9 de enero de 2019 | S.A.N
La paradoja de un pueblo minero alimentando a VOX
De haber concurrido como formación política a las pasadas elecciones autonómicas de nuestra comunidad, de esta Andalucía que nos desangra de disputas el corazón, el desencanto hubiera sido la lista más votada en Peñarroya-Pueblonuevo. El resultado de su homónima la abstención, con más de un 51 por ciento de los votos, certifica la presunción anterior.
El hartazgo político se eleva como denominador común de la ciudadanía en general y de los peñarriblenses en particular y se ha traducido en que de cada dos votantes censados en Peñarroya-Pueblonuevo, uno ha entendido que su voto no contribuye a transformar la sociedad, que la democracia representativa no constituye su mejor opción para legitimar a los gobernantes, que en los partidos políticos prevalece el interés personal de quienes los conforman y no el del pueblo a quien sirven (o eso hacen creer), o que su concepto de la democracia no pasa por acudir una vez a urnas cada cuatro años para escoger a unos señores/as que pasan a tener unos privilegios muy superiores a los que tenían y a los que mantiene aquel que los votó. La abstención es un termómetro del fervor democrático de la población en el que los dirigentes no suelen reparar para explotar de júbilo (o de tristeza) en la noche electoral y posteriores, atribuyéndose mayorías absurdas, loores, o buen hacer.
No podemos desentendernos de la imagen de Juanma Moreno Bonilla en su comparecencia televisiva apenas conocidos los resultados, el líder de plastilina del PP, que tras mirar a derecha y a izquierda de esos resultados, compuso esa sonrisa de mermelada caducada que lo caracteriza y se vio ya presidente con apenas un 12 por ciento escaso de las preferencias de los votantes potenciales, desatendiendo cualquier otro indicador, incluido el de la abstención. La desvergüenza discursiva, eufórica, mendaz una vez más, de que los andaluces habían escogido al PP para liderar el cambio de la comunidad, con solo uno de cada ocho votos, da a entender que los abstencionistas están cargados de razones para serlo.
Docenas serían las lecturas que podríamos inferir de los resultados, pero dada la irrupción de vox (lo consignamos, ex profeso, con minúsculas para no contribuir al eco mediático que lo ha encumbrado hasta la obtención de ese 6 por ciento de censo electoral andaluz y que traducido en votos solo suponen 250 000 menos que el PP), no queremos dejar pasar la oportunidad de descender a la óptica local, a la de Peñarroya-Pueblonuevo, un pueblo minero de raíz, migrante por razones de coyunturas económicas, obrero de valencias, servidor de señoritos y magnates, pero un pueblo orgulloso de su historia y de sus gentes, y que tampoco ha sabido desembarazarse del abrazo propagandístico de una derecha cuyo tridente (PP, Cs y vox) ha superado en porcentaje a las formaciones de izquierda.
Sonrojan los casi 400 votos peñarriblenses obtenidos por el partido neofascista que propone retornar a tiempos donde en los colegios se obligaba a los niños a cantar el Cara al Sol. Ruboriza que la formación que preside un vasco que ha vivido con opulencia del cuento de la política durante toda su vida laboral, y en concreto de sueldos y subvenciones autonómicos, postule la desaparición de las comunidades autónomas para envolvernos a todos con una bandera española que demasiados no sienten como identificativa por haber sido símbolo de dictaduras y reyes totalitarios. Entristece que en Peñarroya-Pueblonuevo, 386 de sus habitantes hayan escogido delegar electoralmente su voluntad en un partido que encarna lo más abyecto de la democracia y que ha aterrizado en Andalucía para ningunearla, para desposeerla de sus prerrogativas identitarias, para proyectarse mediáticamente ante futuros retos electorales: Andalucía como banco de pruebas para su lanzamiento a escala estatal.
Abruma que un pueblo venido a menos demográficamente (llegó a sobrepasar en los años 40 los 30 000 habitantes), pero a más en lo urbanístico, en lo social, en lo sentimental; un pueblo minero, reivindicativo y esforzado, haya contribuido con esos 386 votos a allanarle a vox su asalto al parlamento español tomando como avanzadilla a Andalucía.
Dos son a todas luces los ganadores de esta última secuela electoral, la abstención como exponente de un manifiesto hastío político de los ciudadanos y vox como esa bestia que ha escogido Andalucía para desperezarse del letargo y que ha seducido a esos 386 peñarriblenses que parecen haber olvidado la negrura de una historia de España no tan alejada de nuestros días.