3 de noviembre de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Turris eburnea
─ “Sobre el volcán la flor”. (G. A. Bécquer)
“Todo pasa y todo queda”, que dijo el cantor. Noviembre flamea en los pináculos, y en los contrafuertes de la catedral, proyectando sus espejuelos de luz sobre torres, campanarios, minaretes, y azoteas.
En el día de “Todos los Santos” la ciudad acoge a sus hijos bajo el palio de su luz.
De nuevo, en el Hospital de la Caridad volverán a florecer los rosales que ha tres siglos que plantó D. Miguel de Mañara Vicentelo ─ el “alter ego” de D. Juan Tenorio─, para “alegrar las pajarillas” a los ancianos y desvalidos acogidos al amparo de tan piadosa institución.
Nuevamente se volverán a repetir, según marca la tradición, la fantasmagórica imagen de Maese Pérez, hurtando sonidos mágicos al órgano de Santa Inés; las pícaras artes de Rincón y Cortado en las “Gradas” de la Lonja; la figura de D. Juan, sentada a una mesa, en la “Hostería del Laurel”; o el continuo ir y venir de canónigos, arcedianos, y chantres, transitando por calle Francos, Alemanes, o Placentines, en dirección a la catedral.
Encerrada en la cápsula del tiempo, superviviente de mil razias y terremotos, de disputas y desamortizaciones que beneficiaron siempre a los mismos, nuevamente la ciudad entonará por sus calles un rumoroso “Te Deum” en acción de gracias a Dios; y volverá a levantar un precioso templete de mármol blanco a la Virgen del Patrocinio, en la Plaza de la Victoria.
A vista de pájaro la ciudad se volverá a mostrar ante los ojos del visitante como el conglomerado arquitectónico que siempre fue: una “Roma triunfante en ánimo y grandeza”, para unos; una Judería de estrechos y enrevesados callejones, para otros; la Aljama árabe, con sonidos de agua, y olores de azahar, para un tercero; y, para los más, la urbe cristiana que refleja su credo en el ara de cien Iglesias, conventos, beaterios, y hospitales de la caridad, que confirieron a la ciudad un extraordinario halo de espiritualidad, y el apoteósico calificativo de “La Tierra de María Santísima”.
Pero nada es lo que parece ser a simple vista: ni la ciudad es la Acrópolis griega, ni un lugar de peregrinación, como algunos puntillosos, y explota globos, la quieren ver; ni tampoco el adefesio que algunos malos diseñadores, políticos, y arquitectos, pretenden que sea.