13 de noviembre de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Horizontes soñados
─ “Desde su jaula un pájaro cantó: / ¿por qué los niños están libres/ y nosotros no?...” (José Juan Tablada)
Cuando me cumplió la suerte de servir a la patria la idea no me pareció de lo más brillante: ante mí se abría un abismo que amenazaba con tragarme, y al que llamaban "futuro".
Atrás quedaba el encanto de las noches primaverales, la tertulia de amigos, y el ensueño de hacer lo que más guste y convenga. El mito de la libertad siempre dio alas al preso.
Amén de "lo puesto", por equipaje llevaba un pijama, unos pares de calcetines, una ropa de muda, y el importe del billete de vuelta, amén de una buena colección de libros que para la ocasión me había regalado mi novia, y que por lo reducido de su tamaño apenas si hacían bulto en la mochila.
Eran estos unos libritos de tapa blanda, pobremente editados por el Centro Editor de América Latina, entre cuyas virtudes figuraba el precio, el tamaño, y su manejabilidad, una vez llegados el momento y la situación propicia; amén de la posibilidad de llevar en poco espacio una vasta selección de obras de la literatura universal.
Oí decir que un libro es una caja de sueños, que mueve al lector a descubrir horizontes siempre nuevos, de lo que deduje que un sueño que nos mueve a realizarlo es el mejor de los libros.
Pensando en los “brotes verdes” siempre tuve la ilusión de que el Ministerio de Educación acogería algún día la idea de ofrecer gratis a mis alumnos esta clase de lectura: todo un " semillero" de sabiduría que, traducido en “bono cultural”, no llegaría a la “astronómica” cifra de veinte euros, en lugar de los cuatrocientos que ahora regalan a futuros votantes, “a mayor gloria” de las urnas.
Lo de siempre: lo de “hermanísimos” en la fe, y otra clase de relatos, característicos todos ellos de una forma de gobierno populista, que sabiéndose popular se ve en el derecho de imponer sus criterios e incompetencias, sus vulgaridades y mentiras, para pregonarlas después como el más extraordinario de los inventos.
***
De nuevo en mis manos uno de aquellos libritos, editado por el Centro Editor de América Latina.
“Aladas palabras”, que diría el poeta Homero; palabras melosas que impulsan el vuelo:
─ “Montó atropelladamente el jinete, pateó luchando el solípedo, apartáronse con precipitación los espectadores y volaron sacudidas en círculo las herraduras, retemblando la tierra a los saltos del animal”.
“Los cuentos del Oeste americano” a los que me refiero es una selección de historias no exentas de un cierto realismo "mágico", pues mágica, alterada, maravillosa, y poética, es la atmósfera que los envuelve.
En ellas los distintos roles de " tipo duro"" ─ pistolero, minero, tahúr, buscador de oro, señoritas “de mala vida”, etc...─ se tornan delicadeza, ternura, generosidad, sacrificio, y amor responsable, ante la eventualidad de tener que defender a un bebé huérfano ("La Suerte de Roaring- Camp"), a unos jóvenes enamorados ("Los desterrados de Poker Flat"), a un amigo al que la Ley va a ahorcar por sus delitos ("El socio de Tennessee"), a una joven huérfana, de temperamento ingobernable (“Melisa”), a
una encantadora maestrita, que se desvive por sus alumnos ( "El idilio de Red Gulch"), o a un niño enfermo que, en la Nochebuena de 1862, desconfía de las tan cacareadas bondades de San Nicolás (“De cómo San Nicolás llegó a Simpson´s Bar).
Su autor, Francis Bret Harte, fue un individuo inquieto y polifacético que ya desde la tierna edad de catorce años andaba a la busca de un sueño: el sueño del oro, que todo lo removió desde que el mundo es mundo.
Junto con James Fenimore Cooper, y el escocés R. B. Cunninghame Graham, Bret Harte fue testigo presencial de la realidad que vivieron los primeros colonos del Oeste americano; historias que, por el heroísmo de que hacen gala sus personajes, el escritor interpreta como propias del género épico:
─ “¡Oh, musa! canta; ¡la cabalgada de Federico Bullen! ¡Oh, musas, venid en mi ayuda para cantar los caballerescos varones, la sagrada empresa, las hazañas, la batida de los patanes malandrines, la terrible cabalgada y temerosos peligros de la flor de Simpson´s Bar!”
Gracias a estos autores nació un nuevo género literario, cuyo éxito muy pronto encontró acomodo en el cine.
Las películas de vaqueros representaron en otro tiempo, tanto para niños como para mayores, un mundo de extensas praderas donde solazar la vista; un universo antagónico donde el protagonista, y su fiel caballo, nos invitaban a soñar, y a atrapar en hábil lazada a la indómita naturaleza:
─ “Los moradores a orillas del camino de Wingdam, oyeron, al amanecer, una voz vibrante como la de la alondra, cantando por la llanura. Los que dormían se revolvieron en sus toscos lechos para soñar en la juventud, en el amor y en la vida. Campesinos de tosca cara y ansiosos buscadores de oro, ya en el trabajo, cesaron en sus faenas y se apoyaron en sus picos para escuchar a este romántico aventurero que, destacando a la luz de la rosada aurora, cabalgaba al paso castellano”.