20 de febrero de 2021 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Isabelle, mon amour
- "Al poner la mano sobre el ser humano tocamos el cielo". (Novalis)
En una de esas mañanas de bruma, de radio, y de malas noticias, me despierto con las palabras de una novelista que dice que su profesión, y la de guionista, no tienen
futuro alguno, lo que la animará a plantearse una próxima jubilación.
Las novelas, y los guiones radiofónicos, y televisivos, los escribirá en un futuro no muy lejano una de esas máquinas inteligentes que conocen a la perfección los intereses del receptor: valorarán sus gustos, y sabrán, incluso, la talla que gastan.
Y para que nada falte a su múltiple tarea de editor, escritor, e impresor, la avezada maquinita diseñará de paso el nombre del presunto autor del libro, y hasta su especial personalidad: uno de esos argumentos que le impedirá acudir a las pertinentes entrevistas, y presentaciones, para así no despertar la enfermiza, y siempre molesta, curiosidad del público.
Han sido estas declaraciones, con visos de ciencia ficción, las que me han hecho pensar que la historia - o conjunto de historias, más bien- no es un ente virtual, ni una "falsificación" publicitaria, como la que tiene por protagonista a Lola Flores , y como beneficiaria a una empresa cervecera; que lo lógico es
que la historia real la escriban, y vivan, sus protagonistas a diario, antes de que nos suplante un robot.
En nuestro imaginario infantil hay voces que, sin otra razón que la fuerza de un hilo, permanecen atadas a la memoria como un eco ; otras que, cual cabeza de jibaro, quedaron reducidas a mera anécdota; y unas terceras que, por sabe Dios qué razón, nos impregnaron de su sutileza, y de la magia de su aroma.
Cada historia es un microcosmos que vale por todo un mundo; y la que voy a relatar, uno entre muchos capítulos, lleva por nombre Isabel.
"Isabelita", una joven algo mayor que los chicos de mi clase , fue durante breve tiempo, la compañera circunstancial de aquel pequeño grupo de estudiantes.
Su mirada dulce, su sonrisa ancha, y sus cabellos rubios llegaron hasta nosotros por mor del destino; como el sueño de un ángel que, al terminar la mañana, decidiera abandonar a los suyos, y desviar su camino, por el simple gusto de saludarnos.
A la mensajera celestial la requirió de amores el más apasionado de mis condiscipulos, cuando sufría prisión en la jaula- cuartel de uno de aquellos colegios de "palo y pago" que adorna nuestro currículum.
A tan obstinado requerimiento la joven respondió como lo haría una madre: con un ósculo en la mejilla.
Y luego, a continuación, para no despertar la envidia y recelo de los demás, fue besando a cada uno de los presentes.
No hay duda de que lo que hizo fue una obra de misericordia; y por esa misma razón - "do ut des", " doy para que des", que dirían los latinos - ella misma sería receptora de todo nuestro cariño : un amor platónico para algunos; un descubrimiento emocional para otros; y una risa nerviosa para los más que, sorprendidos por tan divino regalo, pasaríamos el resto del dia batiendo palmas al aire.
Como salida de un cuadro, la visita de aquella "madonna" significó para todos algo más que el frescor de la brisa en la flama del estío: fue una heroína de libro - de la talla de Malasaña, o de Agustina de Aragón- que vino aquel mediodía a salvarnos de las miserias de la cárcel.
Todo un cielo de persona que, por más tiempo que pase, siempre tendrá en aquéllos a sus más grandes admiradores.