15 de marzo de 2023 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Doña Felisa celebra su 101 aniversario
─ “Es el pie, es el suelo, / es la marcha andariega / pajarillo que va/ tierra de los que llegan”. (Canción)
Tras años sin saber de ella hoy tengo el placer de reencontrarme con Doña Felisa, mi entusiasta y siempre joven profesora. La alegría es enorme; el dilema, no saber qué decir, ni si se me trabará la lengua.
La mañana del sábado, en el mercadillo de Sanlúcar, un vendedor ponderó el parecido que me encontró con mi nieta. Y por si sus palabras no fuesen concluyentes, y dignas de elogio, me largó su bendición.
(“Es el pie, es el suelo, / es la marcha andariega / pajarillo que va/ tierra de los que llegan…”).
Ya en casa, y con la moral subida, me miro al espejo, y veo a mi madre asomada al cristal, y con cara de sorpresa. Sus mismos rasgos faciales, su pelo a prueba de bomba…
La genética, de la que somos deudores “de grado, o por fuerza”, se nos manifiesta la más de las veces en su doble vertiente: familiar, y social.
(“Es misterio profundo, / es él quiera o no quiera, / es el viento soplando/ es el fin de la espera”).
Por la tarde, regando las flores se soltó el conector de la manguera, y me puso chorreando, empapado de agua de los pies a la cabeza.
(“Son las aguas de marzo / es verano, es canción/ la promesa de vida/ en tu corazón…”).
La mañana del domingo me trajo una nueva sorpresa: al abrir mi guasap unas letras de Charo me hacían partícipe de una reunión familiar con ocasión del ciento un cumpleaños de su tía.
(“Es la luz que se ama/ la mañana llegando…”).
Lo primero que pensé fue si la ropa tendida ya estaría seca, si mis zapatillas deportivas serían apropiadas para la ocasión, y si encontraría una tienda abierta para comprar un detalle, a tono con el temperamento y la vitalidad de la cumpleañera.
(“Es aroma en las ramas, / es un paso, es un cuento”).
Con una flor en una mano, y un fondo de luz en la otra, a los pocos minutos me planté en la fiesta para dar un sentido abrazo a la persona con quien mis compañeros y yo convivimos durante años; con quien aprendimos las primeras letras, las ciudades y comarcas de España, el curso de los ríos, y muchas cosas más, que de no ser por nuestra humilde condición, y por no ir uniformados, nos habrían llevado al podio en el concurso de “Cesta y punto”, que presentaba Daniel Vindel.
─ A mí me dio clases su madre, y me preparó para hacer el ingreso en Bachillerato. Tengo muy buen recuerdo de ella como maestra.
─ A mí me enseñó a redactar. Todas las tardes, media hora antes de salir nos sentábamos en el suelo alrededor de su mesa de camilla y nos leía una fábula, o un cuento. Antes de irnos debíamos entregar un resumen de lo que nos había leído. Al día siguiente teníamos nuestro resumen corregido por ella.
Dar un abrazo a tu maestra es lo mismo que abrazar lo mejor de uno mismo: es como estrechar a tu gente, como abarcar toda nuestra infancia en un círculo, como ceñir entre tus brazos tus sueños de adolescente, como pasear por El Llano…
Abrazar a alguien así es como abrir una caja de música que guarda en su interior muy gratos recuerdos: aromas de flores, colores de “Alpino”, virutas de saca─ puntas, ritmos de Adamo, música de verbena, alegrías, tristezas, y diálogos de amigos, fundidos con luz de luna.
Los sentimientos colean como peces saltando sobre la superficie de un lago, y este domingo de marzo soy yo el portador, por lo que toca a mis condiscípulos, de manifestar a la profesora nuestro agradecimiento y estima.
Me acerco a ella, y me reconoce en un contraluz; me recibe con una sonrisa, y me acoge con manos amigas:
─ “En su manita de rosa/ palpo huesecillos tiernos, / membranas de mariposa”.
Gustosa responsabilidad la que me trae hasta aquí, con el compromiso expreso de hacerme una fotografía con ella. Como si una cámara de fotos pudiera captar el espíritu de una persona como ella; que si así fuera, seguro que quien tomó la lección a tan competente y juvenil tropa, sería hoy merecedora de una lámpara minera, de ésas que el pueblo concede a gente de mucho brillo.
El tiempo todo lo borra y “quien fue a Sevilla, perdió su silla”, refiere el dicho; pero es el tiempo el que da la personalidad, y los mimbres que nos adornan; el que confiere dureza, resistencia, maleabilidad, y todas esas virtudes propias de los metales nobles, como dijo el escritor José María de Cossío en su discurso de ingreso en la Real Academia Española:
─ “El tiempo condiciona nuestra vida como la tierra en que nacemos. Nacemos en el regazo del tiempo, como nacemos en el regazo de la patria; y así como no es lícito renegar de ésta ni por ingrata, ni por pobre, ni por dura, ni aun por injusta, no debemos renegar de nuestro tiempo, sino estimarle como una especie de patria, a veces trabajosa, que nos ha sido dada por Dios, y que hemos de procurar hacer más digna, justa y humana con afán encarnizado y constante”.
Doña Felisa fue una mujer de su tiempo, quién lo había de negar si recién acabada la guerra la familia cargó sobre sus espaldas la responsabilidad de enseñar al que no sabe ─“con cuatro bancas, y cuatro mesas viejas, que nos dieron los falangistas”─, y de prestigiar la academia con alumnos que acudían desde todas partes de la comarca; pero al mismo tiempo, esta mujer menudita fue una adelantada a su época ─nadie podrá decir que en sus clases se siguieran unas consignas “ad hoc”, o una moral religiosa ─, y una mujer de hoy en día.
─ “Hay que acostumbrarse a la vejez para bien llevarla. Como un traje nuevo”, escribía Eugenio D´Ors.
Y adaptarse a un traje nuevo significa llevarlo con sencillez, y lucir con elegancia, y no como quien se mueve a pellizcos.
Qué experiencia tan agradable conversar con mi profesora. Sospecho que su coeficiente mental debe ser superior a la media, pues ni echó mano del papel, ni trabucó la sintaxis, ni se trabó en la oratoria, ni estuvo corta de léxico, ni respondió a las preguntas con “emojis”, y telegramas.
Qué lección la de esta mujer, que aparenta fragilidad, acordándose de todo, y de todos, con una energía de gigante, y una fluidez verbal que la convierte en el centro de su mundo: la matriarca del clan que, protegida por los suyos, todavía imparte cátedra con discreta sabiduría.
(“Es el agua que calla/ el proyecto de casa…”).
Pueden corroborar mis palabras Charo y Felisita, sus dos hijas, que la miman; sus nietos ─José Antonio, Rocío, Macarena, Alejandro, Gustavo y Cristina ─ que la veneran, y sus biznietos, que la adoran. Quiénes, a su edad, pueden decir lo mismo…
(“Es la amiga / es la fiesta primera/ es la lluvia cayendo/ es la voz, la ribera/ es las aguas de marzo…”).