26 de marzo de 2015 | Francisco Javier Cabezas
¿Hasta dónde puede llegar el "ser humano"?
La mañana del pasado martes 24 de marzo, día que pasará a la historia como 24 M y que se unirá a la lista negra de fechas trágicas en el calendario como son el 11 S y el 11 M, conocíamos la terrible noticia del accidente aéreo en plenos Alpes franceses de un avión Airbus 320 con 150 pasajeros a bordo que despegaba del aeropuerto del Prat de Barcelona a las 9:55 h con destino Düseldorf (Alemania).
Como no podía ser de otra manera la consternación y tristeza me inundó como me sucede cada vez que oigo noticias tan trágicas y dolorosas en los medios informativos.
Las escarpadas cordilleras del lugar del suceso han hecho que el acceso al mismo haya sido más lento y complicado al igual que las labores de rescate de restos humanos y tareas de recuperación de restos del aparato.
El estupor, la impotencia y la consternación aumentaron y realmente se apoderaron de mí dos días después de la tragedia aérea al conocer la noticia de que a través de la recuperación de una de las cajas negras del avión, precisamente la que contenía los archivos de audio de las últimas conversaciones y sonidos registrados en la aeronave, los investigadores franceses averiguaban que se trató de un accidente provocado premeditadamente por el copiloto de la nave, un joven de 28 años de nacionalidad alemana llamado Andreas Lubitz, quien accionó voluntariamente el botón de descenso de altitud del avión aprovechando la ausencia del comandante. La puerta fue bloqueada por el suicida haciendo caso omiso a los golpes propiciados por el piloto que intentaba derribar la puerta al percatase de la situación.
Como consecuencia 150 personas, incluyendo al autor de la tragedia, perdieron la vida, 51 ciudadanos españoles, 72 de nacionalidad alemana y el resto de diferentes nacionalidades.
No es la primera vez que es provocado un accidente por pilotos de vuelo aunque parezca increíble.
La premeditada decisión de Andreas Lubitz de estrellar el avión contra los picos alpinos de Francia truncó la vida de 149 personas, puso fin a 149 historias diferentes, destruyó 149 familias, terminó con los proyectos y sueños de casi un centenar y medio de personas que subieron a uno de los miles de aviones que despegan a diario desde algún punto del planeta y que jamás pudieron desembarcar en su lugar destino.
Nadie está libre de ser protagonista en primera persona de tragedias de este tipo, nos podía haber tocado a cualquiera de nosotros. El simple hecho de ponerme en la piel no sólo de los desafortunados pasajeros fallecidos sino en el de cada uno de los familiares y amigos de las víctimas me causa una terrible angustia.
Vivimos un mundo que nos tiene demasiado acostumbrado e inmunizado ante tragedias diarias que conocemos a través de los medios de comunicación convirtiéndolas en algo normal y cotidiano. Sin embargo este suceso ha conmovido y consternado al mundo entero por la magnitud de la tragedia y el sin sentido de la acción de uno de los pilotos de la aeronave acabando no sólo con su vida sino con la de todos los pasajeros de este avión comercial.