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10 de abril de 2012 | Manuel Cañamaque

Góngora. Brillante Oscuridad

NUESTRO PAISANO MANOLO CAÑAMAQUE BERNAL INTERVIENE EN EL RODAJE DE ESTA PELÍCULA

Foto previa al rodaje de la secuencia de Manolo Cañamaque
Se trata del título original de una película cuyo estreno es inminente. Será a las 21,00 horas del próximo día 23 de abril, como no podía ser de otro modo, en el Teatro Góngora, de Córdoba. Todos tenemos acceso a verla, si retiramos las invitaciones en el Gran Teatro, que tiene un aforo para seiscientos espectadores.
Producida y dirigida por Miguel Ángel Entrenas y patrocinada y subvencionada por el Excmo. Ayuntamiento, de Córdoba, área de cultura, colabora la Excma. Diputación Provincial, así como también han prestado su ayuda diversas instituciones, empresas y asociaciones cordobesas.
SINOPSIS
“Don Luis de Góngora nace en Córdoba el 11 de Julio de 1561.
Primogénito del matrimonio formado por Don Francisco de Argote
y Doña Leonor de Góngora.
El linaje de su madre estrechamente vinculado
al influyente Francisco de Eraso, secretario de Felipe II, disfrutaba de una considerable prosperidad.
Racionero de la Iglesia Catedral de Córdoba y consciente de ser el Gran Señor de la Poesía, marcha a Madrid
donde se enfrenta a Lope y Quevedo.
NOTA IMPORTANTE: Dado el carácter “numerado” de las invitaciones, se ruega a los
interesados las retiren si realmente van a asistir, salvo causa de fuerza mayor.
A lo largo de ese día, 23 de abril, se celebrarán una serie de actos, tales como una entrega floral, misa por el eterno descanso de D. Luis de Góngora, organizados por la Real Academia de Córdoba y el Cabildo, que culminarán con la proyección de la película, rodada durante el último cuatrimestre del pasado año 2011, con motivo del 450 aniversario de su nacimiento y gracias al tesón de Miguel Ángel Entrenas, quién, como se suele decir, ha movido Roma con Santiago y contado con la inestimable ayuda de más de cien personas, entre actores, figurantes, técnicos, maquilladores, etc.
Entrenas, cuenta con un extensísimo curriculum (sólo hay que poner su nombre en Google para averiguarlo), él mismo nos dice que empezó como cineasta siendo niño, con una cámara “súper 8” que tenía su padre, y ha realizado más de cincuenta películas.
En esta ocasión, se ha puesto de acuerdo con el ilustre profesor de la universidad de Córdoba, Don Carlos Clementson, quien ha escrito el guión del film y el texto para el programa de mano, que transcribimos a continuación:
LOS PASOS PERDIDOS
(LA CIUDAD DE CÓNGORA)
Carlos Clementson
Toda Córdoba, la ceñida por el excelso muro y torres coronadas de honor, de majestad, de gallardía, la Córdoba romana, árabe, gótica, renacentista y barroca, que amó y vivió nuestro poeta, puede calificarse de lugar gongorino. Hasta tal punto Góngora se fundió con la historia, el entorno y el latido de su ciudad.
Como se encargó de explicitarnos un profundo conocedor de Andalucía, el hispanista Gerald Brenan, “no podemos comprender a Góngora si no recordamos que era un andaluz de Córdoba. En su época, ésta era una ciudad de unos once mil habitantes, pero, entre las ruinas de sus antiguos palacios y sus calles, había muchas casas de la nobleza y de un clero numeroso y bien dotado. Su gran historia —cuna de Séneca y capital de la España árabe—, procuraba a sus habitantes un gran orgullo cívico, que el poeta compartía plenamente. Criado entre familias nobles de la provincia, había participado en su vida alegre y derrochadora, y tenía un cariño apasionado por su suelo patrio”.
No se conserva hoy la casa natal de poeta, con casi toda probabilidad situada en la vieja calle de las Pavas —hoy de Tomás Conde—, llamada de Don Martín de Angulo en el siglo XVI, y que viene a desembocar en la plaza de las Bulas, lugar donde está situado el actual Museo Taurino, y en donde de niño, como nos manifiesta en su romancillo “Hermana Marica”, en el que el poeta prodigiosamente nos habla con toda verosimilitud e inocencia desde el niño que fue, ya va a aparecer una de las grandes aficiones de su vida, junto a su pasión por los naipes, su afición a la fiesta de los toros, constante en altísimos poetas españoles de todas las épocas…) “y en la tardecica,/ en nuestra plazuela,/ jugaré yo al toro/ y tú a las muñecas…”
De niño también, quien sería el cantor de las grandes murallas de su ciudad, sufriría un grave percance durante sus travesuras y sus juegos, al precipitarse desde lo alto de ese “excelso muro” que él inmortalizaría literariamente en su soneto a Córdoba, sufriendo un grave accidente, según Artigas: “(…) yendo con otros de su edad a la huerta del Rey, cayó de un muro muy alto y se abrió la cabeza; y llegando a estar desahuciado de los médicos lo encomendaron al glorioso San Álvaro, y luego le llevaron una reliquia suya y se la tocaron y sanó milagrosamente…”
PLAZA DE LA COMPAÑÍA O DEL SALVADOR
En esta típica plaza cordobesa se alzaba el primitivo Colegio de Santa Catalina, fundado por los jesuitas en 1553 y el mejor centro de estudios de la ciudad; en este colegio se inició el mozo no sólo en humanidades sino también en la poesía. Allí permanecería cinco o seis años, hasta 1576, año de su marcha a Salamanca, estudiando gramática, griego, latín, algunas lecciones de filosofía y casos de conciencia, y tal vez, también, ejercitándose en la música y la esgrima.
Dicho colegio, actualmente también centro de enseñanza, ostenta una extraordinaria escalinata de mármol barroca, del siglo XVIII, que en su rotunda y polícroma brillantez, en el curvilíneo retorcimiento de sus formas, se nos ofrece hoy como una expresiva plasmación arquitectónica, o materialización casi escultórica, del estilo gongorino, como una especie de arquitectónica metáfora del deslumbrante estilo de Don Luis.
A su vuelta de la Universidad, sigue con su régimen de vida alegre y dispendiosa, mezclando su afición a la música, al teatro, a los caballos, a las cartas y a los toros con algún que otro lógico escarceo amoroso, así como el cultivo de los versos.
A fin de asegurar su porvenir, en 1585 toma las órdenes de diácono, y ocupa el puesto de prebendado de la Catedral de Córdoba, vacante entonces por el retiro de su tío, y durante los siguientes veintiséis años continuó disfrutando de las rentas y cumpliendo con sus deberes eclesiásticos de asistencia al coro, aunque no con excesivo celo. Sabemos que fue apercibido por hablar durante los oficios y por sus frecuentes ausencias.
El llamado Arco de las Bendiciones, de la Catedral, que da entrada a la mezquita de Abderramán I, y que por su situación central fue elegido para bendecir desde él las banderas que marchaban a la guerra de Granada, era la puerta por la que solían entrar los canónigos al coro. Como nos recuerda el poeta Ricardo Molina, mentor de este periplo por la Córdoba gongorina, también se le ha llamado “Arco de las Murmuraciones”. En relación con este último calificativo estuvo uno de los “cargos” que hizo al poeta el obispo D. Francisco Pacheco, y por el cual acusábasele de tomar parte en los corrillos que tenían lugar bajo dicho arco, en donde se trataba de vidas ajenas, y de los que el poeta se defendería con su ingenio acostumbrado.
LA PLAZA DE LA CORREDERA Y LA DEL POTRO
Como buen cordobés, y desde su infancia, fue Don Luis gran apasionado a los festejos taurinos. Era esta Plaza de la Corredera, el escenario habitual de las corridas de toros y juegos de cañas de la época, así como de toda suerte de espectáculos y representaciones, lugar muy frecuentado por este hombre de genio y de ingenio tan constitutivamente andaluces, aún a pesar de las teóricas prohibiciones canónicas que aún gravitaban sobre la fiesta.
“Muy conocida debía ser la afición de Don Luis a tales espectáculos, de lo que resultó otro “cargo” por haber “concurrido a la fiestas de toros en la Plaza de la Corredera, contra lo terminante ordenado a los clérigos por motu propio de su Santidad”. A lo que contestó sin negar los hechos, mas haciendo patente con su ironía habitual que “si vi los toros en la Corredera las fiestas del año pasado, fue por saber que iban a ellos personas de más años y más órdenes que yo, y que tendrán más obligación de temer y entender mejor los motu propios de su Santidad”.
Frente a esta gran plaza “oficial”, ordenada y renacentista, la castiza, popular y espontánea Plaza del Potro con su bullente mundillo de trato comercial y picaresca, a la que aluden frecuentemente nuestros clásicos, era lugar de encuentro de gentes del hampa y de una variada fauna humana aventurera y maleante. Por ello quienes nacían en torno a tal enclave parecían preciarse de una especie de ejecutoria, al menos, de listo, vivo, despierto y agudo. Y del Potro nos hablará Góngora, y a la manera de sus moradores, en una letrilla contra las damas de la Corte: “Si por unos ojos bellos/ que se los dio el cielo dados,/ quieren ellas más ducados/ que tienen pestañas ellos,/ alquilen quien quiera vellos,/ y busquen otro/que yo soy nacido en el Potro”.(…Y no se la darán con queso, parece sugerir el poeta, fundiéndose psicológicamente con el talante de las clases más populares de su ciudad).
LA NATURALEZA CORDOBESA
Pero frente a estos lugares urbanos cordobeses, hay otros ámbitos de pura naturaleza, de notorio protagonismo en su obra, como los paisajes bucólicos de Santa María de Trassierra, y sobre todo la Huerta de Don Marcos, que fue de un antiguo canónigo del XVI, de tal nombre, a unos kilómetros de Córdoba, propiedad del poeta, y el lugar donde se escribieran o se gestaran la Fábula de Polifemo y Galatea y la primera parte de las Soledades: bajo un viaducto construido para el ferrocarril de Sierra Morena, un estrecho valle rocoso con un arroyo y unas matas de adelfas, hinojos y romero con un espeso y viejo soto; un manantial y una huerta; un molino, ahora demolido, y hasta hace poco un gallinero, fueron suficientes para suscitar “el mayor y más ambicioso poema que se haya escrito en español”, según Gerald Brenan, en este artista amante del bullicio, del fasto, de la fiesta y de la vida urbana y mundana, para quien la Naturaleza puede ser una convención estética o una quintaesenciada nostalgia como la de los bucólicos helenísticos –habitantes de la ciudad, pero que añoraban “literariamente” la vida pura y agreste aunque sólo en sus versos, y como objeto de elaboración poética; pero que también sabe verla, en todos sus elementos creadores como nadie hasta entonces se había acercado a ella y plasmarla en un vocabulario y mediante una radiante imaginería que nos la pone hermosa y directamente sobre la mesa, tan suculenta y sensual como un gran bodegón.
EL DESENGAÑO CORTESANO Y LA MUERTE
Pero Góngora, invitado por sus importantes amigos de la Corte, entusiasmados por sus dos grandes obras que ya circulaban, manuscritas, por los cenáculos madrileños, y en busca de altas protecciones y de una nueva sinecura, traslada su residencia a la capital, y en diciembre es nombrado capellán de honor del rey. Se ordena sacerdote en marzo de 1618, pero prosiguen sus penurias y estrecheces económicas.
Acorralado por las deudas y entristecido por la muerte de sus grandes protectores Don Rodrigo Calderón y los condes de Lemos y Villamediana en 1622, piensa en volverse a Córdoba. En 1624 su situación económica se agrava; su ropa y su coche se encuentran tan deteriorados que ni se atreve a salir a la calle, si no es “de noche, como un murciélago”, para que no se aprecien los gastados arreos de su vehículo. Todas estas penurias culminarán patéticamente en 1625 al ser desalojado de su vivienda madrileña, adquirida, al parecer, por su peor enemigo, Quevedo.
En febrero de 1626 es víctima de una apoplejía o de un ataque cerebral, y aprovechando una mejoría transitoria regresa a Córdoba en octubre a su domicilio de unas casas, alquiladas al Cabildo, en la Plaza de la Trinidad, donde hoy se alza una muy definitoria estatua de Góngora en bronce, de cuerpo entero, obra del escultor levantino-cordobés Amadeo Ruiz Olmos. En esta plaza de la Trinidad, su última morada, el 1 de noviembre firma una escritura de donación de sus obras a su descastado sobrino Don Luis de Saavedra, quien pasará olímpicamente de la herencia literaria de su tío, no hará nada por publicarlas y negligentemente perderá las obras en prosa. En esta casa, hoy demolida y sustituida por otra que, al menos muestra un lapidario recordatorio en su portada, morirá Don Luis el 23 de mayo de 1927, siendo enterrado en la Capilla de San Bartolomé de la Catedral cordobesa.
Como nos recuerda Ricardo Molina en su gratísimo libro “Córdoba gongorina” dicha capilla pertenecía a los Argote, familia paterna del poeta; lo más sugestivo de la misma es el interesante frontal del altar con alicatado de siglo XIV: “El cadáver de Don Luis fue sepultado junto al de su tío Don Francisco y a los de sus padres. Pero su sobrino y heredero Don Luis de Saavedra y Góngora —a quien ya había cedido su prebenda de la Catedral en 1611— no se preocupó de poner ni un sencillo epitafio en la tumba. De ahí la dificultad de identificar el cadáver. En 1858, el Marqués de Cabriñana, descendiente de los Argote, rebuscó en las tumbas de la capilla de San Bartolomé con el propósito de identificar los restos mortales del poeta. Al encontrar unos restos revestidos de ornamentos sacerdotales, supuso que eran los de Góngora. Los encerraron en una caja de plomo y los colocaron en uno de los muros de la capilla bajo una larga inscripción latina “.
Pero como advierte Molina, “ahora estamos en plena incertidumbre respecto a la autenticidad del cadáver. ¿Es realmente el de Góngora?¿No será el de Don Luis de Saavedra, su ingrato sobrino, probablemente enterrado también en esta capilla? ¿O acaso el del generoso racionero Don Francisco de Góngora, hermano de la madre del poeta”, y sumo protector de Don Luis?. Estamos, pues, ante un enigma, pues los tres familiares fueron enterrados todos con vestiduras sacerdotales.
Hará algo más de dos décadas, los restos fueron descubiertos y depositados en una sobria urna de mármol con un bello relieve de Don Luis bajo una rama de laurel, y colocados en el lateral derecho de dicha capilla, donde cada 23 de abril tanto el Cabildo catedralicio como la Real Academia de la ciudad ofrecen una misa y se le rinde una ofrenda floral y literaria.
En contraste con el abandono con que fueron tratados los despojos del vate —sino patético de altísimas figuras de la cultura universal, desde Cervantes y Camoens a Mozart o Giacomo Leopardi entre tantos—, su muerte fue universalmente sentida en el mundo literario español y americano.
Ya muerto, triunfa Góngora en su siglo. No hay mayor reconocimiento que la propia admiración e imitación de su estilo por parte de sus más acérrimos enemigos (Lope, Quevedo, Jáuregui…) o, preferimos mejor decir “rivales” cuando no émulos en competir en ese estilo de neto cuño cordobés, que es visto como el único lenguaje poético de la modernidad en el siglo XVII, y aún tres siglos después, como todos sabemos.
En 1927, y al calor de la reivindicación que la generación poética de tal nombre lleva a cabo a favor de la novedad y vigencia del genio gongorino, a escasa distancia de donde reposa y frente al gran río andaluz que tanto amaba y el romano puente que lo cruza, junto a esas históricas murallas de donde cayó cuando niño el gran poeta, es instaurada una gran lápida de mármol que recoge uno de los más emotivos sonetos de Don Luis, aquel juvenil en el tan perennemente ya declaraba su amor y su añoranza por su ciudad, por esta Córdoba antigua y de tantos gloriosos hijos pero ya definitivamente gongorina:
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor , de majestad de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquellas ruinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río.
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

 Nota:
La organización del estreno ha decidido retirar las invitaciones del Gran Teatro y ponerlas a disposición de los interesados en asistir a este evento, en el stand del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba, ubicado en el Bulevar del Gran Capitán con motivo de la celebración del día del libro, durante los días 21 y 22, anteriores al día de la proyección.

 

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