16 de abril de 2018 | Infoguadiato
Mateo Inurria en la Cuenca Minera del Guadiato
“La Mina de Carbón”, un altorrelieve que obtuvo en Madrid el primer premio de la Exposición de Bellas Artes de 1899
El pasado año se conmemoraron los 150 años del nacimiento del escultor cordobés Mateo Inurria. Aún cuando todas estas actividades se concentraron en la capital de nuestra provincia, quisiéramos desde aquí reivindicar su empatía y complicidad con los mineros, de la cuenca del Guadiato, tal como quedó reflejado en su obra “La Mina de Carbón”, un altorrelieve que obtuvo en Madrid el primer premio de la Exposición de Bellas Artes de 1899.
Un año antes, en marzo de 1898, se había producido en Belmez la explosión de la mina Santa Isabel, que con 54 muertos había sido la mayor catástrofe de la minería española y que culminaba una serie de graves accidentes que, principalmente en las minas de Peñarroya, Pueblonuevo y Belmez, venían sucediendo con demasiada frecuencia.
Inurria, que debía conocer la cuenca del Guadiato por su relación con el pintor Julio Romero de Torres, casado con la belmezana Francisca Pellicer, no dudó en acudir a estas minas buscando inspiración para su obra, y pasar largas jornadas en el interior del pozo de Cabeza de Vaca, a trescientos metros de profundidad, donde pudo comprobar en primera persona lo penoso del trabajo del minero, cómo el enrarecido aire le oprimía los pulmones, cómo resonaban las piquetas al golpear las lajas de carbón, cómo crujían los postes de entibación de las galerías y la amenaza constante de una explosión de grisú, a pesar del uso de las lámparas Davy.
Tomó apuntes del trabajo de picar, recoger y acarrear el carbón mineral en estas condiciones, por hombres completamente desnudos debido al calor asfixiante, la enorme humedad y la falta de ventilación en algunos tajos.
Fruto de ello fue la obra “La mina de Carbón”, que mereció elogios unánimes de la crítica, manifestando que, más que un altorrelieve, se trataba de un grupo escultórico, pues las cuatro figuras que lo componían apenas estaban ligeramente adosadas al fondo.
Ese fondo representaba las paredes y el techo de la galería, y ante él cuatro hombres componían el grupo, tres desnudos, de los cuales solo uno calzaba unas mínimas sandalias, y un cuarto, semidesnudo, que sostenía una de las dos lámparas que aparecían en la escena, como única iluminación del interior de la mina. Cada una de las tres figuras desnudas realizaba un trabajo diferente, destacando la del picador, de espaldas a la escena, aun siendo las otras dos de mejor factura, un minero en cuclillas llenando su capazo y otro recogiendo el carbón con una pala.
De líneas firmes y elegantes, como si se tratara de figuras clásicas de Grecia o Roma, la crítica encontraba las figuras algo delicadas para tratarse de unos obreros que pasarían largas jornadas en las entrañas de la tierra, por lo que los cuerpos deberían ser más enjutos, rudos y hasta deformes por la dureza del trabajo.
A pesar de ello, se hablaba de la emoción estética que producía su contemplación, de la influencia clásica, de la armonía de sus líneas y del buen gusto plástico del autor, mereciendo toda clase de elogios por la finura y firmeza del contorno, la elegancia del movimiento, la verdad de los rostros y el realismo de alguna de las figuras.
En esta exposición en el Palacio de Bellas Artes participaron también escultores de la valía de Miguel Blay, José Alcoverro, Ricardo Bellver, Aniceto Marinas o Mariano Benlliure, que nada pudieron hacer ante la obra de Mateo Inurria, considerada una de las más interesantes de la escultura contemporánea española.
José Antonio Torquemada Daza
Secretario Fundación Cuenca del Guadiato
Fuentes:
La Ilustración Artística 16 de junio de 1899; El Liberal 4 de mayo de 1899
Imagen conservada en la Biblioteca Nacional