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2 de julio de 2020 | Manuel Villegas Ruiz

¿Dar un pez o enseñar a pescar?

Ese es el dilema que, desde hace tiempo, se plantean todos los que quieren ayudar a los más desfavorecidos por la fortuna.
A partir de que se planteó esa disyuntiva, siempre se ha considerado que es preferible enseñar a los necesitados a que se busquen su sustento con su propio trabajo antes que otorgarles una ayuda sin que hagan nada para conseguirla.
Jhon Maynard Keines, en su conocido libro “Teoría General de la Ocupación, el interés y el Dinero”, allá por el primer tercio del pasado siglo XX, cuando predominaba la producción de bienes, que, según mi criterio, es lo más importante para el bienestar de cualquier país, porque proporciona riqueza y prosperidad a los ciudadanos dijo: “es mejor hacer un pozo y volverlo a tapar que tener gente desocupada”. Y yo añado, cobrando una ayuda por no trabajar.
Posiblemente se me tilde de capitalista, o de cualquier cosa peor, pero considero que el libre mercado y la competencia independiente han proporcionado más bien a la Humanidad que cualquier religión o sistema de gobierno. Solo tenemos que echar un vistazo a los países en los que impera la organización social en la que no existe la propiedad privada, ni la diferencia de clases, y los medios de producción no están en manos privadas sino en las del Estado. Hasta ahora han fracasado estrepitosamente. Podemos comprobarlo en las naciones en las que impera esta forma de gobierno. Buen ejemplo nos dio la antigua República Socialista Soviética.
El sistema capitalista, o sea, la producción de bienes en manos de particulares, cuya venta enriquecían a las empresas y a sus accionistas, ideó las ventas a plazos, es decir, una familia que no disponía de dinero suficiente para adquirir un bien podía conseguirlo de inmediato, pagando su importe en cantidades acordadas con el vendedor. De esta forma personas que jamás hubiesen podido obtener un artículo, como una lavadora, frigorífico, coche y mil cosas más, disfrutarían de él de inmediato y podrían satisfacer su importe con posterioridad, en “cómodos plazos”.
Los medios de comunicación nos agobian continuamente con este sistema de ventas.
Pero vayamos al caso que nos ocupa. Nuestro Gobierno acaba de aprobar el Salario mínimo vital por el que se conceden diversas cantidades a las familias, según sus necesidades.
Esto, aunque lo encubramos con eufemismos, no deja de ser una limosna, y ya sabemos que la limosna envilece al ser humano, mientras que el trabajo lo dignifica. Sé que soy muy duro en mis apreciaciones, pero con esta subvención estamos creando una sociedad de parásitos que en muchos casos, preferirán el pez antes que la caña. Será más cómodo vivir de una dádiva que esforzarse en trabajar.
No podemos olvidar que España es el país por excelencia de la picaresca que tan bien recogieron en sus obras distintos autores literarios a partir del siglo XVI.
Esto aparte de que los Técnicos de Hacienda denuncian que la economía sumergida supone un 25% del PIB. ¿Hay país que pueda soportar tamaño fraude?
De esta forma, los pillos, consentidos por nuestro Gobierno, pueden obtener una ayuda y trabajar “en negro” sin que nadie los controle.
¿Qué obtienen quienes nos gobiernan con ello? Poca cosa: solamente una bolsa inagotable de votos de paniaguados que los mantendrán en el poder mientras dure este momio.
Hoy se han inventado el término “lo políticamente incorrecto” que es una forma de denunciar a quien dice la verdad, pues bien, seré políticamente incorrecto si digo que el Salario mínimo vital solo sirve para crear parásitos y atraer e inmigrantes que, cuando llegan, las ONGs se desviven por atenderlos y proporcionarles bienes de los que muchos españoles carecen, a costa de nuestros presupuestos. Nuestra Deuda Pública ha alcanzado el 106% del PIB, según explica María Jesús Fernández, analista de Funcas. Es un nivel que no se habían visto desde 1909.
Hay mayores jubilados que han trabajado cuarenta o cincuenta años y tienen una pensión inferior a la ayuda que se les paga a personas que, permítaseme la expresión: “jamás han dado un palo al agua”, incluidos los emigrantes.
Estos trabajadores que hoy tienen setenta u ochenta años han sido los que levantaron España en la recuperación de nuestro país tras la agonía de la guerra incivil.
¿Hasta cuándo durará esta sangría de nuestro patrimonio y esta deuda que habrán de satisfacer nuestros bisnietos?

 

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