28 de enero de 2020 | Joaquín Rayego Gutiérrez
¡Pin, pan, fuego..!
“Con las bombas que tiran / los fanfarrones, / se hacen las gaditanas/ tirabuzones…”
En la barra del bar dos individuos dialogan en voz baja sobre las cuestiones del día mientras se desayunan un café con tostada:
─ Pues yo estoy casado, y cumplo con mis obligaciones, y pago todos mis impuestos ─se expresa uno de ellos ─; ni machista, ni feminista, ni un pervertido sexual; ni soy bebedor, ni me drogo, ni maltrato a las mujeres; soy católico, y autónomo…
El ruido de la cafetera pone sordina a toda una declaración de intenciones que sólo un amigo entiende, sin pedir explicaciones, y sin entrar en más razones que aquellas que dio en su día la abuela de Josep Pla ante la visión de un muerto a manos de los carlistas:
─ “¡Claro! La cuestión es que gobierne uno u otro, no se tenga que matar a una gallina cada tres o cuatro días para reanimar a la gente que no hace ningún daño.”
Que lo que para unos es una manifestación de miedo que precisa de un caldo de gallina, para otros es el estupor ante la presencia diaria de un renacido Calígula, que hoy simula un combate, mañana finge un suicidio, pasado nos fríe a impuestos, y al siguiente dictamina que todos los títulos académicos son falsos, excepción hecha del suyo.
Vivimos en un estado de oscuridad permanente, como asevera Platón ─ “en la oscuridad del cieno” que dirían algunos ─ y cada cual se defiende, se atempera, y se amolda a las circunstancias que le han tocado vivir, como Dios le da a entender.
Unos se sueñan en las palabras, en las tiniebla de un libro, o en su particular alfabeto, incomprensible para los demás, y a veces para ellos mismos:
─ “En todas partes se pega fuego a los libros. No se comprende para qué, si no los han leído y no los van a leer, no se explica esa estúpida saña. Esto es muy español y reaccionario”.
Otros buscan en el zen la raíz de la armonía; otros tejen afanosos las alas de una fantasía, que les va a permitir volar sin licencia.
Otros se encierran en el hermetismo de una mesa de camilla cual orugas de la seda, y se aíslan de su gente, y se vuelven tartamudos, y no prestan más atención que a los insectos que vuelan.
Otros, en disconformidad y desacuerdo con toda clase de doctrinas, pregonan a los cuatro vientos que “las águilas van solas, y los borregos en manada”, olvidando la belleza que se esconde en ese paisaje humano, que es un patrimonio único.
Otros, se estiran de la chaqueta, como quien se quita el polvo, mirándose escrupulosos sus acharolados botines, y recreándose gustosos en la calidad de un buen vino; en el “retrogusto” que queda en la boca, y que privilegia a los “elegidos”, ajenos a las disonancias, y capaces de apreciar sabores, colores, y aromas, como un auténtico Brummel, o un Petronio de la elegancia.
─ ¡Y a mí qué me ha de pasar, con lo bonito que soy!
Otros confían en el poder, en el dinero, y en su labia de orador; en simular simpatías, y en la falta de “pathos” para pisar al rival; en escalar posiciones; en aparentar buenas formas, y andarse a las crestas para defender privilegios, o acaso el botín de guerra que es primicia de familia.
El individuo es un microcosmos, y el universo una armonía que se esconde tras el desorden, según dicen los astrónomos.
Pero, a las puertas del paraíso quién vendría a molestar con aquello de que los hijos no son de sus padres, si no es un tonto ilustrado; y quién que es un “logro social” la masacre de los niños, con los pocos que nos quedan; y quién que urge “reeducarles en el disfrute y una mejor consideración de la homosexualidad” ─ como alguien dijo en una reunión en que la que se dirimían los presupuestos de Distrito.
Ya en mi primer año de profesor tuve de compañero a un director, cinéfilo de primera, que no encontró mejor cosa que hacer que llevar a los niños a ver “Pretty Baby”, la película en la que una jovencísima Brooke Shields vivía en un burdel de lujo, donde se prostituye su madre y demás compañeras de profesión, donde recibe las visitas de un fotógrafo ─ voyeur, y donde, por un puñado de dólares, subastan su virginidad, con tan sólo doce años.
Allí la infantil mirada, contaminada por las sombras escatológicas que proyectan los pedófilos ─ que hasta la palabra suena mal…─, y esas fieras alimañas a las que debieran prohibir que se acercasen a un niño a menos de quinientos metros.
¡Lo que cuesta llevar a un niño a un museo, y lo fácil que es “educar” en sexualidad!
Se le dejas trajinar en Internet, y ya puede uno presumir de moderno…
La felicidad es un estado provisional que todos estamos dispuestos a recibir cuando llega, sea cual sea nuestra edad y condición. Y es una bendición la vida, y el disfrute de sus frutos, si se “educa” con sentido común, y métodos contrastados; que lo que hay entre manos es un fino cristal de Bohemia, y no un trozo de hierro que pueda fraguar en un pase de cine, o en los pocos minutos que dura una conferencia.
Y menos aún con posterior regalo de un preservativo, para el ejercicio práctico; ni contaminando la libertad del profesor con falsas promesas, como una probable subida de sueldo, o la concesión de una cátedra con el sencillo método del “corta y pega”.
¿Y de la Concertada…? Pues lo del dicho, que “Barcelona es bona si la bolsa sona”.
Que hay pícaros que engatusan con “chuches”, y regalos fingidos, y promesas lisonjeras que se vuelven odiosas cuando alguien descubre que han sido meros instrumentos de manipulación, y el trapo sucio de una mala pedagogía.
─ ¡Que no es fruta vana, amigo, que es un fino cristal de Bohemia…!
“Menos rollo”, que diría un clásico. Y solucionen ustedes de una pajolera vez esas caracolas de chapa, donde los pequeños se asan en verano, y se mueren de frío en invierno.
¿O acaso miento si digo que el I.E.S. “Tartessos” de Camas lleva “décadas” aguantando la bochornosa situación de unos niños que estudian en un cuchitril, en un centro que se cae a pedazos? ¿Y qué fue del dinero que se llevaron, pregunto?
Habría convenido que los padres alzasen la voz en defensa de sus hijos, pero es más cómodo callar, y no enterarse de nada, como diría D. Miguel de Unamuno en un artículo, fechado de julio de 1924, que aparece en “Don Quijote”, periódico semanal editado en Pueblonuevo del Terrible:
─ La mayor parte de las gentes, ni tiene tiempo, ni facultades, ni posición para dedicarse a ciertas cosas. Dicen ¡bueno! Y se dice aquello que yo recuerdo que me decía uno: “Mire usted, don Miguel, si yo me pongo a leer las enfermedades, creo que tengo todas las que leo, de modo que no quiero ocuparme en eso, ni en saber dónde tengo el hígado, ni dónde tengo el bazo, ni para qué sirven. Llamo al médico, me recetó; si me mata, allá él por su cuenta; si me sana habrá que agradecérselo.
Convendría saber lo que hay, y actuar en consecuencia, como en su día hicieron muchos profesores, reunidos en mil y un “claustros”, protestando a las puertas de la Delegación, y arriesgando su salario por la causa de sus alumnos.
Son numerosos los ejemplos de quienes huyeron, y huyen cada día, de esa clase de paraíso en el que marca el paso un dictador, en el que se condena a vivir sin voz, a los rebeldes se les interna en campos de concentración, y al que no doblega su pluma, a los kafkianos laberintos de la mentira.
Recordar lo que pasó, como ellos aconsejan; como cuenta Félix de Azúa en “Historia de un idiota contada por él mismo”, con su pizca de sal ática.
Lo suyo, dice, fue una “perfecta imitación de la felicidad (…) en aquel centro de destrucción” que para él representaban “aquellos maníacos” que alzaban los ojos a María mientras apuntan en sus libretas “los elegidos para la próxima sesión de tortura”.
Es lo que vivió, y así lo cuenta, sin dar cancha a unos y otros…
A continuación vendría su militancia comunista, y su posterior experiencia “en el terreno de la felicidad planetaria”, donde en una factoría de pieles de Sabadell, en “amable camaradería con los hermanos proletarios, nos dedicamos, mi célula y yo, a instruirles sobre la miseria, y sobre el futuro feliz que les esperaba, con sólo que se dejaran matar un poco”.
En tan adecuado concepto de la felicidad Azúa incluye la sexualidad que vivió en aquel tiempo de universitario, no sin poner en cuarentena el cinismo de la ideología, que unas veces se trocara en la representación de Casta, y otras en la de Salomé, según el santo del día; y según esa catalogación las niñas del Colegio Jesús y María les parecerían “generalmente muy ardientes”, y sus padres, al igual que los suyos, “catalano─ fascistas enriquecidos durante y tras la guerra”; las del Sagrado Corazón “modestas y recatadas”; y las del Liceo Francés “salvajemente inteligentes”.
De los Nueve Novísimos, la antología que sacó a la luz José María Castellet, y de “Los Doce de la Fama” que apadrinara aquel crítico, Azúa corrige el guión para decir que era un puñado de “imberbes pedantes que, exceptuando a dos de ellos, eran autores de ramplonerías sin fin”, y una poesía “atildada, confusa, de primera comunión”.
Señala también a individuos que medraron a la sombra de tan falseado “boom” como los Pepe Barras (¿Carlos Barral, tal vez?), “los huelguistas de hambre azuzados por el episcopado”, “las revistas del Gran Corazón como Cuadernos para el Diálogo”, el “nacionalismo catalán de los Pepe Barras, y de los Oriol Estrellas”, deseosos de dar un giro al negocio “que garantizara su influencia en las futuras estructuras democrática─ federativas que se adivinaban tras la muerte del Caudillo”, etc…
¡Lo que es la propaganda…! ¡Y lo que es el olor del dinero, que nos cambia de chaqueta…!
“Las verdaderas víctimas” de tan laborioso parto, “los pobres, desaparecerían del mapa en cuanto se hicieran necesarios los políticos profesionales”, concluye la atinada elucubración que pone en clara evidencia los mismos “relatos” que ahora nos cuentan.
No es de extrañar, pues, que allá por el 1978, cuando se estrenó en Barcelona “El Arquitecto y el Emperador de Asiría”, la obra de Fernando Arrabal, se señalara en un artículo publicado en las páginas culturales de la revista “Jano”, que al acto había acudido la alta burguesía catalana, que ni ahora ni entonces daba puntadas sin hilo.
Ni borrones de escribano, ni renglones tachados, ni raspaduras que se vuelven a redactar, y a escribir con otro sesgo; ni esa especie de palimpsesto en que se ha convertido la “memoria histórica”, garante de una mentira que de algún modo conviene a los jugadores de ventaja.
Que se aireen los papeles que hagan falta, y que traigan y lleven archivos, que algunos están abiertos en Rusia, y hablan muy bien de Carrillo; y al diablo con las historias “a plazos”, como si fuese un crédito bancario; como si fuésemos espectadores de “Salsa Rosa”, consumidores de folletines, que sólo son un invento para no soltar bocado, que en eso consiste el tan variable sentido de las reglas del juego, los desacertados horóscopos, y la falsa “progresía” de unos cuantos.