10 de julio de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez
De la estirpe de Quevedo
─ “Pues que da y quita el decoro / y quebranta cualquier fuero, / poderoso caballero/ es don Dinero”
¿Conoce la historia del potentado al que un humilde campesino quiso vender unas vaquitas?
Con notable displicencia el huraño ricachón hacía ver a su interlocutor que él no estaba dispuesto a comprar ni quince, ni veinte vaquitas; que su negocio era de un mayor calado…
─ Más vacas quiero vender. Vengo a ver si usted quiere comprarme dos mil vaquitas que me sobran.
Y es entonces que quien representaba el papel de hombre tosco y desabrido, en breves instantes vendría a ser la expresión de una arrebatada simpatía, y una desusada cordialidad, preocupado en ofrecer un asiento al visitante que, tirando de picardía, vendría a resumir en pocas palabras la infeliz contradicción:
─ Siéntense mis dos mil vaquitas…
Durante siglos en algunos países de Europa fue común la venta de oficios, y cargos públicos ─ Notarios, Alcaldes, Escribanos, Regidores, y Síndicos…─ al mejor postor, D. Dinero, de quien dijo Quevedo:
─ “Es Galán y es como un oro, / tiene quebrado el color;
persona de gran valor/ tan cristiano como moro;
pues que da y quita el decoro/ y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero/ es don Dinero”.
En España en concreto, y a partir del reinado de Carlos V, la venalidad se disparó, convertida en una fuente de ingresos para engordar las cuentas del Estado, y en una fórmula magistral para adquirir la condición de nobleza, amén de otros beneficios.
La situación era tan apetecible que judíos, y moriscos adinerados, pasaron a titular, mediante casamiento con nobles venidos a menos, en ese “yo te doy, y tú me das”; y de ser perseguidos, y marginados, entraron a formar parte de la clase dirigente mediante el paraguas de un título, y el falseamiento de las señas de identidad, pese a lo estricto de la Inquisición con respecto a la “limpieza de sangre”.
Hasta la llegada de “La Pepa” había que ser un Quijote, o un loquito de remate, para desafiar a esas vacas sagradas que detentaban el poder municipal, tras siglos de hacer todo aquello que les vino en ganas.
Y aún habría que esperar hasta la Constitución de 1890 para que el sufragio universal masculino dejara de ser una ilusión.
Hasta entonces, y desde lo más profundo de la Edad Media, sólo existía un único “periodismo”, y una única publicidad: la que tenía por beneficiarios a los grandes señores, y a aquellos pocos que sabían leer; y por pregoneros a juglares, escritores, y poetas de la talla de Jorge Manrique:
─ ¡Qué amigo de sus amigos!,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡qué enemigo de enemigos!,
¡qué maestro de esforzados
y valientes!...
Es por ello que siendo nuestros actuales políticos los sucesores “in péctore” de aquella otra “nobleza de sangre” (“los mismos perros con distintos collares”, que dijo Fernando VII) estén empeñados en vetar toda clase de opiniones, por desagradables que sean, como en fechas recientes pasó con la revista humorística “El Jueves”, y como viene sucediendo con quienes no contrajeron deudas de agradecimiento con el Poder.
Seguro que los ofendidos desconocen el arte de gobernar con diplomacia y prudencia, como hizo Besteiro, en el año 32, al sacar adelante un proyecto de Ley del Divorcio.
Tan convincente resultó que no sólo consiguió que sus contrarios retirasen las numerosas enmiendas, sino que de 64 artículos planteados se aprobaron un total de 67, cuyo exceso habría que rectificar. A eso llaman “poder de persuasión”.
Que qué otra cosa podría hacer, si no gritar, quienes no tienen valedores que les defiendan, o padecen en propias carnes las voluptuosas oscilaciones del poder, y no tienen más armas que la palabra, y la fuerza de su imaginación.
Fue a mediados del XIX con el auge de la imprenta, y gracias a la libertad de prensa, que saldrían a la luz en España cerca de seiscientos periódicos; muchos de ellos de corte satírico.
Tras el triunfo de “La Gloriosa”, y con la Constitución del 69 en la mano, corrían vientos de libertad que permitieron la aparición de periódicos obreros. Lo nunca visto, y por ver…
En Andalucía, en concreto, se abría así todo un abanico de libertades, como bien reflejaría el estudioso Antonio Checa Godoy en su “Historia de la prensa andaluza”, libro que Alfar editó en el año 2011.
En Córdoba alcanzarían gran relieve publicaciones como “El Relámpago”, “La Víbora”, “El Murciélago”, “Juan Palomo”, o “El Cencerro”, periódico republicano este último que llegaría a superar una tirada de 20.000 ejemplares , y en cuyas páginas colaboró el melariense Luis Maraver Alfaro, médico, miembro da la Junta revolucionaria cordobesa de 1854, y Cronista Oficial de Córdoba.
Nada impidió que incluso la pornografía tuviera un eco en el apartado satírico, como puede verse en internet; así “Los Borbones en pelota”, un total de 89 acuarelas, con sus comentarios correspondientes, que provocarían hoy en día un cierto rechazo por su impudicia, y desfachatez:
─ “El rey consorte, primer pajillero de la Corte”.
Pero como lo de la política va por tocas, y a una Constitución siguen otras, y a la caída de la reina Isabel II no tardaría en seguir el “¡Viva Cartagena” del cantonalismo, en 1885 la prensa de opinión se vería sometida a continuas denuncias, y los vendedores de prensa expuestos al acoso, y la agresión.
En muchos casos los Gobernadores Civiles llegarían a prohibir que se pregonaran las noticias, e incluso los titulares de los periódicos, propiciando así la picaresca de tener que vocearlos con nombres distintos: Marcial en lugar de El Imparcial; Pepe, de El Liberal; Manuel, de El Porvenir; Paco, de La República; Camilo, en vez de El Correo, etc…
Y ya a nivel nacional uno de esos diarios críticos que alcanzaría gran fama será el “Gil Blas”, nacido en 1864, fruto de la colaboración de Manuel del Palacio y tres de sus mejores amigos: Luis Rivera, Eusebio Blasco, y Roberto Robert.
Para Leopoldo Alas “Clarín” en la España de la época sólo había dos poetas y medio: Campoamor, Núñez de Arce, y el ya mencionado Manuel del Palacio, a quien el ovetense cita como esa “media” porción.
Cuentista, novelista, sonetista, autor de artículos de costumbre, y todo un humorista de la estirpe de Quevedo, Palacio fue uno de esos periodistas bien dotados para la crítica, al hilo de la actualidad, y de los sucesos cotidianos.
Y tanto filo sacaría a su pluma que un 30 mayo de 1867 sufrió exilio en Puerto Rico, por decisión de Marfiori, Gobernador Civil de Madrid.
Sus competencias, y aptitudes en las milicias del periodismo fueron grandes; tal el uso de formas populares, y de un lenguaje popular; la sencillez, y armonía de sus escritos; el saber llegar al pueblo; el dar un punto de verosimilitud y credibilidad a sus historias; el sacar a luz injusticias, incompetencias, e ineptitudes; la crítica de las apariencias, y de la falsa moralidad, como máscaras del vicio; el cambio de chaqueta, y el medro político; etc…
─ De enriquecerse averiguó el secreto
Y lo explotó, fingiéndose un bendito…
─ Es un político viejo, / Y cuando ministro fue,
Jamás faltaba a un consejo…/ Porque allí tomaba té.
─ Aspecto dale de matón de esquina
Voz campanuda y aire decidido
Y haz que un Don ennoblezca su apellido
Aunque haya sido pinche de cocina
─ Alma turbulenta y loca,
Que a la libertad provoca
Y al moderantismo llega,
A todos vientos navega
Abierta a todos la boca.
─ Por su ingenio y su modestia
Brillará en cualquier parte,
En España, ya sabemos
De qué ha de morirse, de hambre
Manuel del Palacio y Simó (Lérida, 1831─ Madrid, 1906), amén de ser un buen periodista satírico, fue un funcionario público, y uno de esos “cesantes” que al entrar un nuevo Gobierno quedaría abocado al paro, lo cual no habría de ser obstáculo para dedicarle una crítica al Ministro:
─ Se cree que es “grande” y es chico.
Fue Ministro porque sí.
Y, en cinco meses y pico,
Perdió Cuba, Puerto Rico,
Las Filipinas… y a mí.