No eran las once de la mañana del pasado miércoles 25 de Abril, festividad de San Marcos, cuando nos dejaba para siempre Emila Navas, paisana dedicada a la Enseñanza durante largos años de su corta vida.
Yo conocía la triste noticia alrededor de las seis de la tarde en la Biblioteca Municipal, donde cada miércoles nos reunimos los miembros del Club de Lectura, colectivo al que perteneció Emila y donde compartió momentos, comentando libros y compartiendo vivencias.
Alfonso Fernández, director del Club, quiso recordarla haciendo alusión al interés que mostraba siempre por los libros considerándola una gran lectora.
Aunque no coincidí desgraciadamente con ella en esta etapa, sí que me vienen a la memoria vagos recuerdos de mi infancia, cuando Emila, en los primeros años de la década de los ochenta, impartía clases de religión en las aulas del C.P. “San Sebastián”, teniendo yo la dicha de ser uno de sus alumnos por aquel entonces.
Fue también profesora durante muchos años en Argallón y otras aldeas de Fuente Obejuna, trasladándose de nuevo al C.P. “San Sebastián” donde se prejubilaría por su enfermedad.
Mujer fuerte, luchadora y entusiasta, buena madre, hija y esposa, buena amiga y mejor persona, docente de vocación, son algunos de las características con las que yo calificaría a esta entrañable mujer.
Al escribir estas líneas, mi pluma se deja llevar por el vacio y la tristeza que embargan mi corazón por tan irremediable pérdida.
Emila, que tuvo que convivir durante los últimos años de su vida con un terrible tumor, nunca perdió sus ganas de vivir y de vencer su enfermedad, siendo un ejemplo de vida y superación.
Al final su enfermedad la ha vencido, marchándose demasiado pronto.
Siento su pérdida porque aún le quedaba media vida por vivir y dos hijos y un marido a quienes querer y por quienes velar.
La tarde del Viernes de Dolores, durante el traslado de la Virgen de Gracia fue la última vez que la vi, luchando aún por su vida.
La tarde del jueves 26 de Abril, apenas tres semanas después, Fuente Obejuna la despedía, y la Virgen de Gracia, a quien tanta fe profesaba y a cuya Hermandad de Gloria pertenecía, desde el altar mayor, presenciaba su partida.