6 de abril de 2022 | Pepe Bernal
El grito de Munch
De nuevo, el lamento del poder impregnando a diario esta vida de mentirosos, de embaucadores, que intentan involucrar a otros con sus sentimientos, con sus mentiras adecuadas a su interés, con sus rollos de connivencia de partido, de secta, de conciliábulo, casi de aquelarre.
Ojeras de sueños bañados en fantasía y alimentados con las noticias diarias.
El grito de Munch que inundó el alma en desesperación de tardía reacción al cruzar un puente, de apuntarme las reacciones de otros.
Todo el mundo se lamenta y siento que vuelan insanos efluvios de droga sobre esta sociedad engañada de sentimientos placebos, que confunde el argot de adicto con la poesía y que consume más estética que caridad.
Ya no se utiliza el pegamento, la escayola ni el remiendo. El grito despiadado es la chapuza útil y eficaz –el que no llora no mama-.
Mi tiempo gira vertiginosamente, porque todo me aparece repentino y se va fugazmente; de usar y tirar. Piezas nuevas para todo.
El cansancio abrumador de esta bulla trascendental no deja ventilar las experiencias, ni argumentarlas, ni guardarlas como tesoros ocultos, enajenados del diálogo universal, de los ejes perpendiculares que están bloqueados y además desconectados. Cada cual a su bola.
Estamos capturando deseos volátiles en un salón de juegos virtuales en el que no ves lo que crees ver, sino la imitación de un modelo. Un modelo en la búsqueda de la originalidad barroca y decadente, en el que se intenta involucrar a diario a alguien, para encontrarse a sí mismo. El reality de una sociedad de espejismos en los que la moral es precedente de cánones y modelos chulescos, homofóbicos, racistas y narcisistas, vistos desde prismas de guion de telenovela en los que la degradación ética y moral está tamizada por la criba del “tú más”. El debe y el haber del libro de cuentas en las que ética y moral son para gilipollas.