3 de julio de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez, (2ª fotografía de Juan José Bianchi Polavieja)
Fausto Velázquez Clavijo, “la vida como obra de arte”
“¿SÓLO ES SAPIENS EL HOMO?/ Y LA MUJER, ¿QUÉ COÑO ES?”

Esta tarde los habituales de Infoguadiato hemos quedado citados con el pintor Fausto Velázquez Clavijo en su casa de la calle de San Isidoro, a pocos metros de la Plaza del Salvador, y a sólo unos pasos de la popular calle Francos, la rúa a la que pusieron nombre los franceses que llegaron a Sevilla allá por los Siglos de Oro.
Hasta hace muy pocas fechas la casa era una Galería de Arte, de prestigioso renombre en la ciudad, y hacia allí nos dirigimos.
Buscando como el perro la sombra, y al resguardo de ese ingenioso parasol de nombre marinero que cubre de sombras las estrechas callejas, la ciudad se protege como mejor puede de los rigores estivales.
Tras el portalón semi ─abierto de la enorme casona nos acoge un refrescante zaguán, iluminado por un blanco suelo de mármol, y por una brillante puerta de cristales que desvela la intimidad de una casa andaluza, sobre cuyo tablado compiten la armonía de un sinfín de cuadros y de esculturas de muy diversa tendencias.
Al fondo de todo, ensimismados en su trabajo, y prestando movimiento a ese irrepetible cuadro que es la vida, figuran dos personajes velazqueños: De pie, y con la cámara en ristre, el fotógrafo─ aposentador Juan José Bianchi, que ejerce de vigilante director de escena en un ávido intento por captar las distintas etapas que abarcan la composición de un cuadro.
Con la pavesa de un cigarrillo asomándose entre sus dedos, y concentrado en los suaves trazos de un pequeño pincel, el pintor Velázquez y el óleo nos recuerdan a Las Meninas, por la profundidad de la luz; o mejor aún, a los coloridos Libros de Horas que dibujaba con delicado esmero un fraile amanuense.
Fotógrafo y pintor se conocieron, al parecer, con motivo de que el primero le comprara al segundo uno de sus cuadros.
Otro día, interesado en conocer la opinión del experto acerca de un óleo, heredado de su abuelo y con la firma del pintor Manuel Barrón, el fotógrafo se acercaba hasta la galería con unas fotos de aquel lienzo decimonónico.
Lo que no podía imaginar Bianchi, tras mostrarle al pintor la foto del cuadro que le había comprado, es que éste le pidiese devolverlo para hacerle alguna que otra corrección.
La anécdota nos sirve para mostrar la preocupación del artista por su legado.
A la manera del onubense Juan Ramón Jiménez, preocupado por “la obra en marcha”, y por los mil matices de la perfección, Fausto no dudará en pasar al personaje del cuadro de la posición de sentada a estar de pie; y de estar vestida de negro a ponerle una vestimenta de alegre colorido. Sólo la cabeza de la modelo, que para la ocasión es Frida Kahlo, se salvará de semejante convulsión.
Es de suponer, por tanto, que si algún día los estudiosos radiografían estos lienzos, se sorprendan de lo que es capaz de revelar una pintura.
A Fausto Velázquez le conocí en el año de gracia de 1973, con motivo de un recital en del Grupo “Tendencia” Folk. Hubo un comentario del acto en “Sevilla. Diario de la tarde”; que por entonces La Algaba era un pueblo muy activo que ya generaba noticias en los ambientes culturales de la época. Y a la cabeza de tantos proyectos e ilusiones andaba él…
─ Mi pueblo de nacimiento es La Algaba, y mi pueblo de adopción es Coria del Río: estos dos pueblos ribereños están muy en consonancia con mi manera de concebir la vida, la diversión y el trabajo. Vivo en Sevilla, capital, desde hace muchísimo tiempo, y nunca he renunciado a ella. Y amén de todo ello soy macareno…
(Mientras escucho los animados y dispersos comentarios de Fausto, me da por pensar que quienes tuvieron la suerte de conocerle en su etapa juvenil ─ quienes asistieron como espectadores a aquellos montajes de La Cuadra, del Teatro Lebrijano, o del Teatro Algabeño ─, pudieron apreciar que la imaginación esta clase de individuos es totalmente compatible con unos bajísimos presupuestos; y hasta es posible que echen de menos ese punto de rebeldía, y de espontaneidad que hacían innecesarias las aparatosas puestas en escena que hoy en día lucen los musicales, y las obras de teatro.
P.─ “Todos a una” es el grito de guerra de un pueblo enfrentado a los escarceos de un rijoso Corregidor. “Cantos del trigo y la cizaña”, es una historia que usted montó, y que era el comento de una comunidad engañada con estériles promesas, explotada y apaleada por los poderes fácticos de siempre. ¿Se han aburguesado nuestros intelectuales, o se ha roto ese hilo de rebeldía de aquel Teatro Independiente que gente como usted hizo en aquella gloriosa década de los años 70?
R.─ Salvando el tiempo y las distancias, las dos obras que refieres tienen mensajes similares. Y durante aquellos diez años, por suerte, el teatro me dio la oportunidad de hacer de todo: de creador de textos, de director de escena, de diseñador, de compositor de la música, de letrista, etc…
Es indudable que con Franco éramos todos mucho más jóvenes y revolucionarios. Queríamos transformar la sociedad, y transformarnos nosotros mismos. Y hasta un cierto punto lo conseguimos…
Pero el otro día oí decir que todos los partidos políticos eran iguales, y que no había que molestarse en votar. Pensé que había gente que jugaba a hipotecar su futuro; y no terminé de entender que los ingleses pidieran unas nuevas votaciones porque en su momento renunciaran a votar.
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La vasta labor que en estos momentos acapara la atención, y la energía de Fausto Velázquez, es una amplia producción de 52 cuadros que plasman los distintos momentos vitales de la pintora mejicana Magdalena Carmen Frieda, más conocida en el mundo del arte por Frida Kaklo.
P.─ Esta selección de veintidós óleos, que acaba de presentar usted en la Sala del Apeadero del Ayuntamiento de Sevilla; y que tiene contratada en distintas Galerías de México D.F., Tokio, París y Nueva York, me imagino que algún día figurarán en un museo…
R.─ (El pintor no escatima como respuesta una sonrisa).
P.─ “El prosaísmo que hay en nuestra vida nace principalmente de su rapidez” escribía el inglés Chesterton; y, como observo, usted se toma todo su tiempo en dialogar con su modelo, y en mostrarnos de ella ese lado interesante que algunos no fuimos capaces de ver.
R.─ Tiempo, amor, oficio… Me encanta la obra de San Juan de la Cruz, la soledad, el sosiego, y ese espíritu frailuno. No me importa lo que cueste o el dinero que me rente la obra que hago; ni tampoco me importa para nada en lo que se pueda vender. Quizás, también, porque nunca tuve grandes necesidades económicas.
P.─ Desde mi bajo nivel de conocimientos observo que a un personaje tan temperamental como Frida Kahlo le da un aire de mesura que roza la normalidad, y que su rostro bien podría ser el retrato de una de aquellas vírgenes prerrafaelistas. Veo también que usted no juega con una cierta expresividad teatral, ni que su pintura revele el drama humano del individuo “perdedor”.
R.─ No es desacertada tu opinión, pues no busco las miserias en los demás. Me interesa la lucidez de las personas, la luz que reflejan…
Pero amén de esto que dices, no sé si tuviste tiempo de observar que cada trocito de lienzo es una composición de arte abstracto, en la que se conjugan armónicamente los colores.
P.─ En sus Greguerías dice Gómez de la Serna que “Los fantasmas salen por un espejo y se meten por otro”, y que “La vida es decirse adiós en un espejo”. ¿Le parece a usted que estas elucubraciones son aplicables a esta “biografía” pictórica de Frida Kahlo?
R.─ No sé si habrás podido ver la Exposición que hice sobre los retratos de cien amigos, y que se presentó en la Casa de las Provincias… El chino Zao Wou─ Ki solía decir que a lo largo de su vida había pintado un solo cuadro, que era él.
Alrededor de una copita de cerveza, me confiesa Fausto Velázquez algunos rasgos de su personalidad que figuran en el fiel de sus apellidos. De un lado el espíritu alegre, desenfadado y aventurero de los Bazán; de otro el temple solitario y frailuno de los Clavijo. De pequeño ─ dice─ fue un niño muy travieso, seguidor de equipos ganadores, como el Sevilla y del Real Madrid; que su tío Bazán fue un destacado defensa del Betis, pero que sus simpatías están del lado del Sevilla, esquipo que ha demostrado en estos últimos años ser el mejor; que el himno de El Arrebato lo canta ya todo el mundo; y que a él le pone los vellos de punta cuando la gente lo canta “a capella”.
P.─ Con un trabajo tan minucioso. ¿No le habría compensado más echar mano de la serigrafía, y hacer una tirada de retratos, a la manera de Andy Warhol?
R.─ He sido grabador, como puedes ver en ese grabado colgado de la pared, realizado en el año 1983; también hice serigrafías: pero ahora lo que me apetece es hacer es la obra singular y única.
(Como a Ella, personaje de “El Tragaluz”, de Antonio Buero Vallejo, a Fausto Velázquez le interesa “La importancia infinita del caso singular”; la posibilidad de “mirar a un árbol tras otro para que nuestra visión del bosque no se deshumanice”).
P.─ Para Manuel Vicent, coleccionista y galerista de arte, como también lo fue usted, “el mercado del arte limita arriba con la Mafia, y por abajo con la picaresca, todo envuelto en ademanes y ritos de extremada sofisticación”. ¿Cree que es ésa una valoración muy exagerada?
R.- En absoluto. Siempre hubo galeristas que impusieran su propia visión del arte, y críticos que se mostraran como unos “ad láteres” con tan interesadas opiniones. Nada ha cambiado en la actualidad.
P.─ Narcisistas, profetas, mitómanos, censores, y exquisitos, que de toda clase de gente hay en la viña del Señor… ¿Es el arte para usted “un palacio de diamantes”, una caja de música del espíritu, un reproductor de sensaciones y vivencias, o una jaula de grillos, donde se repite siempre la misma canción?
R.- El artista, para mí, es una especie de chamán, que descubre mil detalles que otros no supieron ver. El ojo clínico que determinados médicos tienen para captar la enfermedad es similar al del pintor para captar los colores.
A mi madre, las mujeres de mi pueblo le atribuían el don de la adivinación, y acudían a ella para que les pusiese las manos sobre su barriga, y les dijese si lo que venía iba a ser niño, o niña.
En mi caso concreto soy un esclavo de mi trabajo. El arte para mí es mi condena que debo purgar, y a la que estoy atado desde muy pequeñito, cuando me ponía a hacer trazos y más trazos sobre mi cuaderno.
A veces me gustaría que el día tuviese cuarenta y ocho horas, pues tengo la sensación de que aún me quedan muchas cosas por hacer. Como ves, los pasillos están repletos de cuadros, y ya me están esperando dos exposiciones, que me quitan el sueño.
Llevo tres años sin vacaciones, y para mí no hay domingos. Por momentos me embarga la sensación de que ya no puedo más, y de que me encuentro realmente agotado.
P.─ Acabo de leer una novela de Andrea Bajani en la que un gris empleado de una empresa toma el cometido de escribir cartas de despido supuestamente humanas e inspiradoras. ¿Es un cometido del arte disfrazar la realidad, y ofrecer una engañosa felicidad al consumidor? O dicho con otras palabras: ¿Hay que creer en la inocencia del arte, o por el contrario repite unos códigos que estamos llamados a reproducir?
R.- Indudablemente el arte y la moda tienen una gran influencia en esta sociedad…
P.─ En los murales de Diego Rivera vemos el folclore mejicano representado por un desenfadado retrato de la muerte, y por Frida Kahlo, vestida a la manera de las mujeres de Tehuantepec. Lo mismo sucede en la obra de Frida, en la que el colibrí representa a los guerreros aztecas muertos en la batalla.
En su caso advierto que junto a una escultura en bronce de carácter erótico festivo, aparece la imagen marmórea de un ángel de Bernier; y que el folclore andaluz está presente en unas zapatillas de torear, en un mantón de Manila, en la pose de una cantaora de flamenco, o en los numerosos retratos de la Virgen de los Dolores, y del Jesús Nazareno.
R.─ Soy agnóstico, y respeto las creencias de los demás; pero siempre me he solidarizado con aquella otra visión que me transmiten mis familiares y amigos.
Cuando hicieron reformas en la Iglesia de mi pueblo, me tocó dormir junto a la imagen de Jesús Nazareno, en la casa de una de mis tías. ¡Cómo no lo voy a querer!
De otra parte, uno de los mejores banderilleros del planeta taurino fue mi tío- abuelo Pedro Bazán.
Y además de todo eso me encanta el flamenco. Puedes poner ahí que me gustan Manolo Caracol, Camarón de La Isla, La Paquera de Jerez,…
(Le planteo al pintor si está entonces de acuerdo con aquella frase de Chesterton: “No considero a nadie tolerante a menos que pueda aceptar opiniones distintas de la suya y estados de ánimo diferentes de su estado de ánimo momentáneo”. Y me responde con su silencio, y con una sonrisa cómplice).
P.─ Estudiosos de la Universidad de Edimburgo, y del King College de Londres, corrigen la Pedagogía que en los últimos tiempos ha estado vigente, y dicen que aprender a leer a edades tempranas favorece el pensamiento. Para usted, que durante años ha ejercido en la Enseñanza, cuál es el camino a seguir.
R.─ Yo soy un lector empedernido que siempre tuvo la necesidad de leer dos o tres libros por semana, y que con siete u ocho años ya escribía novelas.
Como docente he tenido la satisfacción de dar clases a pintores tan valorados como Miki Leal.
En el Instituto de Coria, donde trabajé, mis alumnos solían hacer dibujos al natural que nacían de la contemplación de un monte, de un meandro del río Guadalquivir, de un barco que en ese momento pasaba ante el ventanal de mi clase...
Proponía a mis alumnos que hicieran un proyecto del mejor de los Institutos; y allí los podías ver yendo y viniendo de un lado para otro, con una cinta métrica en la mano.
En la presentación de mis cuadros decía uno de mis alumnos que yo no le enseñé a pintar, que lo que lo que aprendió de mí fue a mirar a su alrededor.
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Miro con la mayor atención estos cuadros viajeros que, dentro de muy pocas fechas, nos habrán de representar por medio mundo, con tanta o mejor suerte que lo harían un atleta, o un equipo de fútbol.
Observo el rostro distendido y virginal de Frida Kahlo; miro la elegancia de mantones y de los vestidos que le prestan para la ocasión Dorita “La Algabeña”, o los diseñadores sevillanos “Victorio y Lucchino”, y llego a la conclusión, junto a D. Ramón Gómez de la Serna, que “después del vestuario viene el esqueletario”, y que estos pequeños espejos que impregnan estos retratos, y cada rincón de esta casa, son una mera extensión de otros cuadros, como el joven revolucionario que pintara Delacroix presidiendo el óleo aquel de “La Libertad guiando al Pueblo”, o como el espectador que Edouard Manet retratara asomado a un balcón.
La feliz inmersión del pintor Fausto Velázquez en la biografía de Frida Kahlo es una forma de metalenguaje que la historia valorará en su auténtica dimensión. Uno, que no deja de ser un profano en determinados temas, se vale de las palabras de L. E. Aute para expresar un resumen de lo que acaba de ver:
─ ¿Sólo es sapiens el Homo?
Y la mujer, ¿Qué coño es?