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21 de junio de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez

El alcaldable

─ "Mañana le veréis en la tribuna / Discutiendo las leyes o el catastro/ Y aplaudiréis su plática importuna…”

El alcaldable
Hace mucho tiempo ya de la historia que ahora te cuento paseaba con el mejor de mis amigos cuando, llegada la hora del aperitivo, nos acercamos a refrescar el gaznate en el bar de “Los Latinos”.
Era éste uno de esos establecimientos largos y estrechos, de los que alguien ha dado en llamar “de canuto”, sobre cuyo mostrador se acodaba un devoto, ensimismado en paladear las virtudes de un buen vino, a quien mi acompañante reconoció al instante como compañero de la Facultad.
Tras el pertinente saludo, en voz alta y clara, nos vinimos a situar al fondo del local, extrañados de no haber sacado del feligrés ni la más ligera respuesta a nuestra cantarina cordialidad; si bien, apenas pasado un minuto, se acercó hasta nosotros para preguntar a mi colega de qué le conocía.
Al punto surgió la charla, y con ella la seguridad que ofrece todo aquello que resulta conocido; y así, tras darse el uno al otro toda clase de satisfacciones sobre su pasado académico, aquél vino a explicitar que ejercía su labor en uno de esos Ministerios de la capital que en tiempos fuera cuna de espíritus selectos y que, con la llegada de las autonomías, se habría de convertir en “la Casa de Tócame Roque; que había pedido traslado a la correspondiente Consejería de una capital andaluza por motivos familiares, y que aún tenía pendiente vender su precioso chalé de la Sierra, por el que pensaba pedir un montón de buenas pesetas.
Como mi amigo le hablara de su padre, con quien su interlocutor habría de compartir en un futuro próximo tareas de oficina, rápidamente aquél captó que el referido señor había de ser una personalidad conocida en ese campo y, tras las pertinentes preguntas, sin cortarse ni un punto, solicitó de su condiscípulo que hiciera de intermediario para un final muy feliz:

─ “¿Don Donato González, dices…? ¡Pero hombre… si tu padre es quien firma los traslados de personal en el Boletín de la Junta! Tienes que hablar con él, y decirle que en ello me va la vida; que mi mujer está deprimida, y nos tenemos que venir…, que solicite, sin más, mi traslado…

Ante tan urgente demanda, mi acompañante arriesgó para decir que su padre era uno de esos defensores de los méritos de cada uno; y que en ese particular no partía peras con nadie, ni siquiera con sus hijos, tal su sentido de la justicia, y el peso de la responsabilidad que le embargaba a la hora de firmar una lista en las que había de primar el escudo de armas de los merecimientos personales sobre cualquier otra clase de “blasón”.
A pesar de tan contundente respuesta el aludido no dejaba de dar coba a su íntimo desconocido. Su objetivo, decía, era dedicar las tardes a la política.

─ “¿Pero tú te imaginas lo que yo podría hacer si viviera aquí…?”

Preguntado por su ideología, confesó no tener otra que su afán de jugar a caballo ganador, y la ilusión de que sus cualidades oratorias le fueran abriendo camino en ese oscuro erial en el que se desenvuelve la política.
Tan atractivo el panorama que la vida le ofrecía a todo un germen de alcaldable, de candidato, de Senador, de Parlamentario, de Ministro, o de Presidente de Gobierno… ¿Por qué no había de ser así, si de historias “vulgares” está hecha la España de nuestros días?
Ya en su momento el “medio poeta” D. Manuel del Palacio, satírico consumado, revolucionario de pro, y componente de “La Cuerda Granadina”, lo plasmaría así en un soneto, con final de “pata de banco”, que tituló “El candidato”:

─ ¡Miradle! De un jumento sobre el lomo/ De recorrer acaba su distrito,
Donde al verle llegar, un solo grito/ Ha rasgado los aires: ─ ¡Ecce homo!
De un título conoce al mayordomo / Y le apoya el Gobierno por escrito:
Toda su ciencia es ciencia de garito/ Con algunas nociones de hipódromo.
Mañana le veréis en la tribuna/ Discutiendo las leyes o el catastro,
Y aplaudiréis su plática importuna/ Del cielo del poder vendrá a ser astro…
Y quizá si le ayuda la fortuna/ Llegue a vender cerillas en el Rastro.

Y lo mismo que el leridano subscribe lo vendría a decir una murga del primer cuarto del siglo XX, recogida por mis alumnos bajo el título de “El alcaldable”, y perteneciente al rico tesoro del folclore de Constantina:

─ ¡Buenos días, D. Fulano! / Firme le brindo mi mano
Abierta y siempre cordial, / De éste su fiel concejal.
Verá usted, amigo mío, / Voy al grano sin demora
Pues que ha llegado la hora/ De desenredar el lío.
Si ambos queremos triunfar/ Y en la estacada dejar
A nuestra facción contraria/ La unión se hace necesaria.
Por tanto, yo le propongo/ ─ Que buen juicio le supongo,
Y es por ello la entrevista─/ Que los votos de la lista
Para alcalde me los dé. / Yo en cuenta se lo tendré…
Será mi mano derecha/ Para usted siempre bien ancha,
Para los demás, estrecha, / Pues soy persona sin mancha.
A mí, el Ayuntamiento/ Es algo que me seduce,
Y aunque cortas sean mis luces/ En lo más hondo lo siento.
Pero es lo que me digo/ Si ver claro no consigo:
Si otros de grave talante/ Aunque de escaso talento
Lo sacaron adelante, / Por qué no aplicarme el cuento…
─ ¿Será un sillón giratorio/ ─ Mi sentir es bien notorio─
El sillón de la alcaldía? / Lo digo por si algún día,
Como esto da tanto tumbo, / La cosa cambia de rumbo…
─ Como al principio le dije / Si no es cierto, me corrige,
Mi propuesta es bien sencilla: / Para dejar en la orilla
A nuestro rival contrario/ Se hace el trato necesario.
Si usted sus votos me da / Nunca se arrepentirá,
Y es así que le prometo/ ─Esto para mí es un reto─
Que el primero siempre allí / Será usted, detrás de mí;
Mas si la guerra eligiera/ Siendo el pacto ventajoso,
¡Por Dios que se arrepintiera!/ No se lo impongo, ni acoso,
Cuento con su confianza, / Y cerrada la alianza,
Mi querido D. Fulano/ Aquí tiene usted mi mano
Abierta y siempre cordial, / Mano de fiel concejal.

¡Increíble! Más de doscientos años ya, y nada ha cambiado. ¿Pues no hablaba Heráclito de la fugacidad de la vida, que comparaba con el curso de un río en el que nadie puede bañarse dos veces? ¿Se habrán las aguas solidificado, y con tan fuertes ronquidos ni siquiera nos dimos cuenta…?
 

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