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8 de enero de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Tesoros ocultos

Martín Rico y Ortega. La Torre de las Damas en La Alhambra de Granada, 1871
─ L´agualá, que bajalá…
Se cuenta de un pregonero granadino, vocero del agua helada procedente de los neveros de la sierra, que en no pocas ocasiones despertó entre los forasteros la desagradable sensación de que Granada estaba siendo invadida por un gran ejército nazarí.
¿Hasta qué punto nuestra cultura, nuestros rasgos físicos y nuestro modo de hablar no se hayan proyectados al otro lado del Estrecho?
Yo mismo fui testigo de ello cuando, paseando por el Zoco de Tánger, tuve la suerte de conversar con un judío sefardí que haciendo gala de su viejo castellano decía conservar la llave de la casa toledana que perteneció a sus antepasados.
Y es que releyendo los Cuentos de La Alhambra uno podría llegar a la conclusión de que en cualquier rincón de nuestra geografía es posible encontrar un tesoro oculto, legado de los moriscos, o de los judíos, que nos abandonaron a todo correr.
La creencia de que hay grandes tesoros escondidos en la Torre de los Siete Suelos siempre tuvo eco en el ánimo del granadino, amante de sus leyendas y de la tradición oral.
En “El legado del moro” es Pedro Gil, “Peregil”, un esforzado aguador─ que pregona “Agua más fría que la nieve”, y que ama a sus hijos “lo mismo que el búho ama a sus polluelos”─ el que, gracias a su buen corazón y a la ayuda de un moro de Tetuán que le interpreta un pergamino, quien consigue hacerse rico y cambiar de estatus para vivir una vida placentera, como la del rico indiano de que habla la guajira, que es un cante “de ida y vuelta”:

Me gusta por la mañana/ después del café bebío
pasearme por La Habana/ con mi cigarro encendío
y sentarme muy tranquilo/ en mi silla o mi sillón
y comprarme un papelón/ de eso que llaman Diario
y parecer un millonario / rico de la población.

Del otro lado del charco fue el romántico Washington Irving (1783- 1859), un americano de Nueva York, quien mostró al mundo el misterio que encierran esas fantásticas leyendas que hablan del ejército encantado de Boabdil─ que oculto en alguna cueva espera el momento de reconquistar la ciudad─; de los tesoros ocultos de las dos Ninfas, de la Torre de los Siete Suelos, del barranco de la Tinaja o del castillo de Archidona; de la leyenda de la mano y la llave que coronan el arco de la Puerta de la Justicia, en la Alhambra, que refiere que el día en que se toquen la Alhambra se derrumbará y quedarán bien visibles los tesoros que esconden sus muros.
En la actualidad es un novelista andaluz, Juan Eslava Galán, quien escarba entre las piedras miliares de relatos populares para sacar a la luz los tesoros escondidos en la Sierra de Mágina, en Jaén.
Y sospecho que, tras el hallazgo de un tesoro en el distrito de Peñarroya, y a no mucho tardar, algún avispado intelectual se pondrá a la tarea de sacar partido a las rocas del peñón.

Algo similar al suceso que conmovió a este pueblo, el pasado día 3, también ocurrió en Cádiz, según leí en Internet:
La mañana del 2 de junio de 1904 un trabajador de la almadraba apodado “Malos Pelos” se topó con un tesoro. Pretendía hacer “mutis por el foro” y llevarse a casa unas monedas, para no levantar la liebre a los ojos de los demás; pero rápidamente sus compañeros se percataron de ello y la noticia corrió, como la pólvora, entre toda la población. Cualquier gaditano que estuviera en situación de disponible se echó “al monte” a escarbar.
De tan singular suceso, y del ingenioso cacumen de los “gaditas” surgió la conocidísima copla de carnaval:

Aquellos duros antiguos/que tanto en Cádiz dieron que hablar
que se encontraba la gente/ en la orillita del mar
fue la cosa más graciosa/que en mi vida he visto yo.
Allí fue medio Cádiz/ con las piochas;
y la pobre mi suegra/y eso que estaba ya media chocha…

Es de esperar que esta inesperada lotería de Navidad contribuya a paliar las carencias que sufre mi pueblo, tanto a nivel de individuo como a nivel de sociedad; que sea motivo de chirigota y fuente de alegría que contagie a todo el mundo su optimismo
Tanguillos, Alegrías, Bulerías… son rayitos de alegría que adornan al andaluz; y de igual modo nuestro sol, el oro líquido de nuestro aceite, la luz que reverbera en un racimo de uvas, el donaire creativo de nuestra lengua, la filosofía senequista, y el humor son tesoros bien visibles en los que abunda esta tierra, que a diario nos ofrece sus emplastos y remedios contra toda clase de desilusión:
─Doctor me duele aquí.
─ Aquí, dónde.
─ Entre el desasosiego por el futuro, la añoranza del pasado y la ignominia por el presente.
─ Ya, Ibuprofeno...
 

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