Mucho se ha hablado de la revolución que supuso el ferrocarril en el mundo de las comunicaciones, pero quiero referirme no a los trenes en sí mismos, sino a las mejoras que por estos lares trajo a otros medios, en concreto al correo postal, al telégrafo y, como anécdota, al teléfono.
Para ello hemos de remontarnos al último tercio del siglo XIX, cuando Peñarroya y Pueblo Nuevo dependían aún del Ayuntamiento de Belmez, una época en la que el correo se recogía por aquí dos veces en semana.
Con la apertura de las líneas de Almorchón a Belmez, en 1868, y de Belmez a Córdoba, en 1873, el servicio pasó a ser diario, pues en un alarde de previsión, ya antes de inaugurarse la primera línea férrea de España, se habían publicado Reales órdenes, decretos y leyes que regulaban el funcionamiento del transporte del correo por ferrocarril, estableciendo que las cartas y pliegos, así como sus conductores o agentes necesarios al servicio del correo, serían transportados gratuitamente por los convoyes ordinarios de las compañías. A partir de 1860 fue la Administración de Correos la que comenzó a adquirir vagones especia¬les para el correo, siendo las compañías las responsables de su cuidado y mantenimiento.