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6 de diciembre de 2010 | Infoguadiato

Europa y Fuenteovejuna

EL TRATADO DE LISBOA CUMPLE UN AÑO SIN EUFORIAS NI MOSQUETEROS

Europa y Fuenteovejuna
Cuán certero es el conocido proverbio latino tempus fugit, inmortalizado ya en el siglo I a. C. por el gran poeta romano Virgilio en sus Geórgicas. “El tiempo vuela a veces como un pájaro”, y en otras ocasiones “se arrastra como un caracol”. Así lo reconocía también el escritor ruso Iván Turguéniev en el siglo XIX; un narrador, por cierto, que siempre hizo gala de una visión del mundo lo suficientemente amplia e integradora como para considerarlo uno de los grandes europeístas de la historia. Lo cierto es que el Tratado de Lisboa cumplió un año el pasado miércoles. Han transcurrido doce meses desde aquel 1 de diciembre de 2009 en el que tantas esperanzas se depositaban sobre una Carta Magna que algunos consideraban un intento descafeinado de Constitución Europea, y otros, la promesa de una Unión más fuerte, más sólida y más prometedora para Europa. Los trescientos sesenta y nueve días transcurridos desde entonces parecen querer darle la razón a los primeros, y robarle la esperanza a los segundos.
Primero fue la caída de Grecia. Más recientemente la de Irlanda. España, Italia, Portugal, Bélgica y un largo etcétera “se piden últimos” y prefieren mirar hacia otro lado, como si con ellos no fuese la película. Entretanto, Francia alza cada vez más la voz, y Alemania se presenta como el único juez capaz de dictar sentencia, como parte interesada cuyo poder estratégico y prestigio financiero le otorga la capacidad de dirimir en nombre de todos, o de casi todos. De seguir así las cosas, será Alemania la que decida si la Europa del Euro ha sido sólo un espejismo o si, por el contrario, todavía queda margen para luchar y sobreponerse a las difíciles circunstancias que acosan al mal llamado viejo continente. El lema libertad, igualdad y fraternidad, nacido en tiempos de la Revolución Francesa, que inspirara las constituciones también francesas de 1948 y 1956, y sobre el que se ideó el sueño europeo de la Unión, parece estar cada vez más obsoleto. El eslogan Uno para todos y todos para uno, que hoy asume como propio Suiza, pese a la existencia de sus homónimos en Alemania, Italia, España o Francia, y que caracteriza la saga de novelas de D’Artagnan, popularizada por Alejandro Dumas padre a mediados del siglo XIX, hoy ya no tiene sentido.
En Europa cada uno parece ir por su lado. Igual de difícil es identificar a aquellos países que podrían representar a los mosqueteros Athos, Aramis, Porthos y D’Artagnan, al servicio de un rey global (en la primera mitad del siglo XVII fue Luis XIII –rey de Francia y Navarra, copríncipe de Andorra y conde de Barcelona–; hoy sería la Unión Europea), como a aquellos que se enfrentaron a un malvado cardenal Richelieu (hoy personificado en la crisis financiera internacional). El sacrificio conjunto en beneficio de un bien común está cada vez más cuestionado. Pero debemos hacer causa común si queremos salir airosos de este atolladero. Recordemos que hace ya cerca de 2.700 años el fabulista griego Esopo nos enseñaba que “la unión hace la fuerza”.
Del mismo modo que es imposible para España superar su crisis si focaliza su esfuerzo y su ayuda en ciertas regiones, olvidándose de otras, tampoco Europa podrá reponerse de sus cicatrices si no consigue crear una red no sólo monetaria, sino económica y financiera integral. Europa ha de pensar en grupo. Reconocer que sólo los equipos equilibrados y bien conjuntados consiguen los tres puntos. No puede haber brechas ni fisuras. No podemos permitir que unos países traten de mantener su estatus privilegiado, otros de aislarse de los problemas que aquejan al vecino, algunos de continuar viviendo por encima de sus posibilidades, y unos pocos confiando, como petrificados ante la mirada encantadora de Medusa, que el tiempo proveerá épocas mejores y un nuevo orden económico y social más justo y equitativo.
¿Qué queda de la gloriosa obra teatral esculpida por Lope de Vega a principios del siglo XVII? Aquella en la que el tono reivindicativo y la denuncia social se convertían en cántico de todo un pueblo frente a la injusticia. “Fuenteovejuna, todos a una”. Europa, señor, todos a una. Hoy más que nunca debemos mostrarnos unidos ante el mundo, reclamar nuestro lugar en el mismo y el respeto de aquellos que nos observan incrédulos y expectantes desde el exterior.
Las voces del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, de Catherine Ashton, Alta Representante, de José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión, y de Jean-Claude Trichet, presidente del BCE, no pueden ser discordantes ni sonar a destiempo. Las respuestas a los problemas han de ser rápidas y decididas, aprobadas por consenso general. El Tratado es lo suficientemente flexible como para articular los cambios necesarios que permitan introducir nuevos instrumentos de acción. Frente al sobreendeudamiento (las deudas privadas amenazan con duplicar a las públicas, ya en situación de riesgo), el desequilibrio financiero, la burbuja especulativa, el encubrimiento de los riesgos derivados, la falta de políticas crediticias y el aumento de las restricciones y los recortes, se deben tomar decisiones valientes de amplio calado estructural, como son el reajuste del gasto general y específico, la compra de deuda por el BCE, la reducción de los costes productivos y laborales (no salariales), el fomento de la competitividad exterior, un impulso a los mecanismos de intercambio en territorio de la Unión, la modificación de las políticas fiscales, la corrección del desequilibrio estructural entre Alemania y los países de la zona sur europea, nuevas ayudas integrales a la iniciativa, la creación y el asentamiento empresarial, revalorizar la moneda (en vez de jugar con hipótesis de depreciación y devaluación), dar carácter permanente al Fondo de Estabilidad, implicar a los ministros de Exteriores en las cumbres decisorias, etc.
“Qué delito cometí contra vosotros naciendo”, se pregunta la voz lírica del poema de uno de los grandes creadores de nuestro Siglo de Oro, Pedro Calderón de la Barca. En el caso de la Unión Europea, ninguno por haber nacido. Más bien, todo lo contrario. “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión”, la ilusión de una integración entre pueblos afines. Si bien no hay delito en haber nacido, quizá sólo alguna pequeña falta en sus años de existencia. Como ejemplo, los años de preparación perdidos aguardando la ratificación del Tratado, la falta de coordinación entre Directivas verticales y horizontales, la complejidad lingüística de la terminología que alude a normas y reglamentos, o la falta de autoridad asociada al Derecho Europeo. Con todo, debemos ser firmes y no cejar en nuestras pretensiones. Debemos defender con entusiasmo los valores que proyecta Europa; promover con convicción la credibilidad europea. Si nos mantenemos unidos y seguimos adelante con nuestro sueño, ¿quién va a poder con una Europa que existe desde hace 2.500 años? A fin de cuentas, “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, quizá alcanzables.
www.josemanuelestevezsaa.com
 

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