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29 de diciembre de 2022 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un viaje de vuelta

(A los amigos del alma)

Un viaje de vuelta
La ventaja de los viajes del Imserso es que amén de educativos, sirven de estímulo a las personas mayores por su vertiente social, y por la carga emocional que supone repasar “in situ” la asignatura de Geografía; si bien la experiencia pedagógica del viaje ya fue adoptada en su día por el Padre Manjón, con las capas sociales más humildes, y por el rondeño Giner de los Ríos, con una selecta minoría.
Buscando la costa almeriense el autobús rueda hacia el Campo de Níjar. Atrás queda el Campo de Dalía y su agricultura intensiva que convirtió a pueblos como Adra, o El Ejido, en un “mar de plástico”.
Comenta el guía que fue un agricultor de Roquetas, de nombre Bernabé, el impulsor del milagro económico consistente en hacer un vergel de un terreno improductivo. Al parecer la idea la tomó prestada de los belgas, que usaban estructuras de ladrillo para proteger los cultivos del frío, y el roquetero la adaptó a otro tipo de clima, y a una economía más precaria.

─ ¡ Y estarán orgullosos de esto…!, comenta en voz alta una alumna aventajada de Greta Thunberg.

─ Señora… ¿conoce usted a alguien que se avergüence de comer? Desde que comemos carne al Athletic de Bilbao se le ha puesto más difícil vencernos por goleada.

(En estos momentos en que hasta la belleza es de plástico, en Egipto se celebra la Cumbre del Clima; los periódicos hablan de “la erosión fiscal”, de los petrodólares cataríes; de la electricidad motriz de los “Falcon”; de la resiliencia ante la sequía de los “profesionales de la nómina”...)

En tiempos, la riqueza minera había convertido esta zona del levante almeriense en el Dorado de Lope de Aguirre: oro, plata, y cobre, alimentaban la codicia del poderoso; si bien dos tercios de la riqueza extraída iba destinada a la Corona, según las Cortes castellanas prescribían.
En los primeros años del siglo XIX un viajero inglés, el ingeniero Alfred Frederick Calvert, apuntaba que Almería era la provincia minera por excelencia, “pero mientras España es hoy considerada como el país de Europa más rico en riquezas minerales, sus explotaciones mineras están en un estado de desarrollo mucho más atrasado que el de cualquier otro país europeo”.
Ya en la década anterior, entre los años 1890 y 1914, la furia inversora se había disparado a máximos.
En 1902 una obrita de teatro salida de la pluma del escritor maño Joaquín Dicenta Benedicto, planteaba crudamente la problemática social del minero, sus salarios de miseria, y su indefensión ante los propietarios y las fuerzas del orden público:

─ “Los obreros pidieron ser libres para vivir donde les agradara, para comer lo que les gustase. ¿Qué pretensión, eh? Pues les contestaron que no; y vino la huelga; y pasaron los días, y el hambre se metió en nuestras casas, y los patronos encontraron infelices que nos fueran a sustituir. Los hambrientos quisieron impedirlo; y todos, hombres, niños, mujeres, viejos, llegamos a las fábricas. No llevábamos armas; llevábamos hambre y dolor. Los otros, los contratados, quisieron entrar, protegidos por la tropa. Nosotros nos pusimos delante de las puertas para que no entrasen. Entonces, no sé quién, una voz gritó: ¡Fuego!,…”

A ingleses y franceses, Ibarras y Romanones, e incluso a ideólogos de la talla de D. Alejandro Lerroux, ─ acusado entre otros delitos de defraudar los dineros de la bilbaína Mina Matilde ─ se les hacía la boca agua.
Ya en los felices años veinte el tono reivindicativo de “Daniel” tendría su continuación en “El metal de los muertos”, una obra de Concha Espina que toma por referente las huelgas de Río Tinto; la explotación y desamparo a que se veían abocados mujeres y niños; y el poder omnímodo de la Río Tinto Company Limited, y de su director Mr. Browning, conocido popularmente como don Walterio, “el rey de Huelva”.
Para la ocasión la escritora santanderina se documentó visitando “las excavaciones de Pueblonuevo del Terrible, Linares y Almadén”, donde tuvo oportunidad de conocer “fábricas, hornos, contraminas y honduras espantables”.
Años más tarde, a principios de los 60, en un cuaderno de viaje que lleva por nombre “Campos de Níjar”, el barcelonés Juan Goytisolo se convertiría en notario de la ruina que asolaba estos pueblos: la tristeza de su gente, y el expolio de su paisaje, reducido de la noche a la mañana a parque temático para el esparcimiento y recreo de los turistas.
El robo y despojo de esta riqueza natural sería compensado en parte por las empresas con unos sueldos de miseria, y un castrante paternalismo que invitaba a la obediencia.

─ “Almería no es para los turistas”, proclamaba una pintada que alguien rectificaría tachando el “no” de la frase con un punto de ironía.

El amor a la tierra, el paraíso perdido de nuestra juventud, se expresa aquí en un axioma que bien mirado poco tiene que ver con la xenofobia, y mucho con esa moda del turismo de garrafón; de los apartamentos turísticos, que convierten el centro de las ciudades en un bazar, y en una brutal invasión del modo de vida de sus vecinos.
Nada que ver con la tranquilidad y el vigor que desprenden esas montañas del levante almeriense, por donde ahora transitamos. Su volcánica energía y su comunión con el mar son un recreo para la vista.

─“Hay quien dice que Cádiz no tiene fiesta…”

Los aires marinos despiertan de su letargo a un hombrón que se lanza sin recato a entonar la chirigota de Paco Alba, que algunos no tenemos reparo en acompañar:

─ ¡Cordobés, tú también has cantado…! ¡Qué arte, chiquillo…!

Natural de un pueblo minero, por vez primera he tenido la oportunidad de bajar a una mina; y en este punto mi emoción no desmerece a la del artista.
La mina, situada en el término de Pulpí, dejó de explotarse en 1973, cuando se agotó la beta de un silicato de hierro. Allí quedó una geoda oval, de ocho metros de largo por dos de alto, considerada entre las de mayor tamaño.
Fue un largo recorrido en el que pudimos observar una gran variedad de minerales, muchos de ellos fosforescentes, que en no pocas ocasiones nos dieron la impresión de estar en el reino de la fantasía.
Qué bellezas no guardará la tierra por dentro que nunca verán la luz, pensé.
Galerías entibadas con travesaños de almez; candilejas que alumbran oscuridades insondables; fosos, columnas y arcos; verdes, azules, amarillos, blancos, y rojos brillantes…
En un pequeño nicho de refugio la presencia de un altar dedicado a Santa Bárbara, y frecuentado por los mineros, me arrancó una oración.
Hay verdades y experiencias que ponen los vellos de punta.
Como indefensos pajarillos echamos a volar a poco de dejar el calor del nido; después el destino, o las circunstancias de cada cual, nos van marcando la ruta, y el resto del viaje es solo un camino de vuelta.
Sobrevolamos valles de ensueño; nos precipitamos en picado por cárcavas y barrancos; atravesamos grandes ríos, y desiertos; nos enamoramos en un minuto; y un día, ya cercano el final del trayecto, nos sentamos a descansar a la entrada de una cueva, y vemos lo que de mineral hay en cada uno de nosotros: la resistencia del metal, el colorido único de una piedra preciosa, la fuerza gravitatoria de los imanes.
Vivir para ver…
 

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