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2 de febrero de 2012 | Por J. L. Mohedano

Desconcierto…dudas…parálisis…

LOS PROYECTOS DE LOS NUEVOS MUNÍCIPES SE NOS REPRESENTAN COMO EN UN ENCEFALOGRAMA PLANO

Zona comercial peñarriblense a finales de 2011
Han pasado siete meses desde que los peñarriblenses otorgaron su confianza para que dirigiesen los destinos de Peñarroya-Pueblonuevo, y gobernara su Ayuntamiento, a los representantes del Partido Popular. En política, incluso en la pequeña que genera la vida municipal no debería poderse considerar como un plazo excesivo, si no fuera por el hecho evidente de que en la mayoría de los casos estos políticos locales, más o menos voluntariosos aficionados en su mayor parte, tienen que enfrentarse día a día, directamente y sin intermediarios (y con pocos medios, con escaso poder fáctico y con no demasiada imaginación) con las necesidades, con los problemas, con el paro, con la crisis que afectan personalmente a los ciudadanos y que estos ciudadanos tienen un rostro concreto y una familia concreta, que no son unos simples guarismos impresos en las comunicaciones de cualquiera de las secciones burocráticas o administrativas municipales aunque sean estos los datos que los representantes de unos partidos utilizan para arrojárselos a la cara a sus oponentes según les dictan en la mayoría de las ocasiones no el interés ciudadano, sino el propio interés partidario.
Es cierto que la transmisión de poderes desde el partido que gobernaba el Ayuntamiento se puede calificar de cualquier manera menos de modélica: han desparecido papeles, se ha obstaculizado pasivamente el acceso de los nuevos ediles a sus concejalías y se ha generado una desorganización administrativa que nos ha permitido comprobar a los ciudadanos que aquello de que los partidos buscan el bien de sus representados en primer lugar no son nada más que palabras vacías, casi tanto como esas promesas electorales que nos lanzan cuando se tercia, pero que sólo están para adornar los programas electorales. Por lo tanto no es de extrañar que esa falta de colaboración se haya ido manifestando en cada uno de los plenos mensuales, sin siquiera la concesión de esos tres meses de cortesía que es fama, se suelen conceder a los nuevos inquilinos del poder recién posesionados en él.
No es menos axiomático que los recién llegados, como es tradicional en estos casos, dicen no haber podido desarrollar adecuadamente su labor por la desorganización en la que encontraron la administración municipal, por haber tenido que emplear su tiempo y sus energías a reorganizarla a su manera, aunque siempre tendrían que haber podido contar con el núcleo básico que es el que garantiza el trabajo de los funcionarios municipales que deberían compensar la inexperiencia de los nuevos ediles y facilitar su aterrizaje en la cosa pública.
Todos han olvidado aquellos inflamados «lo primero es Peñarroya-Pueblonuevo» que con distintos registros proclamaron, con un desprendimiento digno de mejor causa, durante la ya olvidada campaña electoral.
Mientras, los ciudadanos que habían visto en el cambio la posibilidad de emprender un nuevo camino de mejora que aprovechara la oportunidad de la marea conservadora para ver como se materializaban progresos largamente demandados, aplicaciones más realistas de los casi extintos programas europeos de reindustrialización en la desaparecida cuenca minera, proyectos que permitan fijar a la población juvenil y el mantenimiento de los servicios sociales empiezan a manifestar su preocupación por la parálisis y el estancamiento municipales tras un unas primeras semanas que despertaron esperanzas, ha venido un decepcionado “aquí no pasa nada”. Y no vale la crisis mundial, ni la europea, ni la española para justificar absolutamente esta situación: pues cuando presentaron su programa ya estábamos inmersos en ella, ya conocían el estado de la hacienda municipal (y si no lo conocían era por negligencia propia). Se tiene la percepción de haber entrado en una zona temporal de calma chicha, que de alguna manera lleva a los miembros de la oposición a frotarse las manos ante la aparente inoperancia municipal y a clamar, como si fuera la panacea, por los proyectos emprendidos en legislaturas precedentes, algunos reconocidos y premiados por su valía en foros interprovinciales, pero que no se siguen desarrollando por habérseles adjudicado el sello de los perdedores, ignorando que lo importante de un proyecto no es él mismo en sí o quien fuera quien lo concibiese, sino su desarrollo y acabamiento, el alcanzar un feliz término que sea de utilidad y provecho a la ciudadanía que lo inspiró y alguno, como es el caso del semiolvidado tren turístico, merece alcanzar un mejor destino, por su ambición, su originalidad, su potencialidad y por la proyección que daría a Peñarroya-Pueblonuevo en el turismo, nuestra primera industria nacional. Mientras o no se conocen o no se publicitan adecuadamente y los proyectos de los nuevos munícipes se nos representan como en un encefalograma plano.
Aunque no parezca no ser muy político, no vendría de más que, en este año que hemos estrenado con tan poco halagüeñas perspectivas, la oposición municipal dejase de un lado parte de sus intereses como partido y llevase a la práctica verdaderamente aquellos deseos expresados al configurarse el nuevo Ayuntamiento, cuando afirmaron seguirían una constructiva y ejemplarizante disposición para llevar a cabo sus tareas como oposición a la mayoría y que todos los ediles que forman el concejo municipal tengan la vergüenza torera que les haga capaces de anteponer la marca Peñarroya-Pueblonuevo, el amejoramiento de la vida ciudadana y su bienestar a sus intereses particulares o partidarios recuperando el mosquetero «todos para uno» y que ese uno sea nuestra ciudad, nuestra Peñarroya-Pueblonuevo.
Y esto no es un ataque de “buenismo postnavideño”, es una demanda a la clase política peñarriblense y al pueblo que aún considera que tienen que ser otros quienes les solucionen los problemas. Es el momento para olvidar las chorradas y buscar lo esencial, para conseguir trabajo y prosperidad. El momento para recordar que el miedo no es la solución, que ha llegado el momento de desempolvar aquel “todos a una” que hizo famoso a nuestros vecinos melarienses y luchar verdaderamente por lo que queremos pues, como dijo el poeta, no somos un pueblo de bueyes.
 

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