16 de abril de 2022 | Pepe Bernal
Descastado
"Nadie puede llevar una máscara mucho tiempo" (Séneca)
Hoy siento mancillada mi espiritualidad ignaciana y hundida mi escala de valores. Pensaba que ya no me podía remorder más mi conciencia política a la vista de tantos realitys.
Uno comprende que la verdadera política no se corresponde con las teorías ni con los programas. Se da cuenta de que existen muchas verdades sobre una misma cosa, que depende de los intereses con que uno mire algo, para juzgarlo. Comprende también, que el mundo lo rige la codicia, que ese es el pecado original, el que separa el bien del mal, y comprende también que los codiciosos, si ostentan un mínimo de poder, siempre salen indemnes, siempre salen victoriosos.
Eso te frustra y te hace perder la fe en los demás, la fe en todo cuanto habías creído que eran verdades inalterables. Luego los años te atemperan, te hacen ver las cosas con cierta distancia para proteger las pocas certezas que te quedan.
Visto así, desde esa distancia, uno se sonríe y se dice a sí mismo: “Lo han vuelto a hacer”.
Pues sí, lo han logrado de nuevo, personajes deleznables, auténtica escoria como seres humanos, por más supernumerarios que sean, o quizás por eso, salen impolutos en lugar de salir esposados.
A lo largo de mi trayectoria, tuve también una etapa sindicalista, y aunque traté de hacer las cosas bien, no llegué a prosperar ni tener ningún cargo relevante, me pudo el desengaño. Los antiguos compañeros y carguillos de la época me siguen llamando “descastado”.
¿La política es así? me vuelvo a preguntar, ¿o no?, o llegará un día en el que todo esto cambie, no es tan difícil, es una cuestión de tiempo, que la paciencia es una virtud que termina con el escarmiento.
Ahora, desde mi reserva espiritual, moral y física no estoy ya, ni para “yayo flauta”, pero no veo impasible esta recesión y mientras me quede la palabra doy fe de que los ciudadanos españoles echan de menos y exigen a los políticos que reconozcan sus errores y que pidan perdón por los daños causados a la sociedad. Ningún político ha pedido jamás perdón en público por lo que ha hecho, a pesar de haber sido sorprendido con las manos en la masa y, en algunos casos, condenado a prisión. Ninguno de ellos ha denunciado a los corruptos y sinvergüenzas que se sentaban en los bancos contiguos o a sus compañeros de partido y gobierno, autores de abusos y desmanes, habituados a utilizar el dinero público y el engaño como herramientas para incrementar el poder. Ese silencio cobarde frente al abuso y la corrupción convierte en cómplice y en culpable a la totalidad de "la casta"-