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23 de agosto de 2020 | Ramón G. L.

Tanto va el cántaro al embalse…

Si vamos a la fuente, al embalse en este caso, evitemos llevar cántaros y eso compete por igual a organismos que a individuos

Desastre ecológico en el embalse
Pocos hedores tan nauseabundos como el de una mortandad masiva de peces. Se adentra por las fosas nasales y se distribuye por todo el organismo hasta provocar incluso un desfallecer de piernas si se inspira lo suficientemente profundo. La muerte biológica siempre se cobra el peaje último de la putrefacción.
Una nueva mortandad de peces (carpas comunes, carpas riyales y barbos), una más, se ha dado este agosto en el embalse de San Pedro, enclavado en el término municipal de Fuente Obejuna. A estas alturas del verano, cuando la desecación estival convierte el antiguo pantano en poco más que una charca, la tragedia ecológica se sigue dando, con mayor o menor virulencia, todos los veranos, sin que las autoridades competentes tomen medidas preventivas para que no se produzca.
Regular las aguas debiera ser una de las prioridades de quienes rigen nuestros designios, no en vano el agua es la materia prima indispensable para la vida, pero como en demasiados asuntos, las medidas a posteriori intentarán disfrazar de eficacia lo que solo es negligencia.
Alguna responsabilidad habrá que atribuir al organismo gestor de esas aguas, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, por su dejadez, por no anticipar actuaciones que eviten un drama que se repite cada estío.
¿La solución? La más inmediata ha sido el recoger los peces muertos con la pala de un tractor, verterlos en contenedores y transportarlos fuera del alcance de las pituitarias humanas; nariz que no huele, corazón que no siente.
¿Otras soluciones? No parece la más apropiada desecar todavía más el embalse mediante el bombeo de agua con fines supuestamente regeneradores para incrementar la desolación visual de un espacio protagonista, junto a otros ecosistemas, de un proyecto dirigido por la Universidad de Córdoba que bajo el nombre Ager Mellariensis, aglutina territorios arqueológicos denotativos, por la excelencia de sus condiciones medioambientales, de antiguos asentamientos.
¿Más soluciones? Bien pudieran establecerse mecanismos de vigilancia para que los propietarios circundantes no extraigan agua del embalse y no contribuyan a la merma de su caudal. Regar clandestinamente puede suponer un alivio momentáneo para unos olivos sedientos, pero a la larga genera más conflictos medioambientales que los que solventa un uso individualista y sobre todo furtivo de recursos hídricos que pertenecen al conjunto de la sociedad.
O bien pudiera también la sociedad misma, en particular los individuos que hacen de la clandestinidad, norma, adquirir unos mínimos de concienciación ambientalista en evitación de que esa suma de malas praxis individuales degrade un hábitat que necesita del equilibrio para mantener unos estándares de sostenibilidad que lo hagan apetecible al nativo y al visitante y que constituya un espacio de naturaleza que pueda exportar turísticamente Fuente Obejuna.
Parece probable que la merma de agua por el efecto combinado del sol y de la sustracción, haya provocado una hipoxia propiciadora de la muerte de millares de peces; pudiera suceder que alguna sustancia tóxica haya envenenado las aguas.
La Confederación y la empresa pública TRAGSA han anunciado investigaciones para esclarecer los hechos; estaremos vigilantes ante unas conclusiones que deberán presentar en público para conocimiento de la sociedad y, sobremanera, para anticipar medidas para evitar la repetición de esta mortandad.
Si el último exterminio masivo en el embalse de San Pedro databa de 1994, este 2020 ha tomado su relevo en el imaginario colectivo. Confiemos en la prontitud de la puesta en práctica de mejoras que acentúen la salubridad del paraje, no sea que en tiempos de pandemia universal tengamos que lamenta brotes de enfermedades infeccionas derivadas de la proliferación de algún tipo de mosquito. No queda muy lejos la epidemia de encefalitis derivada de aguas encharcadas habida en Coria y Puebla del Río, pudiera ser de aplicación lo que aquel refrán castellano que alude a las barbas y al vecino.
Quizá septiembre, caso de venir con lluvias como no sería de extrañar, camufle la gravedad de lo denunciado, pero de no acometer acciones regeneradoras el enemigo, diminuto también, indetectable a la vista, permanecerá agazapado para resucitar cuando las circunstancias lo impongan.
Si vamos a la fuente, al embalse en este caso, evitemos llevar cántaros y eso compete por igual a organismos que a individuos.
 

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