Sin ningún lugar a dudas, si alguna Cruz se merece este año un premio, esa es la de la calle Filipinas del distrito de Peñarroya. Son varios los motivos que la hacen merecedora del galardón: si consideramos el aspecto humano, tenemos que admitir el exquisito respeto que ha demostrado el sector tolerante al instalarla en el emplazamiento más correcto, evitando así molestar el reciente luto de una vecina. Tan fervorosa decisión, un análisis de la misma, hecho desde el punto de vista de la religiosidad, nos obliga a considerar esta Cruz como un ejemplo de devoción y dedicación de algunos de sus adoradores. Y su celebración orgiástica, como la culminación de todo un año, siguiendo el ejemplo de Simón el Cirineo, que en cada paso cotidiano encuentran un alguien o un algo que liberar de su carga.
Pero, si el premio se lo merecen de verdad, es por cumplir las bases de la convocatoria, es decir, por el esfuerzo demostrado en mantener la tradición, homenajeando este año a la diosa Cibeles y a la muerte y resurrección de Attis, retrocediendo por primera vez en muchos siglos al mismísimo origen mistérico de la fiesta. Y como sólo hay una Regla de Oro de la Ética (Levítico 19.18), todo lo demás sobra. Mi enhorabuena a la junta directiva y vecinos implicados por acción y por omisión. Cualquier premio se quedará pequeño frente a tanta humanidad, entre cuyos atributos no parece que se encuentre el respeto y la solidaridad con el dolor del prójimo.
Donde no hay, no encontrarás, me decía mi abuelo, intentando enseñarme a optimizar mi tiempo. Continuaba diciéndome, encorvado mientras raspaba con el almocafre la hierba de los camellones del huerto: a una yunta de mulos no la engalanes ni la bailes por el ruedo; son para tirar y no para lucir. Joder..., cuánto tiempo me he pasado justificando erróneamente muchas actitudes, basándome en ese arcaico principio implantado en la zona más inocente de mi razón…