11 de marzo de 2022 | Al Terrible iba un minero…
Al Terrible iba un minero…
─ “Vertamos unas lágrimas, si a ustedes les parece bien, y sigamos adelante…”.
A Pueblo Nuevo del Terrible iba un infeliz minero de cortos alcances.
En el camino subieron al coche un juez, un escribano, un oficial de la Guardia Civil, un señor cura y el escritor del periódico local.
Por la conversación de ellos comprendió el minero quiénes eran sus compañeros de viaje, y se propuso obrar cuerdamente para no verse empapelado, preso, excomulgado o puesto en ridículo.
El escribano le ofreció un pitillo; y el infeliz hizo un movimiento rehusando.
Largo rato después le preguntó el periodista.
─ ¿Va usted lejos?
El infeliz calló. Decir pueblo nuevo delante del cura era hacerse antipático; hablar del terrible a las autoridades era hacerse sospechoso.
Ya se fijaban en él los viajeros; y enrojeció y temblaba.
Caritativamente el señor cura le preguntó por señas si era mudo; y por señas contestó que no.
Más receloso o más resuelto, el oficial de la Guardia Civil se encaró con él, y le dijo secamente:
─ Si no es usted mudo, diga algo.
Los ojos del minero se llenaron de lágrimas y respondió:
─ Pues bien, me retracto de todo lo que he dicho.
Y como le mirasen con asombro, que creyó enojo, añadió trémulo:
─ Y crean ustedes que no tengo cómplices.
***
"O yo tengo cataratas en los ojos, o todo lo que cae bajo mi mirada es un absurdo”; con estas palabras manifiesta el madrileño “Silverio Lanza” ─heterónimo de Juan Bautista Amorós─ su particular visión de la vida.
Lanza es autor del antedicho relato que Ramón Gómez de la Serna tuvo a bien rescatar de entre sus numerosos dibujos, y escritos testamentarios.
El protagonista de la referida anécdota es un “infeliz minero” que viaja hacia El Terrible en tren, rodeado de las llamadas “fuerzas vivas”: un cura, un periodista, un juez, un Guardia Civil, y un escribano.
A falta de título el escrito rememora los recurrentes chistes de "leperos" ─ herederos de toda una saga de pícaros, brutos, y simples, que habitan en nuestro folclore─ o aquel otro del gitano que va con su cantilena por el puente de Triana ("Qué bonita está Triana/ cuando le ponen al puente/ bandera republicana") y que, de manera prudente, ante el miedo a una posible represalia, interrumpe al ser abordado por un Guardia Civil:
─ " Cuando le ponen al puente... ¡Y te vas a enterar tú de lo que le ponen al puente...!"
En el referido cuento Lanza pone de relieve el nivel cultural de la población, y el temeroso “respeto” que la autoridad le inspira.
El de Silverio es pues un humor inteligente, ideal para la caricatura y el dibujo de tipos ─ los Periquito de los Palotes, los Silvestre Adocenado, los Juan Bodoque, el Marqués del Mantillo, entre otros muchos nombres que la imaginación le dicta ─; y acertadamente crítico contra los males del siglo, el de la “Generación del 68” al que algunos críticos lo adscriben: males como el arribismo, la falta de caridad, la vacua erudición, el analfabetismo, las apariencias, las arbitrariedades y desequilibrios de la Ley, las contradicciones del poder, de la monarquía, del caciquismo, de la iglesia, ─ “el sencillo toque de oración es más expresivo que los raros gritos con que los sacerdotes acompañan las ceremonias del culto”─, e incluso de los "polizontes", que es como llama a los guardianes del orden...
─ “Todos los que enseñan física (...) saben la teoría de los colores complementarios y os afirmarán que cuando un cuerpo parece azul, precisamente no es azul.
De aquí se sigue lo engañado que viven los borricos porque creen que la hierba es verde.
De igual manera se engaña el pueblo cuando cree que la autoridad no existe o que es defectuosa".
Lo de Silverio es la crónica, la pintura negra, y el artículo de costumbres: Goya y Larra a un tiempo.
Según refiere D. Ramón Gómez de la Serna, el más fiel de sus amigos, Silverio “pasó su vida dialogando como los ventrílocuos (…), un perfecto y tranquilo ventrílocuo, que gracias a esa estratagema consiga esa vida de relación que es imposible”.
“El épico rugido del mar” que clama por los adentros que diría Max Estrella, el personaje surgido de la pluma de Valle Inclán.
Un monólogo que no pasa desapercibido para los Gómez de la Serna, los Borges, los Baroja, los Max Aub, los Pere Gimferrer, los Azorín, y tantos otros escritores que encarecieron su arte.
En sus relatos se advierte que el progreso " moral" de la sociedad es ínfimo, y que con suerte un “mozo de cuadras”, sin conocimientos ni escrúpulos, si se lo propone acabará haciendo carrera de concejal, para pasar a ser alcaldable, posteriormente a diputado y, si a mano viene, a ejercer como ministro…
A diario la televisión anuncia nuevas modas, y proclama nuevos modos de vida como representación del progreso, pero hay axiomas y fórmulas que sin atender a criterios matemáticos no cambian ni un ápice, ni a lo que se ve requieren más mínima demostración ¿o no resulta “de actualidad” el tan repetido “relato” de los misterios gozosos del político de marras?
Para quienes como Juan Bautista Amorós lucen canas en el pelo, y desencantos en el corazón, la jerigonza del baile (“Izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un. Dos, tres…), y los grititos gatunos del animador, forman parte de una fiesta tan poco efusiva y franca, tan falta de naturalidad, que no merecen ni siquiera la consideración de un Telediario.
─ “Vertamos unas lágrimas, si a ustedes les parece bien, y sigamos adelante…”.