19 de julio de 2020 | Manuel Villegas Ruiz
Los españoles y las mascarillas
Si mal no recuerdo fue Joaquín Costa quien dijo, poco más o menos, aquello de que cada español desea llevar un salvoconducto en el que se diga: “Esta persona puede hacer lo que quiera, cuando quiera y dónde quiera”.
Sí, sí, Joaquín Costa quien, después de la pérdida de nuestras últimas colonias, fue el propugnador del Regeneracionismo y también dijo: “Doble llave al sepulcro del Cid”, en su obra “Crisis política de España”, con lo que quería decir que nos olvidásemos de nuestro pasado y comenzásemos una nueva andadura en la que España se regenerara.
Bien, pero lo que ahora consideramos, que es motivo de deliberación, es la actitud indómita e indisciplinada de nuestros conciudadanos.
Muchas veces he reflexionado sobre la desobediencia de los españoles y he llegado a pensar que si podrá ser un vestigio, a pesar de las muchas civilizaciones que nos han aculturado, del carácter indomable de los primitivos iberos, aquellos a los que a los romanos les costó tanto someter.
También he llegado a pensar si esta indocilidad hispana se deberá al clima o a cualquier otra circunstancia que nos hace tan rebeldes.
Lo cierto es que somos poco inclinados a obedecer y a someter nuestra voluntad a mandatos aunque sean para nuestro bien.
Esto viene a propósito de nuestra actitud respecto a la pandemia que padecemos. Ciertamente en los aproximados cien días durante los cuales no hemos tenido más remedio que permanecer enclaustrados en nuestra casas lo hemos sobrellevado bien, pero ahora, transcurrido ese tiempo de encerramiento forzoso, cada uno campa a sus anchas haciendo de su capa un sayo.
Ha bastado con que se nos haya permitido abandonar nuestro encierro obligado, para que cada cual haga lo que le venga en gana sin tener en cuenta no solo las recomendaciones, sino los mandatos estrictos sobre el uso de las mascarillas.
Los doctos en esta materia repiten hasta la saciedad que es necesario su uso en todos los lugares, salvo en contadas excepciones, pues bien, basta que nos demos un paseo por cualquier ciudad para que veamos hasta qué punto llega la desobediencia y el no hacer caso a lo que se nos dice aunque sea por nuestro bien.
Se llevan colocadas en los brazos, en los codos, de sotabarba, o en cualquier posición menos en la correcta.
Que es molesto, ya lo sabemos, que se respira con dificultad, también, que, con los calores que hacen, se puede llegar a sentir la sensación de asfixia, ¡Por supuesto! Pero se trata de una cosa necesaria para preservar nuestra salud y la de los demás.
Hay quien dice que este virus pulula en el aire, y que alguien se ha contagiado por subir en un ascensor en el que, con anterioridad, había viajado una persona portadora del mal.
No se respetan las distancias de seguridad, no solo en las reuniones de divertimento como pueden ser eventos sociales, sino que en lugares de ocio, y hasta en los pasos de peatones, pues, cuando nos percatamos, tenemos una persona a menos de medio metro de distancia.
Bueno, pues a los españoles se nos da una higa todas las recomendaciones y los mandatos. No doblegamos nuestra cerviz, aunque nos vaya la vida en ello. Pero si fuese solamente la vida del transgresor, allá él con su responsabilidad, pero no se trata solo de eso, es que con la actuación de quienes no respetan las normas ponen en peligro la vida de los demás, pero volvemos a lo de siempre: “Yo hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero, sin respetar a los demás”.