29 de octubre de 2014 | Germán Castillejo
El Castillo de los Blázquez
En el rastreo, que año tras año, realizamos mi hijo Fernando y yo, por las diversas montañas, que hay por Peñarroya y localidades cercanas, cuando circulábamos en vehículo desde la Granjuela-dirección Los Blázquez, Fernando observó, a mano derecha, una cadena montañosa, en la cual, al principio de la misma, (la parte más cercana a esta última localidad), se apreciaba una cota, la más alta, un risco, que se alzaba por encima de las jaras.
Seguidamente tomamos un camino de tierra a mano derecha, y terminamos a pocos kilómetros, en unas naves industriales, donde había animales porcinos, y varías personas, (los dueños), que por allí se encontraban. Preguntamos, qué eran aquellas rocas que sobresalían por encima del resto de la sierra. Un joven, de unos 20 años, nos informó, que aquello él lo conocía por el nombre del Castillo, pero que nunca había estado allí, a pesar de estar a tan sólo dos-tres kms., de distancia; y el motivo, según seguía manifestándonos, era que aquel sitio, estaba maldito o embrujado y era peligroso acercarse al mismo.
Tal aseveración demostró un inusitado interés para nosotros, lo cual observó el citado joven, y ante lo obvio, nos recalcó, que si decidíamos ir al citado lugar, nos abstuviéramos de tocar con las manos, el punto más alto de la cima, porque nos pasaría alguna desgracia, por estar embrujado. (He de decir antes de proseguir, que el rastreo que efectuamos cada año, es para visitar insitu, los diversos lugares, donde se produjo la ofensiva por parte republicana, del mes de Enero de 1939, en los meses finales de la guerra civil. No obstante, tiempo habrá para escribir sobre dicha ofensiva), y me ciñere hoy al citado lugar que el muchacho denominó el castillo.
A buen paso, mochila al hombro, provisto del líquido elemento de la poza, nos dirigimos hacía el lugar en cuestión, a buen paso, teniendo en cuenta la carencia de camino y la orografía del terreno.
Conforme nos acercábamos, el terreno se iba haciendo más empinado, el paso a flojear, pero apreciábamos bastantes piedras en un tramo bastante grande desde nuestra posición. Deben ser unas grandes trincheras, comentábamos. Al acercarnos y observar de cerca y más detenidamente, pensamos, no, trincheras no son, tuvo que ser un puesto de mando, por su extensión; pero no, esto tampoco, un puesto de estas características, sería muy visible para el enemigo: había piedras de grandes dimensiones, por doquier, en una gran extensión, desperdigadas por la cima. Haciendo equilibrios entre tanto pedrusco, nos dirigimos al punto más alto, donde apreciábamos, un pico, alto, o una piedra, redonda, que sobresalía del resto de aquel desolador pedregal; nos acercamos, dicho pico, era un cilindro de cemento, con una placa de hierro anclada en su base donde podía leerse: Punto Geodésico. Su destrucción está penada por la Ley. Ah!, esto es el sitio que trae desgracia o mala suerte, para quien lo toca. Sin duda, una leyenda urbana, que circula, por los lugareños de aquellos parajes.
Fernando tira de Internet, en el móvil, y nos detalla, que efectivamente, aquello fue un castillo, morisco, del siglo XI o XII, de una extensión de casi 500 metros cuadrados, donde había convivido un pequeño poblado.
Dicho Castillo, con el paso de los siglos se deterioró, pasaron algún poblador más (romanos-aunque en algún sitio de las redes sociales, dice que sólo estuvieron los moriscos-encontré alguna prueba de lo que escribo, pero al fin y al cabo no pasa de ser una anécdota en su caso); y para abreviar en lo posible, decir, que dicho lugar, en nuestra contienda civil, fue totalmente acondicionado (destruido), para una buena defensa bélica: primero por las tropas gubernamentales, después en 1937, cayó en manos del llamado bando nacional, y en la ofensiva del 5 de enero de 1939, en la primera semana, sobre aquella posición debió caer una lluvia de artillería, del calibre 105 mms: hay grandes trozos de metralla, por toda la zona. Ese calibre, el 105, fue utilizado por ambas partes contendientes, posiblemente el más habitual, aunque hubo calibres mayores y menores. Los indicios allí encontrados demuestran que llovió fuego a grandísima escala, para el desalojo de las fuerzas ocupantes: el lugar ofrecía una resistencia excelente, pero al final, en aquella primera semana, fue tomada la posición por tropas gubernamentales. En mi humilde opinión, con casi con certera seguridad, se entabló el cuerpo a cuerpo: vestigios: trozos de granadas de mano, de las denominadas piña, y las famosas laffite o lafite, las he encontrado escritas de ambas formas. Cuando se utilizan las laffites, los enemigos, están a pocos metros, se ven las caras y es el percusor de la bayoneta calada. Dichas granadas, eran reglamentarias en el ejército español, antes de la guerra civil, pero las mismas fueron utilizadas mayoritariamente por el denominado bando nacional, aunque también en menor medida por tropas republicanas; su coste de fabricación era muy económico, y su utilización a 15/20 metros, como máximo, era devastador. Eran de hojalata, de 6 cm. de anchura, 14 cm. de longitud, y una carga de 200 gramos de NITRAMITA; color caqui y un tapón, como si fuese una botella de los refrescos de hoy en día. Este tipo de granada y las piñas, se lanzaban a bocajarro, al asaltar las trincheras del enemigo, e igualmente desde las mismas contra los asaltantes. En nuestras sierras, Coscojo, la Grana, Mano de hierro, etc., hay multitud de trozos de chapas de estas granadas, así como multitud de restos de cartuchería metálica, de fusilería, de distintos calibres y de procedencia de diferentes países; muchas de estas municiones se habían fabricado para la IIª G.M., y fueron profusamente utilizadas en nuestra contienda, y básicamente compradas por el gobierno de la República, pero me voy saliendo de madre y vuelvo a retomar el hilo, del castillo de Los Blázquez.
Esas ruinas, eran una perfecta fortaleza para sus ocupantes. Escrito queda, que las fuerzas sublevadas, tuvieron que ser desalojadas a golpes de un intenso fuego artillero, y una vez ablandada la posición, se produjo la toma del mismo.
La ofensiva gubernamental, que en la primera semana, abrió una brecha de entre 8 y 18 kms, entre las filas nacionales, más por la sorpresa, que por su eficiencia, comenzó a perder fuelle a partir del día 13 del mismo mes (justo una semana después de la intervención terrestre desde Valsequillo), y este castillo, lo que quedaba de él, era, salvando las distancias, un pequeño Montecassino, difícil de ocupar, pero en la contraofensiva nacional, pasada la citada semana y algún día más tarde, fuerzas exclusivamente moriscas, en una sola noche, se volvieron a hacer de la privilegiada posición, en un golpe de mano, perfectamente planificado, y como queda escrito en unas pocas horas y nocturnas, y teniendo en cuenta que las tropas indígenas (esa era su denominación oficial), eran las peor equipadas en armamento del bando sublevado, ya que se las dotaba de las armas arrebatadas a las fuerzas republicanas, con lo que las mismas portaban un galimatías de distintas armas; distintos calibres, de diferentes países, y aún así, dieron un golpe certero; rápido, eficaz; brillante. Este golpe de mano, en la terminología actual castrense, se denominaría: Operación de Comando, quizás parecida a algunas de las operaciones, de los “Navy Seals”, de los Marines de Estados Unidos, o las operaciones, que durante la IIª G.M., puso en práctica, en los desiertos de Libia y Egipto, el Mariscal Rommel, en lo que se designó: “ Blitzrieg” (Guerra Relámpago): en este caso, podría traducirse como golpe relámpago: planificación, momento crucial, rapidez y velocidad, sobre fuerzas mayores en número, pero con el medio de sorpresa, concentrándose antes en el tiempo que en el espacio.
Con este sorprendente golpe audaz, el castillo, quedó definitivamente en manos del bando nacional, hasta la finalización de la guerra, que lo fue tres meses más tarde.
Finalmente, y ya que el artículo, se ha alargado enormemente, decir a quienes hayan tenido la paciencia de leerlo, que no saquen conclusiones erróneas: Ni mi hijo, ni quien esto escribe, somos historiadores, escritores, ni nada por el estilo, somos estudiosos de la fraticida Guerra Civil Española, que nunca debió ocurrir, y que en nuestro pueblo y comarca tuvo una relevancia, que los historiadores no han tocado, o lo han hecho de puntillas; excepción, quizás, del historiador, de nuestra provincia, Francisco Moreno Gómez y Juan Miguel Campanario.