público muy variado. Después vendría el casino, lo que constituyó un gran orgullo para mí.
Al enterarme por ti, mi querido paisano, de su actual situación, te aseguro que si tuviera poder me pondría ante la puerta, con los brazos abiertos y en cruz, para que no pudiera entrar la piqueta. Si tiran ese edificio se cae una parte de mí.
P.- A Armando Gutiérrez ─ rapsoda trianero─ le oí una anécdota de otro tiempo. Declamaba aquello de “Ay, amor, que se la lleva el agua” cuando un vendaval les echó abajo el tablao. ¿Tendría una anécdota parecida que contar?
R.- En esa época de que hablas estaba la copla en todo su apogeo, pero nada era fácil. Cierro los ojos y pienso en los pocos medios que había, en que todo progresaba a fuerza de mucha ilusión. Cada pueblo era una actuación y volvías al año siguiente para que no te olvidaran. Si la taquilla no llegaba repartíamos el dinero de manera igualitaria y entre todos nos animábamos para poder continuar.
Qué distinto a lo que sucede hoy. Tanta publicidad, tanto marketing, tanto programa de televisión…
P.- Con sombrero de ala ancha es muy fácil imaginarle como pregonero de coplas, o bien como cantaor. ¿Tan importante es la estética, el “saber decir” y el “saber pasear la copla”?
R.- Por supuesto que sí. En ocasiones me da la impresión de que se mete la copla a empujones. Y la copla es un sentimiento, una forma de vestir, una pequeña historia, una obrita de teatro que hay que saber representar, y accionar, y decir, y pasearla como es para que hiera la sensibilidad del público.
Es tan nuestra la copla que hay que sentirse orgulloso de ella, y darle su categoría, y representar cuanto dice acerca de la vida, de la muerte, del amor…
P.- El arabista Julián Ribera dice que Las Cantigas medievales trasminan su impronta andaluza al resto de España. ¿Para interpretar la copla habría que hacer un Máster?
R.- Por supuesto que sí, que subirse a un escenario es tener la sensación de enfrentarse a un público entendido, sabiendo que tienes que respetar el legado musical que recoges, que es cosa de muchos siglos.. Y que si no defiendes lo tuyo, qué vas a defender…
P.- “Mi vida es un erial…” decía Bécquer, como quien dice un fandango. Para Antonio Gala “Andalucía ha inventado el flamenco para poder quejarse”…
R.- No creo que sea así, También se canta el amor, la alegría y las ganas de vivir. Tengo una canción que dice que “la mancha de la mora se quita con otra verde”, y que “no hay que llorar, que la pena se vuelve alegría volviendo a empezar”
P.- Ahora en el mundo de la música se habla de “fusión”. Creo yo recordar que usted interpretó un “carnavalito”, que versionó a los Beatles…
R.- No hay que olvidar que en el flamenco hay melismas que recuerdan la música árabe. Lo mismo puede decirse de Hispanoamérica, de los cantes de ida y vuelta, etc…
Lo de los Beatles fue una exigencia de la casa de discos, que no me pareció mal. En ese sentido, y sin pretenderlo, me convertí en precursor. Versioné doce temas a mi estilo, antes de atreverse nadie. Los metí por rumba flamenca, y funcionaron muy bien entre los españoles de la emigración
Cuando los Beatles vinieron a actuar a la Plaza de Toros de Madrid, se acordaron de la versión que hice de su “She Loves You”. El genial John Lennon, con un sombrero cordobés en la mano, se marcó un taconeo y comentó: “Como Emi Bonilla”. Aquello fue para mí una gran satisfacción.

P.- Para Tomás Borrás el flamenco “Es uno de los muchos focos de espiritualidad que de modo suicida hemos dejado cegar (…) cuando eran expresiones y modos artísticos incomparablemente hermosos”.
R.- Hay quien, para cantar, cierra los ojos para mirarse por dentro. Yo lo llamo sentimiento. Un sentimiento compartido con el público, al que en numerosas ocasiones he visto llorar. (Y llegado a este punto Emi me ilustra, “por lo bajini”, con una hermosa canción)
P.- Si su sombrero hablase qué le gustaría decir.
R.- ¡Oh! ¡Hablaría de tantas cosas! Hablaría de las maravillosas manos que lo han tocado, de la gente que ha conocido, de los buenos ambientes que frecuentó; hablaría de grandes figuras del cine, del cante, de la copla; de esa foto que me dedicaron los Kennedy, en París…
P.- Y qué le diría a sus paisanos…
R.- Les diría que siempre llevé a gala haber nacido en El Terrible; que de allí eran mis abuelos, y Lucas Bonilla, mi padre; que de allí son tío Siro, mis primos, mi hermana, Nieves. Que toda mi familia es de allí…
Que nací un día de finales de diciembre en que el Parque de las Ranas estaba cubierto de nieve, y de la casa de mis abuelos nadie se atrevía a salir. Que me encantaban los “cachondos” de la Pastelería “La Cordobesa”, con su relleno de crema; y el olor del café “Mis Nietos”; y los paseos por el Llano, y... Y que no tengo el orgullo de tener una pobre placa que diga que soy de allí, como me lo prometió un alcalde.
Que eres testigo de lo que aquí ves, de cómo soy, de cómo siento a mi pueblo…

La entrevista llega a su fin. Me levanto para pagar los refrescos y nos aborda un parroquiano para decir que ha estado escuchando el diálogo y nos quiere felicitar por la pasión derrochada, por las respuestas y los modos que él creyó adivinar. No nos conoce de nada, pero para él es igual. Le digo que el señor es paisano, y que la llamada del pueblo nos ha convocado aquí.
La gente pasa por la calle y se para a mirar el carisma de un flamenco. Le señalan con el dedo. A Emi Bonilla se le olvidó su sombrero, pero no el porte juncal.
Querido maestro, agradezco tus palabras, tu compañía y el detalle del C.D.
“En la mano mi sombrero”, que diría Rafael Alberti; a los demás sólo nos queda que aplaudir tanta ilusión.
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