11 de octubre de 2020 | José Bernal Roldán (Profesor Jubilado)
La pobreza humana
No podemos quedarnos con la sentencia popular "siempre ha habido pobreza y siempre la habrá"
Entre otros justos orgullos, nuestro tiempo presume de ser la época que más denodadamente está luchando contra la pobreza. El hombre humano opina, que si las generaciones que le antecedieron sobre la piel del mundo hubieran observado el mismo comportamiento, la pobreza, ya se habría refugiado en sus tremendos cuarteles.
La presunción se refiere únicamente a la pobreza en su sentido estrictamente económico y social. El moral y cultural han gozado de otras atenciones.
Últimamente, las Organizaciones oficiales y las no gubernamentales vienen dando datos escalofriantes. Nuestras revistas dedican sus mejores editoriales. Ello, demuestra la evidencia de no haber madurado el fenómeno de la pobreza en contornos precisos. Sabemos que el término de la pobreza es susceptible de diversas interpretaciones más o menos en consonancia y con el encuadre de esquemas humanos. Por ello, es necesario distinguirla con precisión. Podríamos definirla como el nivel mínimo de recursos materiales y económicos por debajo del cual se originaría una grave deficiencia en las necesidades vitales/existenciales para el sujeto: alimentación, vestido y alojamiento ( a lo que habría que añadir la educación y la cultura en ciertos casos y en ciertas sociedades). Enseguida, tenemos que aclarar que no es lo mismo ser pobre en España que en Alemania, en Colombia o en la Guinea.
En las sociedades pobres, el potentado es la excepción, en cierto modo, el pobre se halla integrado, no es un marginado, vive colectivamente su pobreza. En los países industrializados, el pobre está desplazado, y, a menudo, es un marginado. Si se encuentra en la frontera de la pobreza, puede movilizarse y salir de ella (o sumergirse aún más, y quizá definitivamente). Otra cosa sería la miseria, que es el estado de pobreza que degrada al ser humano y lo lleva al aislamiento total.
Pero es preciso añadir que no hemos agotado todos los conceptos de pobreza. La pobreza está envuelta en todo aquel que necesita algo y no puede conseguirlo. En el enfermo e inválido, aunque tenga grandes recursos económicos, si no puede conseguir con ellos la salud. En el obrero en paro que no gana el pan diario de su hogar, en el indigente que nos encontramos en las esquinas, en los grandes salones y en las chozas inhumanas. La indigencia, en definitiva, es el marco de toda pobreza. Y dicha miseria e indigencia humana, hoy, se vienen multiplicando sin medida. La pobreza se siente y se hace visible su contacto en la propia familia, o en parientes próximos, en amigos, afectados por el paro, a un nivel u otro. Todos pues, deberíamos sentir el riesgo de la pobreza y deberíamos bajar sus defensas para obligarnos a todos a salir de ella, cuando una de las causas en nuestro país es, en primer lugar, el desempleo. Entre el 18 y 21 % de los cabezas de familia españoles se hallan en paro y, esperemos, que el azote del covid-19, no lo aumente considerablemente. Pero lo más inquietante sea la desesperanza, o mejor dicho, la falta de esperanza, en que viven estas gentes.
No parece que hay perspectivas de mejora en su situación, ya que la concepción que late en el fondo del rechazo a la pobreza es la filosofía del trabajo como valor fundamental y, éste, lamentablemente, está siendo un bien escaso, toda vez que se está cimentado en un dogma neoliberal.
No podemos quedarnos con la sentencia popular "siempre ha habido pobreza y siempre la habrá". Tenemos, en nuestro entorno familiar y social, que aunar esfuerzos de fraternidad propugnado alternativas solidarias que espoleen permanentemente nuestra conciencia.