14 de enero de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Excursión a la montaña
"No sé", grité sin eco, realmente no lo sé. Si no viene nadie es que precisamente viene "nadie". No le he hecho nada malo a nadie, nadie me ha hecho a mí nada malo, sin embargo nadie me quiere ayudar. Absolutamente nadie. Pero tampoco es así. Sólo que nadie me ayuda, si no "nadie" sería muy hermoso. Me gustaría, por qué no, hacer una excursión en compañía de un puro nadie. Naturalmente a la montaña, ¿adónde si no? ¡Cómo se aprietan uno al lado del otro, esos nadie, todos esos brazos estirados y colgantes, todos esos pies, separados por pasos diminutos! Se entiende que todos visten frac. Nosotros vamos así, el viento atraviesa los espacios que nosotros y nuestros miembros dejan abiertos. ¡Las gargantas se tornan libres en la montaña! Es un milagro que no cantemos.
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En “Excursión a la montaña” Franz Kafka expresa los conflictos que vivió en el seno de una familia desestructurada e infeliz; pero ese paisaje interior con que adoba sus relatos son la mejor expresión del arte moderno: una radiografía del hombre actual repleta de brillos y máculas; pura poesía que, a mi modo de ver, es digna precursora del surrealismo:
─ La energía original surrealista ni ha declinado ni se ha interrumpido nunca. El surrealismo no es un estilo artístico ni una doctrina, escuela, partido, programa, moda o plataforma de ninguna especie. El surrealismo rechaza el concepto talento literario u otro, así como los valores estéticos y morales tradicionales.
Surrealismo es sinónimo de real (…) es un estado espiritual calificado por un radical inconformismo y un ansia de libertad ilimitada. Se funda “en el designio de practicar la poesía integrando la persona en el fenómeno poético”.
Como diría Juan Larrea al personal no le vendría mal un ramalazo de locura y una dosis de rebeldía que deje hablar a su psique; que le permita expresarse y volar al modo de aquel anciano de mi pueblo que, acosado en su dignidad por un enjambre de niños, esgrimía su bastón y repetía con voz tronante: “¡Rosario, échales un cubo de m… a esta gente!
“Desaprender” lo que con desinterés y rutina hemos aprendido es una buena forma de reírse de uno mismo, de reciclarse y de reciclar, que diría el poeta:
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo
después de tanto todo para nada.
Diógenes se revolcaba en verano sobre la arena caliente, y abrazaba en invierno a las estatuas cubiertas de nieve, para expresar la alegría de sentirse vivo. Para él no había una mejor opción. El filósofo que dio nombre al síndrome no era como los psicólogos lo pintan: fue un nudista precursor, empeñado en buscar al hombre con la ayuda de un farol.
Hay quien sin decir palabra es considerado un sabio, y quien murió sin hablar por no despertar recelos; a este grupo tan poco definido no me gustaría pertenecer, que a uno que era sordo, mudo y ciego ─como los monos de la ilustración─ lo mataron porque “sabía demasiado”. Y el pobrecillo ni se enteró. Lo único que “captó” es que no estaba solito en la vida, como el soldado Ryan a quien había que salvar.
Pienso que nadie es mejor que nadie; que todos tenemos mucha vida a cuestas y muchas cosas que decir─ quien se expresa por escrito, quien en el registro oral, quien luce en las artes escénicas…─; que cada peregrino elige sus acompañantes, la mochila más liviana y la dosis justa para endulzarse el café.
Entiendo que hacer un dibujo a lápiz, o encadenar unas metáforas lo puede hacer cualquiera. Sólo es cuestión de intentarlo y de arriesgarse a volar, como supo hacer Rafael Barret, una de las personalidades más interesantes y menos reconocidas del mundo de las letras:
─Nuestro viejo egoísmo y la inevitable y fútil labor de cada día hacen demasiado raros los movimientos en que el hombre se siente hombre y se asoma al abismo para mirar cara a cara las tinieblas y contestar las eternas preguntas: ¿Qué sentido tiene el universo? ¿Dónde está nuestro deber?
Por ello, como el conflicto íntimo de Franz Kafka y la energía creativa de Rafael Barret han venido hoy a visitarme, me voy a lanzar. Ahí llevas mi torpe añadido, versión o perversión de lo que esa lectura me sugiere:
Si se te estropeó la lavadora, o el planchado a vapor no funciona ponte al cuello una corbata, saca filo a tu pantalón de mil rayas y ven conmigo a pasear. Ningún tiempo es inapropiado para lucir un buen traje.
Si el difusor de techo de tu habitación está mal diseñado y se encuentra viciado el aire, no pierdas tu hermoso tiempo en arreglarlo. Coge tu salacot y sal pitando a la calle, como si hubieras de sufrir una inminente plaga de mosquitos, o si las doce tribus de Israel corrieran detrás de ti, cual si fuesen tu sombra.
Si llegas a casa y han puesto un cerrojo en tu puerta considera que eres libre.
Si piensas que se te van caer los cubiertos, porque un mala sangre te nombra con una torpe intención, envuélvelos en papel de celofán y ve y regálaselos, para que al menos a él le aprovechen.