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Ser de pueblo

Quedarse en el lugar dónde uno nació

Villanueva

Crecer con sus recuerdos siempre a la vuelta de la esquina, en el prado cercano, entre alimoches y cerdos, cerca de la vía del Calatraveño, en un mundo rural que sabe de lo hermoso del paisaje y lo duro del paisanaje. Tierras andaluzas, que miran a Castilla y Extremadura, comarca de los Pedroches, en la sierra de Córdoba, entre el suelo y el cielo, en el lugar dónde habita el poeta, novelista y memorialista Alejandro López Andrada. Nació en Villanueva del Duque, allí sigue viviendo y escribiendo. Iluminado por su propia memoria, luchando por hacer que no desaparezca un mundo, el mundo que conoció en su infancia feliz e injusta de un niño de pueblo, de una familia que, como tantas, perdió la guerra. Mundo que sabe contar López Andrada en todos sus libros. Físicamente me recuerda a un César Vallejo que no ha necesitado vivir los aguaceros de París, que ha sabido contarnos las dehesas y los pájaros, las brumas y los vientos. Estoy leyendo su último libro, un ensayo que, como dice Luís Mateo Díez, nos llama la atención sobre “la desaparición del mundo rural, de una cultura y unos modos de vida”. El libro se llama “El óxido del cielo” y me emocionan muchas cosas, muchas de sus historias de gentes que han vivido en un mundo que ahora parece producto de la imaginación, del recuerdo de alguien de otro tiempo. Y no es así. Alejandro, las gentes de esos pueblos, de tantos pueblos españoles, están viviendo nuestro mismo tiempo, nuestras mismas crisis, nuestras mismas miserias y nuestras mismas mentiras. La diferencia es que ellos son capaces de vivir con su memoria de cosas cercanas y extraordinarias. Por ejemplo, el silencio de unos tomillares en el crepúsculo de una tarde. Estoy viajando hacia allí. Se que me espera un olor a vida real, a lentitud de paisaje que hace pensar que la vida debería ser más amable. Después de la calma necesitaré la tempestad de mi ciudad. No supimos quedarnos en los pueblos. Javier Rioyo para el Boomeran(g)

 

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