10 de noviembre de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La viga en el ojo
─ “¿SABES QUÉ ES LA TRAICIÓN? LA TRAICIÓN, LA DE VERDAD, ES CUANDO SIENTES VERGÜENZA Y DESEARÍAS SER OTRO.” (ANTONIO TABUCCI)

En su libro “Contra el fanatismo” el judío Amos Oz escribe acerca gozo de escribir y del compromiso que la escritura supone:
─ “Creo que existe en todo ser humano (…) La necesidad de contar una historia, de imaginar al otro, de ponerse en la piel del otro es, al final, no sólo una experiencia ética y una gran prueba de humildad, no solo una buena directriz política, sino (…) también un gran placer.”
Idéntica definición pienso yo que sería válida para cualquier forma de comunicación artística.
Una historia sin una cierta dosis de ternura es una de esas “esaboriciones”, como dirían los andaluces con su riquísimo léxico, que a nadie apetece leer; una cocina a la “mala follá”, sin arte, ni ciencia, ni su pizquita de sal, que invitaría al comensal a levantarse de la mesa y a devolver aquel comistrajo a la cocina:
─ “Maestro estas gambas están chungas”.
─ “¿Qué están qué?”
─ “Chungas. Cucuruchas. Chuchurrías. Tiesas. En una palabra, que no están frescas”.
Los hay que acostumbran a mirar la paja en el ojo ajeno, para no ver la viga en el suyo propio. Son las ranitas cantoras de su ombligo: ese feo sabañón del que ya hablaba D. Pío Baroja en su “Miserias de la guerra”:
─ Hay mucha gente que no discurre. Yo he oído decir a un orador aparatoso español, Vázquez de Mella, hace años en un banquete, que se había encontrado las diecisiete pruebas matemáticas de la existencia de Dios.
─ ¿Y a usted eso le pareció una estupidez? (…)
─ Naturalmente. No creo que con una medida limitada y humana se pueda medir lo que se considera ilimitado y extra humano. Pues bien, con una estupidez parecida a la del orador me decía un anarquista que por las matemáticas se había demostrado que el anarquismo era el mejor gobierno posible.
Y es que, para andar gustoso por la vida, cuánto mejor nos iría de seguir las recomendaciones de hombres sabios como D. José Ortega y Gasset:
─ Siempre que enseñes, enseña también a dudar de lo que piensas.
…
Américo Castro, historiador español, hizo un hallazgo gracioso: el comunismo ruso, a su entender, era un calco de la Iglesia Ortodoxa, “la más reaccionaria de todas”.
Y si algún otro historiador me lo explica me gustaría a mí saber la ideología que subyace tras los funestos y desagradables comentarios de Guillermo Zapata, concejal de “Ahora Madrid”, que justifica la gracia de sus “chistes” en una extraordinaria mezcla de “angustia e hilaridad”, en que el humor, según él, surge como un “mecanismo de defensa”:
─ “Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcásser para que no vaya Irene Villa a por repuestos”.
─ “¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un Seiscientos? En un cenicero”.
Si resulta ser de tal calibre el sentido de la gracia, y la sensibilidad social de este “tonto del haba” , de los Vigalondo, de los Titiriteros de “Gora ETA”, y tal y tal…, a servidor que no le inviten a acompañarles hasta la esquina, porque es seguro que serán ellos los que no alcancen a entender mi gran sentido del humor; ese mismo que, a manos llenas, derrochara el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, cuando tres forajidos se incautaron por las bravas de su Ford:
─ Yo no me sentí hombre de “derechas”, ni “fascista”, ni “tradicionalista”, ni “falangista” (…) Yo me sentí únicamente anti izquierdista de las izquierdas españolas.”
Me pregunto qué cráneo privilegiado regalaría el cargo de Concejal de Cultura de la Comunidad de Madrid a este homónimo de Guille, el personaje de “Mafalda” que tanto gusta de sorber las sopitas calientes:
─ “¡Zo… zopita, zo… zopita!”
¿Y con qué clase de argumentos se atreve este hediondo individuo a meterse con Irene Villa, con el drama del pueblo judío, y con las niñas de Alcásser?
Pero si él mismo es la viva imagen de un mal chiste, con ese aspecto desleído de gambón con los bigotes tiesos.
Porque no me dirán ustedes que con esas gordezuelas y mantecosas manitas de fraile, esos ojos saltones de cordero degollado, esa cerviz inclinada de costalero y penitente, y ese cutis sonrosado de gamba, este moderno luchador de sumo no está como para que le hagan una caricatura en “El Papus”.
Que si como dice el Juez Pedraz “no existe un derecho a no ser ofendido”, menos derechos supongo yo que tendrá un desentierra cadáveres, que sugiere a quien le ve la imagen de un “chorizo al Infierno”, de un pulpo a la paliza, o de una gamba al ajillo; o bien de una de esas tapas en hipérbaton que José Antonio Garmendia se inventa intercambiando las sílabas finales de las palabras: “Sanda encebollagre”, “Paja a la narante”, “Coro de tola”, etc…
Que tomándome la licencia del autor de “El Gastromerón Andaluz”, a semejante bocazas habría que dale de cenar un buen cubo de pienso de “Perdices al Profidén”, al estilo de Vicente “El Traga”, con una salsa espesada con “un tubo de pasta Profidén, las vacunas de los caballos, y dos boñigas muy bien picadas.”
…
─ ¿A mí con cañas, que soy el padre de las castañas?
Ésa es la frase que nos sugieren los dibujos y comentarios de alguien que se ríe hasta de su sombra, que está de vueltas de todo y que, como dicen las alegrías de Cádiz, desconfía hasta de su padre:
─ Yo pegué un tiro al aire/ cayó en la arena, / confianza en el hombre/ nunca la tengas.
Como a manso regalado─ que diría Lope de Vega ─, el escritor y humorista José Antonio Garmendia nos ofrece en sus “chistes” toda la “blanca sal” de su ingenio.
El autor del “Diccionario de Cipriano Telera”, de “El Gastromerón Andaluz”, de “El Locamerón”, y de muchos otros libros, es un escritor que dibuja, o un dibujante que escribe sobre lo que se mueve a su alrededor, con una perspicacia y una ternura increíbles.
Así, las contradicciones en que incurre la sociedad están presentes en el “relato” “Apendicitis”.
Tras un feliz postoperatorio, en el que todo transcurrió a las mil maravillas para el preso, “al cabo de un mes le dieron de alta y fue conducido, completamente restablecido, a la cámara de gas.”
Contra el poder que representan personajes tan esperpénticos como nuestro Guille el humorista sevillano también muestra sus argumentos: “Joe el Tuerto aupó del sillón a Billy el Niño, y luego de bajarle los pantaloncitos azules, le dio tras tras en el culete”. (“Billy el Niño”)
Las distintas patologías del “yo” se manifiestan en aquellos que tras conseguir de Felipe, el genio de la lámpara maravillosa, todos los favores solicitados, el último favor que le piden es “¡Muérete!”. (“Desagradecido”)
En cuanto al tema de la educación, en “El chupa chups” se plantea si es oportuna la vulnerabilidad de los padres ante las caprichosas e insistentes demandas de sus hijitos.
En este caso Pepito, una vez conseguido el caramelo por el que tanto pleiteó “dando un salto simiesco, metió todo el palito, hasta la bola, en el ojo derecho del progenitor”.
En “Epitafio” es el propio marmolista el que tiene que planteárselo todo en su vida, el problema y la solución, incluso para morirse:
“En esta tumba todo es mío. El muerto soy yo, el epitafio lo he inventado yo, y lo he grabado yo. Descanse yo en paz.”
En “Enrique el realista” se nos muestra al niño que no responde al mismo tópico que repiten los demás, y que cuando se le pregunta qué va a ser, él dice que lo mismo que su abuelo.
“¿Y qué es tu abuelo”, le preguntan. Y él responde: “Muerto”.
En “Apocalipsis” se plantea la verdadera condición humana, que es la inclinación a pecar.
Cuando la gente se entera de que tanto ruido y tan pocas nueces ha sido solo un mero ensayo del Día del Juicio Final, “los habitantes de la Tierra interrumpieron sus contriciones y fueron regresando a sus pecados de todos los días”.
En “Las Perdices”, el escritor prima el peso que las circunstancias ejercen en nuestras vidas sobre la tradicional frase hecha. El día de su boda los novios comieron perdices, pero no fueron felices, porque a ella las perdices se le atragantaron, y una fea cicatriz que le quedaría en el cuello tras la oportuna operación, fue la causa de que se le agriase el carácter.
“Total que Romualdo y Eloísa no consiguieron ser felices, por comer perdices, precisamente”.
En “La esquela”, un individuo que frecuenta un bar expresa “la rara amargura que me causaba aquel matrimonio estéril y aburrido. Con su repeinada resignación a cuestas”.
El día que el parroquiano se entera, por las páginas del periódico, del fallecimiento de aquel matrimonio, da un suspiro de alivio, al comprobar que la presencia en la esquela de tantísimos familiares, suponía un soplo de vida:
“La esquela me había reseñado una muerte. Pero también me había descubierto una vida”
En “Marketing” se expresa la ilusión de un vendedor por haber conseguido enganchar a un posible cliente. Cuando Luis sale a la calle con la impresión de haber sido atendido por alguien, lee la tarjeta de visita de su cliente, y observa que en ella sólo cambia el nombre con respecto a la suya: “Augusto Font Viudes. Diplomado en Marketing. Especialista en control presupuestario.”
En “Clandestinidad”, el humorista nos muestra una silenciosa reunión de barbudos, apiñada alrededor de la mesa de un bar.
“Año y medio llevaban ya suprimiendo el afeitado de cada lunes y nadie se había dado cuenta aún de que su reunión era una reunión clandestina.”
En “Un abrigo de pieles francamente original”, D. Gregorio Zafra, magnate de la construcción, consigue previo pago que les inviten, a su esposa y a él, a una fiesta de sociedad que tiene lugar en un precioso palacio.
Allí se muestran los abrigos de primerísima categoría, en lucha sin cuartel entre armiños, astracanes, martas, visones, chinchillas…
Al día siguiente al evento las crónicas de sociedad destacan que no hay ninguno que pueda “compararse con aquel deslumbrante abrigo de pieles de albañiles extremeños” que lucía la esposa de D. Gregorio.
En “El torbellino de la muerte” vemos las galas del difunto, “enterrado con gran boato y mucho llanto en un mausoleo de mármol rosa. Transcurrida media hora escasa, nadie volvió a acordarse de él.”
Entre los “sucesos verídicos” de “El Gastromerón Andaluz”, libro que reúne veintidós historias de pitanza, destaco uno que bien podría ser calificado de humor negro: “Sesos a la nigeriana”. El protagonista del relato es un sevillano que estuvo casado con la millonaria Juana Hearts, una mujer apasionada de la cocina exótica con la que su marido había viajado por medio mundo.
Concretamente aquel día habían acordado visitar el restaurante más caro del mundo, situado en Nigeria, donde la especialidad de la casa era todo un ritual: consistía en acomodar a ocho comensales ─ José Luis y señora entre ellos─ alrededor de una mesa redonda, en cuyo centro se abría un gran agujero.
“En un momento dado ─ refiere el narrador ─, emerge la cabeza de un mono”, y es entonces cuando un experto maître aprovecha para levantarle al pobre animal la tapa del cráneo de un preciso golpe de sable.
Sobre aquellos sesos aún palpitantes, un somelier escanciará unas gotas de licor, dando la señal de salida a ese extraño cuchareo que tanto debe agradar a paladares exigentes.
─ “¿Y tú estabas allí? ─ le pregunté a José Luis.
─ Te lo juro, Antonio, por la salud de mi madre.
El Sieterrevueltas no es hombre que se invente rollos. Cuenta cosas increíbles, pero no miente nunca.
─ ¿Y qué hiciste?
─ ¿Qué iba a hacer, Antonio? ¡Divorciarme!”
¿Humor negro el de Garmendia, como el que hace Zapata? Nada que ver.
Con una buena dosis de humanidad el humor hace tiernas hasta las escenas más desagradables.
Lo otro no es humor, es una puñalada trapera a la sensibilidad y al corazón de la buena gente, como usted y como yo.
…
Para concluir, y en solo dos pinceladas, le dejo unas cuantas frases del “Libro de las locas reflexiones” para que usted las disfrute:
─ Hasta tal punto me falla la memoria que… ¿de qué estaba yo hablando?
─ Yo quiero morirme sentado a la puerta de mi casa, mientras espero ver pasar el cadáver de mi enemigo.
─ Lo primero que en la vida hacen todos los hombres es bulto.
─ Más vale ser guapo, rico y sano, que feo, pobre y enfermo.
─ Entre un mal retrato al óleo de Raquel Welch y una buena fotografía de Raquel Welch, me quedo con Raquel Welch.
─ Hay gente que tiene una cara que es su propia caricatura.
─ No hay persona más insustituible en su cargo que aquel que es perfectamente inútil.
─ La calumnia es igual a la masa por el cuadrado de la veracidad.
─ Los hombres son mujeres en basto.
─ El hombre se diferencia del mono en que a los monos no les cuelgan medallas.
─ Ese señor que se eleva del suelo para rematar un córner no deja de ser un místico.
─ Estoy harto hasta las narices, luego existo.
─ De sabios es cambiar de contradicción.
─ El símbolo del aburrimiento es un espejo frente a otro espejo.
─ La única guerra es la que me hubiera gustado intervenir es la guerra de la independencia. Pero yo solo.
─ Por muy civilizado que un país sea. Jamás consentirá el aborto de las rosas.
─ Muchos que se las dan de “progres” no son más que “carcas” con pantalones vaqueros.
─ El hombre es él y su soledad.
─ Los partidarios del divorcio son gente que ha tenido mala suerte en la lotería.
─ Lo que más coraje me da en la vida es la hincultura de la jente.
─ Cinco matrimonios reunidos habitualmente son diez desgraciados hartándose de tapas.
─ Soy tan partidario de las asociaciones que pienso apuntarme a todas.
─ Un padre le dijo a su hijo; “Lo principal en la vida es que seas honrado”. Y se murió. De risa.
─ ¿Qué marca de vino me pidió el señor?
─ Ya no me acuerdo. Yo bebo para olvidar.
─ ¿Qué pensaría un niño si viera una cigüeña embarazada?
─ Era más cursi que un pringá con huevo hilado.
─ Cuando sea rico voy a construirme una casita en la sierra, en el barrio de Santa Cruz, a orillas del mar.
─ Últimamente lo estoy pasando fatal. No sé qué me pasa que no le tengo envidia a nadie.
─ Hay días en que no me importaría morirme. Pero los Bancos no me dejan.
─ Yo seguiré siendo dueño del universo mientras no venga nadie que me demuestre, con las escrituras por delante, que el universo es suyo.