27 de enero de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Miedo escénico
Acostumbrados que estamos al uso del eufemismo a nadie le ha pasado desapercibida la más reciente adquisición: al miedo escénico le llaman ahora “un Pastora Soler”. Eso al menos es lo que dijo Joaquín Sabina cuando aseguró, consternado, que le había resultado imposible finalizar un concierto en el Palacio de Deportes de Madrid.
Cualquier aficionado taurino habría calificado el suceso como una solemne “espantá”; una especie de miedo al peligro que revuelve el ocre de la bilis y que deja expuesto al mejor de los espadas al más bochornoso ridículo y en una situación de impotencia difícil de superar.
La misma actitud de huida que un día se atribuyó al genial Curro Romero; o al primogénito del señó Fernando y de la señá Gabriela, un torero intuitivode la estirpe de“Los Gallos”, y de nombre Rafael.
La misma a la que se ve abocada la señora Susana Díaz en un intento por salvar de las cenizas lo que queda aún del PSOE, y embarcar a Andalucía en un tren cuyo punto de destinodesconoce hasta el Jefe de Estación.
Y es que “responsabilidad” y “respuesta”, palabras que responden a una misma raíz, a menudo se contradicen; aunque nuestro escudo de familia se encuentre representado por un gallo, por una gaviota─ la llamada “rata” de los mares─, por la mantis flor, por un capullo, por el escarabajo pelotero o por la mantis religiosa, ésa que esconde su feroz canibalismo tras una cínica apariencia de beatitud y sumisión.
El miedo escénico es un estado de ansiedad provocado por la falta de confianza en nosotros mismos. Y esa especie de terror pánico que provoca un dios menor no la esconde ni la más hermosa pluma del caburé, ni la magia de su canto.
Desde que fuimos pequeños nuestra convivencia con toda clase de miedos se ha ido multiplicando en proporción: miedo al Coco, al hombre del saco, al ratoncito Pérez, al dentista, a la abuelita, al leñador, al general, a las asonadas, a las subidas de impuestos, a la factura de la luz; miedo a la enfermedad, a la pérdida de memoria, a no reconocer a los santos de nuestro cielo, a olvidar los rasgos físicos de esa mujer que un buen día nos amamantó…
Ya lo decía Alfonso Guerra cuando declaró aquello de que a España no la iba a conocer “ni la madre que la parió”. Y no es que fuera necesario incidir en tales extremos, que mi amigo Manolo, militante de izquierdas, aún se empeña en perorar contra esa casta bien nutrida de comisionados y picapleitos que colapsan la administración con todo un corpus articulado de leyes superfluas; en preguntar, sin convicción, “de qué lado están los suyos, a los que no conoce ni Dios”; y en manifestar que nunca le pareció bien que tanto hijo de cacique se prestara a conciliar la defensa del proletario con el capitalismo más feroz; el fútbol con las témporas y las Hermandades de Pasión; y el cansino soniquete de la voz del diputado con aquel ostentoso y aristocrático mariposeo de abanico.
El gran dilema de mi amigo es saber a quién votar. (“Tic, tac. Tic, tac. A partir del treinta y uno comienza la cuenta atrás…”).
Se cuenta que cuando Pahiño, delantero del Real Madrid, derribó a un defensa del Barcelona, el cronista del diario falangista “Arriba” comentó: “¿Qué se puede esperar de un individuo que lee a Tolstoi y a Dostoyevski?”
Pues eso mismo digo yo, y corrobora mi amigo,… “¿Qué se podría esperar de un jugador de ventaja, de un taimado gurú, o de un presunto estafador?” Preferible sería que se dedicaran a remedar a Gambrinus, y que rascándose la barriga se atreviesen a mostrarnos su verdadera filiación: “¡C´estma patrie!” (“¡Que es mi panza mi tesoro..!”)
En Grecia arrollan los de Syriza. Que ya lo decía el poeta ─“porque al charro más valiente, si se le arruga la frente se le arrugan los calzones”─; y ya lo decimos tú y yo, que como no cambie de táctica esta gente va a acabar como acabó UCD, o como está acabando el PASOC. Con el rabo entre las piernas y echando la culpa al otro… Tan tenaz como aquel célebre personaje de Alfocea ─pueblo cercano a Zaragoza─, quien para imitar a los cuervos, se empeñó en volar; se ató dos alas de cañas a los brazos, se arrojó desde un peñasco, quedó del golpe sin esperanzas de vida, y, aconsejándole no repitiera la prueba, replicó muy incomodado:
— ¡Que no! En cuanto pueda ponerme de pie: no he volado, porque me faltaba la cola.
Que de ser más avisados ya deberían de temer al Blue Monday, el día más deprimente del año, al decir de los americanos; ese lunes negro que en Grecia se anticipó, y que ha llenado nuestro espíritu del peor de los presagios que, a día de hoy no nos ayuda a saber quién es el bueno, quién el feo y quién el malo, y qué formación votar.
La misma historia de aquel célebre solterón ─ referida por Sbarbi en “El Averiguador Universal”─que al preparar para su cena un huevo pasado por agua, puso en el puchero su reloj de plata, y se colocó lindamente el huevo en el bolsillo del chaleco.
Este desgraciado no se acordaba, por lo regular, ni de su nombre ni de las señas de su casa, y llevaba siempre uno y otro apuntado en la cartera. Pero las carteras se suelen perder, y el infeliz perdió un día la suya, echándola en el buzón del correo en vez de una carta.
Al día siguiente se leía en el Diario este anuncio:
“En la fonda de… se encuentra un caballero, pues tal parece en su traje y en sus maneras, que fue conducido anoche por el sereno del barrio, y que no sabe adónde dirigirse, porque se le han olvidado completamente su nombre y las señas de su casa. La persona que, por éstas, venga en conocimiento de quién es, podrá llegarse a recogerlo y pagar un huevo pasado por agua, que fue su cena.”