Uno de mis principios, compartidos con la mayoría de mis compañeros, era el de la admiración hacia una persona que desempeñaba un puesto, en el Seminario y posteriormente en la Universidad, esto era indiscutible. Entre este concepto y la valoración de la mayor edad, la gerontocracia era sinónimo de respeto; es decir, la experiencia, asociada concretamente a la ciencia, era digna de alabanza y tomada como ejemplo a seguir.

Hoy, sin embargo, no prestamos atención a aquellos valores que teníamos a gala, se nos olvida la herencia de las ideas, y las acciones preferentemente realizables provienen de jóvenes cada vez más inexpertos e inmaduros. Es hora de abandonar ese discurso basado en la necesidad de un cambio, tan propio de mentes progresistas, que sólo provoca más prisa y frustración a la hora de hacer bien las cosas, de progresar adecuadamente.

Ahora, que como responsabilidad la palabra ha pasado a ser casi una antigualla, los políticos en quienes deposita­mos nuestro voto nos comunican algunos acuerdos (ya la sola palabra pacto, resulta embarazosa) con un desparpajo indecente. Hasta ayer, juraron no pactar y se jactaban de medirse a ver quién soltaba la frase más ingeniosa como si el discurso político fuese escrito para ser leído en un programa del corazón y no en el Con­greso de los Diputados.

Ahora, que uno de los partidos históricos del panorama político puede estar en crisis de identidad, le atacan desde dentro sus propios miembros dándole al enemigo la facilidad de ganar la partida. Tras una primera visión, no se trata de que haya una lucha interna por el poder (que también la hay). Si no que la gerontocracia de este partido, aquellos históricos que fueron los pilares de aquella formación, han caído como en la “Rebelión en la Granja” de Orwell en los mismos pecados que abominaban, por los que luchaban para deponer y por los que arrastraron masas. Esto es como decir que no podemos comprender porque somos mayores y no estamos en los problemas de la calle. Estos pactos simplemente son una monstruosidad con sectores de la sociedad que no tienen nada de margen para poder seguir esperando cambios.

Ante algunas cosas que nos dicen estos políticos no se ve estatura. Hay que hacer un esfuerzo, tragar saliva, respirar hondo, y recordar que no tenemos que ser de los “admiradores” que les ríen las gracias, porque somos otra cosa, y que en todo caso, que se alegren otros.

Pese al tono convencido con que se dirige a sus auditorios los partidos en general, el verbo solvente y la entonación atildada, ha perdido finalmente algo mucho peor que el rumbo: ha dinamitado su identidad. Como votante consolidado, no encuentro heredero legítimo de aquel partido que cubría mis expectativas y lo que es mucho peor, su “consejo de ancianos” para mí, ha perdido el respeto.